– ¡Yo no lo sabía y está mal, a pesar de todo!
Lucy tomó las manos de su hermana.
– Drew Wyatt fue el que te mintió, el que te dejó creer que me estabas traicionando. Él es el único culpable.
Tess sintió en toda su intensidad el afecto de su hermana. Era leal y sabía perdonarle sus faltas.
– Hay un modo de hacer pagar a Drew por su traición -le dijo Tess.
– ¿Cuál es tu plan?
Tess sonrió maliciosamente.
– Primero, voy a abandonarlo y, después, voy a cometer un asesinato.
– ¿Lo vas a matar?
– No. Te voy a matar a ti.
Drew miró al hombre que estaba a su lado.
– He tomado una decisión -aceleró un poco.
Su hombre de confianza alzó la cabeza.
– ¿Una decisión, señor? -acababan de terminar la reunión mensual de presupuestos para el proyecto Gresham Park y regresaban a la oficina entre un intenso tráfico.
– Voy a poner fin al juego con Tess Ryan. Se niega a confesarme la verdad, así es que la voy a obligar.
Drew tenía que luchar contra las continuas imágenes que lo asaltaban de Tess, tumbada en su cama, en ropa interior, con el pelo revuelto sobre la almohada. Aquella noche había hecho el mayor esfuerzo de su vida para no poseerla. Tess se había convertido en todo lo que había querido o necesitado nunca de una mujer.
Pero la realidad era que su plan había fallado. Sí, había sacado todos los flamencos rosa del jardín de su abogado, pero no había confesado.
Drew había imaginado la escena de otro modo. Tess le contaría toda la verdad, él la perdonaría, la abrazaría y la besaría y, a partir de aquel momento, se despertaría cada día en sus brazos.
Pero, después de la pequeña sorpresa que le había dejado en su casa el día anterior por la mañana, Drew empezaba a tener sus serias dudas sobre un final feliz.
– Creo que este juego de mentiras se está complicando cada vez más.
– ¡Yo no soy el que está perpetuando la situación! Es ella la que ha llenado de espuma mi piscina.
– ¿Detergente en la depuradora? -preguntó Elliot.
Drew se volvió a él y lo miró confuso.
– Nunca se me habría ocurrido que lo hiciera así. ¿Cómo lo sabes tú, Elliot?
Elliot fijó su atención en el tráfico que les impedía avanzar.
– ¿Qué siente usted por Tess Ryan?
– La amo -dijo Drew-. La quiero desde la primera vez que la vi, esa es la verdad. Pero, ¿y ella? No tengo ni idea de cuáles son sus sentimientos. ¡Y no pienso arriesgarme más sin saber lo que ella siente!
Elliot se aclaró la garganta.
– A veces un hombre tiene que tomar ciertos riesgos si ama de verdad…
Aquella afirmación sonó tremendamente solemne y profunda. Sin embargo, Drew no estaba dispuesto a seguir arriesgándose.
– A pesar de todo, le he pedido a Tess que venga a mi oficina, que necesitaba hablar con ella.
– ¿Le va a pedir que se case con usted?
Drew carraspeó.
– ¿Cómo?
– Si la ama, deberían estar juntos para siempre, señor.
– Y así será, si ella admite que me quiere.
– Tal vez, podría ser usted el que se lo dijera y el que le confesara que lo sabe todo. ¿Qué más da quién lo diga primero?
Drew se apoyó cómodamente en el respaldo y apretó el volante con los dedos.
La sugerencia de Elliot era demasiado simplista. Se notaba que no conocía a las mujeres.
Lo que necesitaba era darle a Tess un pequeño empujoncito, para que se lanzara a sus brazos. Y, ¿cómo mejor sino con celos? Si Tess pensaba que él había estado con su hermana, no haría sino confirmar esa creencia. La obligaría a confesarle su amor para salvar su relación… Al menos, eso era lo que esperaba que sucediera.
No obstante, había veces que había sentido la necesidad de aclarar toda aquella cadena de mentiras. Quién sabe, quizás lo más fácil habría sido hacerlo. Él podía perdonar a Tess y a Elliot fácilmente. Incluso podía llegar a ocurrir que Lucy y Elliot acabaran juntos de nuevo. Pero no estaba dispuesto a ser él el que confesara primero. Tess Ryan tenía que ceder.
Al llegar al aparcamiento de la oficina, vio el coche de Tess aparcado allí. Se detuvo justo al lado, apagó el motor y salió a toda prisa. Elliot se apresuró a seguirlo.
– Señor, ¿no cree que lo mejor sería aclarar esta situación?
– Elliot, sé perfectamente qué estoy haciendo.
Entró como un rayo en el edificio. Kim lo saludó y le informó de que Tess Ryan lo estaba esperando en su oficina.
Al entrar, se la encontró mirando las fotos que tenía sobre la pared. Eran imágenes de sus proyectos más grandes. Sus clientes siempre salían impresionados y esperaba que ella sintiera lo mismo.
Se volvió hacia él. Su expresión era ilegible.
– ¿Por qué estás tan serio? ¿Es que Lubich te la ha vuelto a jugar?
Drew se colocó detrás de su escritorio. ¿Cómo podía preguntarle algo semejante? Ella sabía de sobra la respuesta. No estaba dispuesto a darle una respuesta.
– Te estuve esperando anoche -le dijo.
– ¿Anoche? -preguntó Tess.
– Te dejé escrito en la nota que te esperaba para cenaren casa.
– ¡La nota! -dijo Tess con una carcajada-. No la leí. Salí a toda prisa, tenía que irme a trabajar. Lo siento, debería haberla leído pero se me olvidó.
La miró interrogante durante unos segundos. ¿Qué le sucedía? ¿Acaso estaba enfadada con él?
– La otra noche, antes de dormirte… querías decirme algo.
Tess fingió estar estudiando distraídamente un boceto.
– ¡Nada de importancia! -dijo-. ¿Y tú? ¿Tienes algo importante que decirme?
– La verdad es que sí -le aseguró-. Pero no sé si te va a gustar.
– Seguramente, no -respondió ella con toda frialdad-. Pero dímelo de todos modos.
¿Iría a confesar sus errores? Eso sería maravilloso. Todo lo que tenía que hacer era lanzarse a sus brazos y besarlo. La pesadilla habría acabado y no tendría que seguir adelante con su plan.
– Está relacionado con una mujer… de mi pasado.
– ¿La muñeca hinchable?
Drew frunció el ceño. ¿Qué demonios le pasaba a Tess? Jamás la había visto tan sarcástica.
– No -continuó Drew-. Su nombre es Lucy.
– ¿Lucy? -no había solución, el hombre iba a mentir otra vez. Levantó la ceja sin entusiasmo.
– Estuvimos juntos antes de conocerte. Luego, lo dejamos. Pero no estoy seguro de si realmente lo he superado.
Durante un instante, Drew creyó percibir cierta rabia en su mirada, pero pronto la encubrió con una sonrisa.
– ¡No me digas! Eso sí que es un problema: un hombre y dos mujeres. Bueno para ti, malo para nosotras.
De pronto, Drew se sintió como si acabara de saltar de un avión sin paracaídas. Tess no estaba reaccionando, para nada, como él había esperado. Tal vez, no sentía absolutamente nada por él.
– Tess, no creas que yo me siento bien por ello -dijo él-. Y es por eso, precisamente, que necesitaba verte otra vez. Tengo que tomar una decisión.
– ¿Decidir a cuál de las dos prefieres?
– Me resultaría más fácil si supiera qué sientes tú por mí -le sugirió Drew.
– ¡Lo que yo siento! -Tess sonrió-. Sí, claro.
– ¿Y bien?
– Te voy a facilitar la elección. Creo que deberías volver con esa tal Lucy. Está muy claro que, realmente, es a ella a quien amas. ¿Y quién soy yo para interponerme en el camino del amor verdadero?
Drew se tensó.
– Pero… pero yo no estoy seguro de querer volver con ella -dijo.
– Seguro que sí lo sabes -le aseguró ella-. Algunas mujeres son imposibles de olvidar.
La verdad de aquella afirmación lo conmovió. Claro que había mujeres imposibles de olvidar y para él esa mujer era Tess Ryan.
– ¿Así es que no te importa?
Ella se encogió de hombros.
– No tengo ningún derecho sobre ti. Ella apareció primero.