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– ¿Me prometes pensarte lo que te he dicho? -le preguntó él, se acercó a ella y le agarró la mano. Comenzó a acariciarle el dorso de la muñeca.

– Sí -murmuró Tess y dio un largo sorbo a su vino-. Pensaré sobre ello, te lo prometo.

Tess vio su sonrisa con desazón. Había llegado la hora de contarle toda la verdad, y de acabar con una relación que nunca había empezado.

El montacargas descendía a una velocidad considerable y Tess se agarraba con rabia a la mano de Drew.

– Es muy seguro, Tess, no te preocupes.

La miró fijamente. Había soñado con aquel rostro cada noche desde su primer encuentro. Había fantaseado sobre su cuerpo delgado y dúctil. ¿Qué le hacía?, ¿cómo se las había arreglado para cautivarlo de ese modo?

Un observador objetivo habría asegurado que, a Tess Ryan, le importaba un rábano Drew Wyatt. Pero Drew estaba convencido de que, bajo aquella apariencia de frialdad, se ocultaba algo.

Iba a conseguir que sus sentimientos salieran a la luz, costara lo que costara. Por eso, había decidido darle un pequeño empujoncillo. Tarde o temprano acabaría por confesar.

Le dolía no poder confiar en aquella mujer por la que sentía algo irremediable.

Pero, tal vez, había cejado en su intento de vengarse, se había ido enamorando poco a poco de él y ya no quedaba ni rastro de sus antiguos propósitos.

No obstante, lo mortificaba la idea de que Tess hubiera entrado en su vida intencionalmente y con la sola idea de hacerlo daño. ¿Sería eso posible?

Fuera lo que fuera, si ella podía perdonarlo por lo que le estaba haciendo, él también sabría perdonar.

El ascensor se detuvo bruscamente. Ya estaban en la planta baja.

Drew abrió la puerta y juntos salieron en dirección a la calle.

– ¿Pensarás sobre lo que te he dicho?

– Sí, lo haré -le dijo.

Drew se tensó al oír su tono frío y distante. ¿Por qué no podía decirle, simplemente, que sentía algo por él? Drew se había pasado las últimas semanas confesándole su interés, haciendo todo lo que estaba en su mano por hacerle ver que estaba junto a ella. La frustración se adueñó de él.

– Por cierto, se me había olvidado mencionarte que ya he tramado mi pequeña venganza contra Lubich.

– ¿Lo has hecho? -preguntó ella, incapaz de ocultar su ofuscación.

– Pasado mañana la revista Architectural Digest va a ir a su casa a tomar unas fotos, para un artículo sobre las excelencias de su diseño. Pero se van a encontrar con quinientos amigos de plástico plantados delante de la fachada. Los fotógrafos van a llegar al número doscientos veintisiete de Compton Court y no van a poder hacer nada. Espero que Lubich reciba así su merecido.

Tess lo miró boquiabierta, con la mente en blanco durante unos segundos. Luego asintió.

– Me tengo que ir -dijo, aún ausente.

Sin más, echó a andar hasta llegar a su coche.

Al ver el coche alejarse, sin ni tan siquiera un pequeño saludo de despedida, Drew dio una patada al suelo.

Si aquello no funcionaba, nada lo haría. Aquella era la última oportunidad que le daba a Tess Ryan.

Sólo le quedaba esperar que Tess hubiera tomado buena nota de la dirección y no se le ocurriera mirarla en la guía de teléfonos.

Respecto a Kip Carpenter, el verdadero dueño de la casa del doscientos veintisiete de Compton Court y abogado de Drew, sólo le quedaba resignarse. Pero, al fin y al cabo, era un buen amigo y sabría tomarse con filosofía el aterrizaje de los quinientos flamencos de plástico. Después de todo, Tess no tardaría en despejar su jardín, si las cosas iban como era de esperar.

– Será mejor que esta vez mi plan funcione, Tess, porque ya no tengo más cartas debajo de la manga y te echaría mucho de menos.

– ¡Qué voy a hacer para quitar tantos flamencos en tan poco tiempo! -dijo Tess, mientras lanzaba otra de las pequeñas piezas de plástico al camión de alquiler.

Había corrido hasta allí con la vana esperanza de haberse encontrado a los de la empresa de flamencos y haberles podido convencer con una notable cantidad de dinero de que no descargaran el material.

Pero una reunión la había retenido más de la cuenta.

Con un poco de suerte, sería capaz de apilar todos los flamencos en el camión antes de que amaneciera.

De ahí, se dirigiría a casa de Drew y le confesaría todo. Había tomado la decisión en el instante mismo en que Drew le había contado su venganza contra Lubich, que dicho de paso, le había parecido bastante imaginativa.

De hecho, había intentado quedar con él al día siguiente, pero no había sido capaz de localizarlo. Lo que había implicado un día entero de sopesar los pros y los contras de la tan complicada confesión.

El dilema era elegir entre Drew o Lucy. Y, en cualquier caso, lo más seguro era que perdiera a ambos.

Así que, sencillamente, optó por evitar la catástrofe inmediata, alquiló un camión y se dispuso a quitar los animalillos sintéticos.

Después de dos horas largas, por fin echó al camión el último testigo de sus involuntarios despropósitos, cerró la puerta y sintió ganas de irse a casa a dormir. No había logrado conciliar el sueño desde su primer encuentro con Drew Wyatt.

Pero tenía algo que hacer y no podía dejar de enfrentarse a su destino esta vez.

Puso rumbo a la casa de Drew.

Primero le pediría disculpas por lo sucedido. Luego, le confesaría lo que sentía por él. Continuaría con un somero resumen de la catastrófica vida sentimental de su hermana y le explicaría la necesidad que había sentido de ayudarla.

Finalmente, le contaría con detalle el por qué de todas sus acciones y esperaría a que él sonriera y la abrazara. La perdonaría y pasarían juntos el resto de la noche.

Tan metida estaba en esos pensamientos que casi no se dio cuenta de que ya había llegado a la casa de Drew.

Se detuvo ante la reja, pulsó el código secreto y condujo hasta la puerta de su casa.

Aparcó el camión, se bajó y llamó al timbre.

Pocos minutos después, se encendió la luz del recibidor y la puerta se abrió, dejando ver a Drew vestido sólo con unos calzoncillos.

Tess se quedó sin respiración al verlo medio desnudo.

Él se frotó los ojos.

– ¿Tess? ¿Qué estás haciendo aquí?

– Tenemos que hablar -le dijo. Apartó la mirada de su fornido torso y entró en la casa sin ser invitada.

– Pero si son las cuatro de la mañana -le dijo Drew, mientras la seguía-. ¿No podrías haber esperado tres o cuatro horas?

Tess atravesó el recibidor y la cocina y llegó a un pequeño cuarto de estar,situado en la parte trasera, en el que había un sofá. Aquel era el lugar adecuado.

Se dejó caer, se cubrió los ojos con el brazo y esperó a que él se uniera a ella. Pocos segundos después, así lo hizo. Podía sentir el calor de su cuerpo desnudo, el aroma de su piel varonil.

Tess juntó las manos y las apretó con fuerza, para poder vencer a la tentación de tocarlo. Habría deseado tenerlo entre sus brazos, sentir la tersura de sus músculos. Sería tan fácil dejarse llevar, sumergirse en el placer con él y olvidarse de todo.

Drew tomó la mano que cubría sus ojos y trató de liberar su mirada.

– ¡No! -le rogó ella.

– De acuerdo -Drew deslizó los dedos por su brazo-. Te escucho.

Su voz era como un bálsamo. De pronto, se sintió exhausta, agotada. Ya no podía pensar, ni hablar.

Si trataba de tocarla otra vez, no podría resistirse más, sería suya en cuerpo y alma para siempre. La idea de hacer el amor con Drew Wyatt la llenó de deseo. Si abría los ojos y lo miraba, estaría perdida.

– ¿Tess?

– Dame un segundo -le rogó. Una dura batalla estaba teniendo lugar dentro de ella.

Tess respiró profundamente, mientras esperaba a que las palabras oportunas le vinieran a la boca.

Pasaron los segundos, luego los minutos. Por fin, la abrazó.