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– ¡Elliot, lo sueltas ya, por favor!

La explicación salió toda de golpe, sin respiraciones o pausas.

– Mientras usted estaba en Tokio fingí que era usted para impresionar a una mujer y ella se enamoró de mí, porque creía que su casa era mi casa y su coche era mi coche y tuve que romper antes de que me descubriera. Pero la amo -hizo una pausa-. Señor…

– ¿Fingiste ser yo para impresionar a una mujer? El mundo no tiene lógica -Drew consideró la confesión durante unos segundos-. Así que utilizaste mi coche y mi nombre.

Elliot asintió.

– Y su perro, señor.

– ¿Y funcionó?

– Sí, señor -dijo él sorprendido-. Pero, como ya le he indicado previamente, yo también me enamoré.

– Y ¿qué demonios tiene todo eso que ver con Tess?

Elliot tragó saliva.

– La mujer a la que abandoné es su hermana, Lucy.

– ¿Y piensas que Tess trata de vengarse por ello?

– Sé que así es, señor.

– Podría ser esa misma Lucy.

– ¡No, por favor! Lucy no sería capaz de planear algo tan complicado. Yo tengo serios motivos para pensar que su hermana Tess está detrás de todo.

– Porque abandonaste a su hermana…

– No, señor, ella piensa que fue usted el que abandonó a su hermana.

– ¡Pero yo ni si quiera la conozco!

– Lo sé, señor y siento mucho todo esto. Sé que, además, ni siquiera le podría atraer una mujer como Lucy. No es su tipo.

– ¡Por favor, Elliot, cállate un momento! Necesito poner en orden mi cabeza.

¿Eso significaba que todo lo que había compartido con Tess había sido falso, parte de una urdida trama? ¿Acaso su forma de comportarse no había sido más que una argucia para atraparlo en sus redes y luego abandonarlo?

– ¿Señor? -la voz de Elliot resonó en el vacío de su cabeza-. ¿Tengo que dejar libre mi despacho hoy o puedo esperar a mañana?

Drew comenzó a pasear de arriba a abajo otra vez.

– No está despedido, Elliot. Todos cometemos estupideces cuando estamos enamorados. Además, seguramente lo voy a necesitar.

Elliot se puso de pie, completamente ruborizado.

– Estoy a su servicio, señor -dijo-. Hablaré con su abogado y la llevaremos a juicio, señor. Seguro que está atentando contra sus derechos de ciudadano.

– ¡No! No quiero que nadie sepa nada de esto. Dame tu palabra de que así será. Cara a todo el mundo, seguimos sospechando de Lubich.

– Pero, ¿no debería…?

– Si Tess lo único que quiere es obrar en mí su pequeña venganza, muy pronto lo sabré. Y creo que yo mismo tramaré mi pequeña contra venganza.

Drew miró hacia la parte alta de las escaleras y se preguntó qué estaría haciendo Tess en aquel preciso momento.

Si Elliot tenía razón, lo más seguro era que hubiera inspeccionado todos sus armarios y hubiera husmeado ya en todas sus pertenencias.

Pero nada de aquello le importaba. Ya había tramado un pequeño plan con el que acabaría consiguiendo que Tess cayera en su propia trampa.

Tess se quedó en el centro de la habitación de Drew, perpleja y desconcertada.

Todo lo que había hecho, había sido intentar que la imagen de Lucy y Drew en la cama, juntos, revolviéndose entre las sábanas, hubiera servido como auto castigo por los inconfesables deseos que aquel hombre despertaba en ella. Pero el resultado había sido absolutamente devastador.

De haber tardado un poco más aquel visitante fantasma, habría acabado en esa misma cama con el mismo hombre que había desdeñado a su hermana.

– ¡Es el colmo del deshonor y de la falta de ética!

No obstante, la ventura no estaba siendo su compañera. ¿Por qué desgraciado designio le había tocado enamorarse, precisamente, de él? Y, peor aún, ¿por qué, por mucho que ella intentaba no caer en sus redes, él insistía en seguirla como un perrillo desamparado?

Ante aquel panorama y en las circunstancias que se encontraba, ¿qué debía hacer? Podría irse de la casa, sin más, pero sabía que él terminaría saliendo tras ella y haciendo el trance de su partida aún más difícil de llevar. Podría dejarse llevar por la pasión que, poco a poco la iba consumiendo o podría acabar confesando a Drew y a su hermana cuanto le estaba sucediendo y dejar que las cosas continuaran su curso adecuado.

La mejor opción, sin duda, parecía ser la de salir de la casa, pero, a poder ser, sin que la vieran.

Tess se miró al espejo, se estiró la camisa y se quitó los zapatos para no hacer ruido.

Lentamente, abrió la puerta, se dirigió a las escaleras y bajó lentamente.

Pero al llegar abajo, frente a ella y delante justo de la salida, vio a Drew, que observaba, pensativo, un montón de cajas que estaban esparcidas por todas partes.

– ¿Quién era? -preguntó ella.

Drew se volvió sobresaltado, como si se hubiera olvidado por completo de que ella estaba allí.

Al reparar en su presencia, sonrió.

– ¿Tienes hambre? Puedo preparar algo de cenar -agarró la muñeca sin hacer ningún comentario al respecto y se metió en la parte interior de la casa.

Por suerte, Drew no insistió en regresar al dormitorio. Eso le evitaría dar respuesta a la pregunta de hasta dónde podían haber llegado.

Tess lo siguió, sin saber bien a dónde había ido, aunque pronto se encontró con una hermosa cocina, bellamente decorada, pero, como el resto de la casa, harto funcional.

– Siéntate -le dijo-. ¿Quieres beber algo? ¿Un poco de vino?

Ella asintió y se sentó en uno de los taburetes que estaban alineados ante un mostrador.

De pronto, al mirar hacia la pared, vio apoyada la muñeca que le habían enviado. Drew, que estaba junto al frigorífico, no parecía en absoluto afectado por la presencia de aquella tercera invitada a la fiesta. La verdad era que actuaba como si, en realidad, estuvieran solos.

Pero Tess no pudo evitar una pregunta al respecto.

– ¿Quién es la otra invitada? ¿Una vieja amiga? -su tono era jovial y humorístico.

Pero Drew no reaccionó como ella esperaba.

– Este pequeño regalo me lo enviaron esta misma tarde a la oficina, junto con otros interesantes elementos -apuntó a una caja que estaba allí también-. Ábrela.

Tess miró a la caja y pensó, inmediatamente, en Lucy. Se acercó a la caja y se encontró, lo primero, un par de bikinis hechos con un extraño tejido pegajoso.

– Podríamos dejarlo para el postre.

Tess se rió nerviosamente y volvió a dejar la ropa en la caja.

– Creo que no me va a caber el postre esta noche -Tess agarró la copa que le tendió él-. Te estás tomando esto muy bien.

– ¿Sí? Pues las apariencias engañan.

Tess se removió nerviosamente en el taburete.

– ¿Qué vas a hacer al respecto?

Drew se cruzó de brazos.

– Esperaba que tú me ayudaras.

– ¿Yo? ¿Cómo podría yo ayudarte?

– Eres una persona imaginativa, Tess. Tal vez me podrías ayudar a hacer un plan de contraataque.

– No estoy segura de entender a qué te refieres.

– Ya sabes: venganza. Un modo de conseguir que Lubich pague por lo que me está haciendo. He perdido algunos estupendos negocios por su causa y quiero darle su merecido.

La fría mirada de sus ojos la dejó paralizada. Siempre había pensado que Drew debía de tener una parte fría y calculadora, pero verla tan claramente la asustaba.

– Creo que no soy la persona más adecuada para darte ideas al respecto.

– ¡Claro que lo eres! Las mujeres suelen ser mucho más imaginativas en estos menesteres.

Tess no sabía cuál era la intención de aquel comentario. ¿Pretendía halagarla o insultarla?

En cualquier caso, ella no era la persona adecuada. Precisamente, su labor había sido la de actuar de catalizador, no la de perpetrar los crímenes vandálicos de que él estaba siendo objeto.