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– Puede que se está aproximando el final de esta historia… O quizás sea sólo el principio.

Realmente, no había nada que consolara de verdad a Tess.

Lo único que podía hacer, sanamente, era pensar en lo que habría sido haber conocido a Drew en otras circunstancias.

¿Es que ese sería el destino de su vida?, ¿encontrarse con hombres inadecuados por uno u otro motivo?

Lo mejor que podía hacer era centrarse en su trabajo y olvidarse de una vida sentimental de la que carecía.

Se levantó de la cama y se dirigió a la cocina.

No había llegado aún, cuando un ruido procedente del comedor la sobresaltó. Se apresuró a abrir la puerta y vio a su hermana, escoba en mano, recogiendo los restos de unos cuantos platos de porcelana de la vajilla de la abuela difunta.

– Lucy, ¿qué ha pasado? ¿Has roto deliberadamente esos platos?

– ¡Nunca me gustó esa vajilla! ¿Cómo se puede comer en un plato lleno de frutas y verduras?

– ¡No me lo puedo creer! -exclamó Tess horrorizada.

– ¡Tenía una buena razón! ¡Él estaba allí, en el Bistro Boulet, con otra mujer!

Tess sintió que las piernas le temblaban y se sentó en una silla.

– ¿De quién hablas? -preguntó, aun sabiendo perfectamente que se trataba de Drew. Pero, ¿por qué no se lo había mencionado antes? Y, exactamente, ¿qué era lo que había visto?

Tess se sirvió una taza de café y esperó descompuesta una respuesta conocida.

– ¡Andy! Estaba en el restaurante aquella noche. Mima Fredrikson me llamó y me dijo que su hermana lo había visto con una mujer colgada de su cuello. Por lo que se ve, Andy entró en el restaurante, una bruja lo asaltó desvergonzadamente y salieron de allí sin comer.

– ¡Una bruja! -exclamó Tess indignada. ¡Se había puesto muy guapa aquella noche! Había logrado que su pelo se quedara en el lugar adecuado y llevaba uno de sus vestidos favoritos, que realzaba lo mejor de su figura. Incluso se había maquillado decentemente.

– Mima dijo que no era más que una desvergonzada, que iba colgada de su cuello como una lapa -le aseguró Lucy-. Y, de cualquier manera, me da igual, porque ya me he vengado de nuevo.

– ¿Qué te has qué? ¿Qué has hecho?

Lucy sonrió maliciosamente.

– ¿Te acuerdas de la idea que tuve de pintar al perro verde?

Tess dejó la taza de café sobre su platillo y la miró boquiabierta.

– ¿Has…?

– No -respondió Lucy y tardó en responder el tiempo suficiente como para que Tess experimentara un falso alivio-. Lo he pintado de malva, lavanda, para ser exactos.

Tess escondió el rostro entre las manos y gimió atormentada.

– ¡Lucy, pensé que ya lo habías superado! ¿Cómo se te ha ocurrido hacer eso?

Lucy sonrió.

– Me colé en su casa. Conozco el código secreto de su puerta. Siempre deja al perro suelto por el jardín durante el día. Ese chucho es tan tonto que nada más verme vino a saludarme y…

Tess apartó la taza de café y se puso de pie.

– ¿Cuál es el código?

– Dos, cinco, nueve, cero. ¿Para qué lo necesitas?

– ¿Y el nombre del perro?

– Rufus -respondió Lucy-. ¿Para qué necesitas saber todo eso? ¿No me irás a traicionar? Si lo haces, jamás te perdonaré. Te odiaré para siempre…

Tess dejó a su hermana con todas sus protestas en la boca y se apresuró a su habitación.

– Todo vuelve a empezar de nuevo -murmuró y se puso la ropa.

No tuvo ninguna dificultad en encontrar la casa de nuevo. El arbusto que había junto a los pilares tenía, además, restos de pintura blanca.

Aparcó el coche, salió, se acercó a la puerta y pulso el código de seguridad que Lucy le había dado.

Lucy. Una vez más había sumergido su vida en un caos.

Al principio, a Tess le había resultado difícil entender que una mujer pudiera estar tan obsesionada con un hombre. Pero, después de haber conocido a Andy Wyatt, lo comprendía perfectamente. Ella misma había caído víctima de sus encantos.

Tess suspiró, se recompuso y se obligó a sí misma a pensar en Drew y Lucy juntos. La imagen era tan desconcertante que la ayudaba a desbancar cualquier deseo inconfesable hacia él.

La verdad era que no encajaban por mucho que los cambiara de posición. Eran la antítesis el uno del otro y no podía entender cómo habían estado juntos.

– Seguramente, no hablaban demasiado… me cuesta imaginar una conversación entre Lucy y él.

En ese momento la puerta se abrió, ella entró y sintió, no sin cierto pavor, que las rejas se cerraban de nuevo tras ella.

A los pocos segundos, el perro salió de entre unos matorrales. A pesar de estar sobre aviso, el aspecto amoratado del chucho la sorprendió. La verdad era que tintado de aquel color no podía parecer peligroso por mucho que se empeñara, aunque, en realidad, fue muy poco.

Rufus recibió a la extraña con impasividad, con la excepción de su cola, que se agitaba de un lado a otro, como en una flemática expresión de bienvenida.

La lengua rosa que colgaba desde su boca conjuntaba perfectamente con el color elegido por su hermana.

Tess se inclinó y el can le lamió la mano.

– ¡Lucy! ¿Cómo has sido capaz de hacerle algo así a este pobre perro? ¡Va a averiguar quién lo ha hecho! Y lo peor es que terminarán creyendo que yo estoy metida en esto también.

Tess pulsó de nuevo el código de la puerta y le hizo una señal a Rufus para que la siguiera. El perro ladró satisfecho y se puso a sus pies.

Si se daba prisa podría deshacer aquel entuerto.

Juntos se dirigieron al coche. El emporio peluquero de Randy estaba a sólo quince minutos de allí. Seguro que Randy tendría una solución adecuada.

En cuanto le abrió la puerta, el perro entró sin poner objeción alguna.

Una vez en marcha, Rufus se sentó en su regazo, sacó la cabeza por la ventanilla y se dedicó a sacar la pata a cada camión que pasaba.

Para cuando llegaron a la peluquería, Tess estaba completamente cubierta de babas y pelos lavanda, y olía tan mal como el chucho.

Abrió la puerta, pero el perro se negó a bajar.

– ¡No estoy dispuesta a perder mi precioso tiempo tratando de convencerte de que bajes! -lo agarró en brazos. ¡Para ser un perro tan pequeño, pesaba una tonelada.

La recepcionista de Randy la miró con una sonrisa extraña.

– ¡No sabía que tenías un perro!

– No es mío -Tess se dio cuenta de que la chica tenía un mechón malva del mismo color que el de Rufus-. ¿Qué es eso que llevas en el pelo?

– Malva pasión -respondió ella-. Es un buen color para los libra. ¿El perro es libra?

– ¿Se quita al lavarlo?

– No. Sólo se puede variar decolorándolo o volviéndolo a teñir.

No había hecho más que confirmar lo que Tess ya imaginaba.

– Necesito ver a Randy urgentemente. Dígale que Tess Ryan está aquí y que es una emergencia.

Mientras esperaban, ordenó a Rufus que se sentara en un rincón donde no llamara excesivamente la atención y, para su sorpresa, hizo exactamente lo que le había pedido.

Unos minutos después, apareció Randy, vestido con un modelito exclusivo que podría compararse al color morado del pobre Rufus. Randy era el mejor estilista de la ciudad y un hombre extravagante.

– ¡Tess, querida! -dijo él, fingiendo un ridículo acento afrancesado del que hacía falso alarde-. Nicole me ha dicho que es una emergencia.

Se apresuró a tocarle el pelo y a estudiarla cuidadosamente.

– ¡Sí, realmente lo es! Has hecho bien en venir.

Tess tenía constancia de que su aspecto, en aquel momento, no era el mejor del mundo. Pero lo que realmente le importaba era Rufus.