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– No, no soy yo. Es él -Tess señaló a Rufus y éste alzó la cabeza.

– ¡Ahh! -gritó Randy-. ¡Está vivo!

– ¡Por supuesto que está vivo! Es un perro.

Randy lo miró atónito.

– ¡Pensé que era tu abrigo! -se inclinó sobre Rufus-. No es esto lo que yo recomendaría para un perro. Prefiero un look más natural.

– Lo sé. ¿Puedes reparármelo? ¿Podrías conseguir que pareciera un perro otra vez?

Lo miró durante unos segundos.

– Sí, creo que puedo hacer algo. Un tono rojizo con mechas rubias resaltaría sus ojos y el pelo más corto le favorecería. Lo tiene un poco reseco. ¿Ha estado usando rulos calientes?

Tess se llevó las manos a la cabeza.

– ¡Es un perro! Se limpia con la lengua y duerme en el jardín. Si le enseñaras un rulo, seguramente lo que haría sería enterrarlo.

– ¡Pero está teñido de violeta! -dijo Randy-. Ha tenido que estar yendo a la peluquería y, por cierto, a una peluquería muy mala.

– Sí, lo sé -respondió Tess, tratando de controlar sus nervios-. Digamos que se trata de una pequeña faena que le han hecho al pobre chucho. Necesito tu ayuda, Randy. ¿Harías eso por mí?

Randy se puso en jarras.

– Querida, cuando se trata de tinte, sabes que soy el mejor de la ciudad. Déjamelo a mí -se volvió hacia Nicole, la recepcionista-. Cancela todas mis citas. Cuando la señora Stillwell salga del secador, que la peine Duane.

Randy se golpeó la cadera y le dio un silbido a Rufus, quien no dudó en seguir al peluquero.

Tess se quedó en recepción esperando. Miró el reloj y calculó que en cuatro horas habría conseguido devolverle a Rufus un aspecto razonable. Eso era todo lo que tenían.

Durante las siguientes dos horas, Tess se dedicó a recorrer de arriba a abajo la recepción, a charlar con Nicole sobre la existencia de extraterrestres, tema que preocupaba sobremanera a la muchacha y a comerse las uñas.

Estaba a punto de violar el santuario sagrado de Randy, cuando el artista apareció.

Tess no veía por ningún lado a Rufus.

– ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está?

– Prepárate, Tess Ryan. ¡Me he superado a mí mismo! -silbó melodiosamente y Rufus entró corriendo en el salón.

Tess abrió los ojos con sorpresa. ¡Ya no parecía un chucho, sino una estrella de cine!

– ¡Qué le has hecho! -gritó.

– Nada del otro mundo -respondió Randy, convencido de que la expresión de sorpresa de Tess se debía al cambio magistral que había obrado en la bestia.

– Me refiero a que se supone que debería estar feo y desaliñado -protestó.

– No le va bien eso de ir desaliñado -dijo Randy-. He podido mirar dentro de su alma. Este perro odia ser llamado feo y yo he conseguido satisfacerlo plenamente.

Tess se dio cuenta de que Randy no había entendido nada y que tampoco lo entendería jamás.

Rápidamente, sacó el monedero.

– ¿Cuánto te debo?

– Son cuatrocientos.

– ¿Dólares? -dijo Tess boquiabierta.

– No, rublos -bromeó Randy-. ¡Pues claro que dólares! La belleza es un lujo caro, cariño.

Tess tuvo que extender un cheque, se lo dio y salió de la peluquería a toda prisa.

El perro parecía mucho más animoso que antes. La miraba interrogante, como si esperara un halago.

– ¡Está bien! -dijo ella-. Hay que reconocer que estás muy guapo y, además, ya no hueles a rayos.

Con esto, se metieron en el coche y emprendieron rumbo a su destino.

Drew puso un C.D. en el estéreo de su coche y buscó una canción que le levantara el ánimo. Clapton siempre tenía la facultad de animarlo. Pero en aquellos momentos, ni siquiera Layla conseguía cambiar su humor.

La causante de su desánimo era Tess, sin duda. El negocio iba bien. Había conseguido aquel contrato millonario para la construcción del centro cívico y Lubich ya no le había incordiado más.

Su único problema en la vida era Tess. Había tratado desesperadamente de no pensar en ella. Pero le era completamente imposible.

Dobló la esquina y llegó a la puerta de su casa. Pero, cuando se disponía a buscar el mando a distancia, vio a una mujer que estaba delante de la puerta y que miraba a través de las rejas.

Parpadeó para cerciorarse de que sus ojos no lo engañaban. ¿Era Tess? Se quitó las gafas para más seguridad. Pero sí, era ella: su pelo negro, su figura estilizada y ese traje severo que la hacía parecer una ejecutiva de verdad… y esas piernas increíbles.

– Te tocaba a ti tirar y te has tomado tu tiempo, pero al final has venido.

Retrocedió lentamente para no llamar su atención, aparcó, bajó del coche y se aproximó a ella. Parecía absorta en algo que hubiera en el interior de su casa.

– ¿Tess?

Ella se volvió y pegó un grito. Sus grandes ojos verdes se abrieron como platos.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó.

– Vivo aquí -le dijo-. ¿Qué estás tú haciendo aquí?

– Vives aquí -repitió con una risita tonta-. ¡Qué coincidencia! Yo… bueno, iba conduciendo por aquí y mi coche…

Drew la señaló con un dedo acusador.

– No me estás diciendo la verdad -le dijo-. Dame las llaves, veré qué le ocurre a tu coche.

Se metió la mano en el bolsillo y tocó las llaves, pero pensó que era mejor inventar otra excusa.

– De acuerdo. Tal vez, sentía curiosidad.

– ¿O quizás querías volver a verme?

– Pensé que estarías en la oficina durante un par de horas más -murmuró ella-. No me esperaba que aparecieras tan pronto.

Había algo en su mirada que no le convencía. No le estaba diciendo toda la verdad.

– Bueno, pues ya que he vuelto antes y que es un maravilloso día del mes de abril, podrías pasar, así te enseñaría la casa e, incluso, podríamos cenar algo.

– No puedo -dijo ella inmediatamente-. Tengo que…

Drew posó su dedo índice sobre sus labios.

– Si quieres, puedo fingir que, efectivamente, tu coche se ha estropeado, incluso puedo hacer que agarró el teléfono y llamo a la compañía de seguros.

Esperó a que su sonrisa lo iluminara y, cuando al fin lo hizo, un placer infinito lo llenó.

– ¿Has tenido este mismo problema con tu coche antes? -le preguntó-. Puede ser la cadena del ventilador o la bomba de la gasolina. Estos coches extranjeros son así.

Abrió la reja y entraron al jardín, dejando ambos coches donde los habían aparcado.

Rufus se aproximó a ellos. Drew se inclinó para acariciarlo e, inmediatamente, se incorporó confuso. Debía de ser el nuevo estado de plenitud que le había provocado la presencia de Tess, porque le parecía que el perro tenía un aspecto diferente. Incluso podía decir que estaba guapo.

– ¿Qué pasa? -preguntó Tess.

Drew sacudió la cabeza.

– No sé, lo veo un poco…

– ¿Un poco qué? ¿Feliz, delgado…?

– Un poco violeta. Cuando le da la luz, parece que tiene reflejos violeta.

– No seas tonto -le dijo Tess. Se rió, lo agarró del brazo y lo arrastró hacia su propia casa-. ¿Cómo va a estar violeta? Los perros no son violeta.

Drew miró a Rufus y se encogió de hombros, luego se volvió hacia Tess.

– Tienes razón.

Juntos, continuaron hacia la casa.

La puerta se abrió y un hermoso recibidor, de techo alto y alargadas ventanas, les dio la bienvenida.

Drew había trabajado en el diseño de su casa desde que se había graduado en arquitectura. Era una combinación de simplicidad y calidez. Había sido calculada con todo lujo de detalles para poder vivir allí el resto de su vida.

Pero al ver a Tess allí, se dio cuenta de que la casa no significaba nada para él, no sin la mujer adecuada.

Quería que Tess fuera esa mujer. En el instante mismo en que atravesaba la puerta, se había dado cuenta de que aquella casa la había diseñado para ella.