– Tú deberías saberlo mejor que yo -le dijo ella-. Estoy segura de que has tenido cientos de primeras citas.
– Pues, la verdad, no muchas últimamente -volvió a tomar su mano-. Te voy a decir un secreto: no he tenido una cita en meses.
– Mentiroso -dijo ella y apartó la mano rápidamente.
Él alzó las cejas con sorpresa.
– ¿No me crees?
– No estoy segura, pero me parece que juegas conmigo, que te empeñas en confundirme.
– ¿En qué te confundo? He sido completamente honesto contigo desde la primera vez que nos vimos. Pregúntame lo que quieras y te responderé la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Tess se acomodó en la silla y se inclinó hacia delante.
– ¿Me responderás a cualquier pregunta?
– Sí.
– De acuerdo. ¿Quién fue la última mujer con la que saliste?
– Cassandra Wentland -respondió él.
Tess frunció el ceño. ¿Cómo podía ser que no hubiera dicho el nombre de su hermana? A menos que entre Lucy y ella hubiera habido otra mujer.
– ¿Cuándo?
– ¿Cuándo? No sé… Hace unos seis o siete meses. Fue sólo un día. Después me tuve que marchar a Tokio y ella me abandonó por un hombre que estaba en el mismo hemisferio del globo que ella.
– De acuerdo. ¿Cuándo fue la última vez que le dijiste a una mujer que la querías?
– El mes pasado -respondió él-. Llamé a mi madre. Era su cumpleaños, me puse sentimental y perdí la cabeza. ¿Qué puedo decir? Espero que no te pongas celosa.
Ella frunció el ceño.
– Me refiero a una mujer que no sea de tu familia.
Drew se quedó pensativo.
– Bien. Fue a Sarah McKellar -respondió-. Cuando estaba en el instituto. Era la mujer más hermosa que había visto. Hasta que te he conocido a ti. Era la novia de mi mejor amigo. Pensé que, si era sincero con ella, abandonaría a mi amigo y saldría conmigo.
– ¿Y así fue?
– No. Se lo contó a su novio y un grupo de amigotes suyos me partieron la cara. Esa fue la última vez que le dije a nadie que la quería. Tú no tienes hermanos, ¿verdad?
Tess se rió a carcajadas. Aquel hombre era imposible. Lo que ella buscaba era una honesta confesión que acabara por delatarlo y con la que poder aclarar aquella situación.
Pero cada vez estaba más confusa.
No había mencionado a Lucy en ningún momento y, lo que era peor, su respuesta había sido una sutil insinuación de que algún día podría amarla a ella.
Así que, aparentemente, su hermana no había escuchado de aquellos labios tan sugerentes una declaración de amor eterno ni nada semejante.
Aquello no tenía lógica. ¿Por qué iba a ocultarle él esa información, cuando le estaba confesando cosas de la misma envergadura? Y, desde luego, Lucy no era una mujer fácil de olvidar.
Tess se frotó las sienes tratando de comprender. ¿A quién debía creer? ¿A aquel fascinante hombre que encendía todas sus aletargadas pasiones o a su emocional y alocada hermana? ¿Y si Lucy estaba mintiendo o exagerando lo que realmente él le había dicho? Entonces Drew no sería más que una pobre víctima de todo aquel enredo.
Pero, según Lucy, habían pasado semanas juntos. ¡Incluso se habían ido de viaje a Maui! Y los regalos… ¿Cómo podía Lucy haberse imaginado todo eso?
Tess dio un sorbo a su coco y él empezó a darle una visión más clara de las cosas. La única explicación que encontraba era que Andy Wyatt fuera un mentiroso patológico.
Tess alzó la mirada y fingió una sonrisa.
– Espero que nos traigan pronto la comida. Estoy hambrienta.
– Ahora me toca a mí -dijo Drew-. La verdad y nada más que la verdad.
– Quizás deberíamos cambiar de tema -dijo ella-. ¿Por qué no me hablas de tu trabajo?
Drew agarró su cerveza y le dio un trago.
– De mi vida amorosa a mi trabajo. ¿Cómo es que nunca hablamos de ti, Tess? Si fuera un poco perspicaz, llegaría a la conclusión de que ocultas algo: un pasado oscuro, un marido del que no me quieres hablar.
– ¡Claro que hablo sobre mí! -respondió ella.
– No me has respondido a la pregunta de si tienes hermanos.
– No tengo hermanos -respondió ella-. Ahora, háblame de tu trabajo.
La miró con cierta exasperación durante unos segundos pero, al fin se relajó.
– Bueno, pues si así lo quieres, hablaremos de mi trabajo. La verdad es que últimamente está ocurriendo algo muy peculiar. ¿Recuerdas la noche que nos conocimos, lo de las ruedas desinfladas y todo eso?
Tess asintió. ¿Cómo podía haberlo olvidado?
– Sí, claro que sí.
– Pues creo que no fueron unos vándalos -dijo Drew-. De hecho, creo que sé quién fue.
Tess casi se atraganta con la bebida. Comenzó a toser como una desesperada. Se golpeó el pecho con la palma de la mano. Pero seguía tosiendo. Drew se alarmó, llamó a la camarera, que a su vez llamó a un camarero de dos metros con un machete en el cinturón, quien parecía dispuesto a todo por acabar con su sufrimiento. Tess agitó la mano para rogar que la dejaran y continuó tosiendo hasta que, por fin, logró parar.
Cuando consiguió recuperar la respiración, se había secado los ojos, se había limpiado la nariz y sonrió como pudo.
– Lo siento -dijo-. Se me ha ido por otro sitio. Ya estoy bien. Por favor, continúa.
– ¿Qué siga?
– Sí, Cuéntame. ¿Quienes son los vándalos?
Drew la miró fijamente durante unos segundos.
– No, no fueron vándalos.
– ¿Cómo lo sabes?
– Bueno, no lo supe hasta que ayer se presentó una policía en mi oficina.
Tess tragó saliva.
– ¿Lla… llamaste a la policía?
– Sí. Cuando vi a la mujer policía allí pensé que venía a tomarme declaración. Pero, de repente, se quitó la blusa y empezó a menear el trasero.
Tess comenzó a toser de nuevo y se tuvo que cubrir la boca con la servilleta.
– ¡La policía se quitó la camisa!
– Realmente, se lo quitó casi todo, y delante de unos clientes muy importantes. Realmente no era una policía, sino una bailarina de striptease. Creo saber quién está detrás de todo esto. He pedido a mi hombre de confianza que contrate a un investigador privado.
– ¿Un investigador privado? -volvió a toser. Se dio unos golpes en el pecho, ¡Primero un policía, luego un investigador privado! Aquello era el final. Lucy se había excedido. Drew terminaría descubriéndola, si es que no sabía ya que se trataba de ella.
– ¿El investigador ya tiene a alguien?
– No, todavía no. Pero yo estoy casi seguro de que detrás de todo esto está Sam Lubich. Está dispuesto a arruinarme.
Tess respiró aliviada.
– ¿Sam Lubich?
– De Lubich y Roth Architects. Es mi más directo competidor y un hombre sin escrúpulos. Ambos hemos presentado sendos proyectos para la construcción de un centro cívico. Estoy seguro de que lo del otro día tenía como objeto conseguir destruir mi reputación ante todo el comité que decide sobre el proyecto. Pero en cuanto consiga la prueba que necesito, estará perdido. Nadie querrá trabajar con él.
– ¿Lo vas a arruinar?
Drew negó con la cabeza.
– Se arruinará a sí mismo y yo aplaudiré gustoso.
Tess no sabía qué pensar respecto a todo aquello. Tampoco era justo que pagara el señor Lubich, que no era culpable de nada.
¿Cómo podía ella evitar la catástrofe, cuando había tanta gente mezclada en aquel caso?
– Vaya, ya viene nuestra comida. ¡Menos mal, porque tengo un hambre tremenda!
Al menos la comida evitaría que la conversación entrara en detalles escabrosos. Mientras comía se iría preparando para el próximo desastre que se aproximaba.
Desde el punto de vista de Drew, la comida había llegado demasiado pronto. Cada vez que formulaba alguna pregunta, todo lo que obtenía era una amplia sonrisa entre dos papos inflados y un ligero movimiento de cabeza, con lo que evitaba entrar en detalles. Drew quedó así convencido de que trataba de ocultar algo.