Se rieron juntos.
– El baile…
– ¡Y a la salida me habían desinflado las ruedas! Por cierto, que no estaban pinchadas.
– ¿Por qué me recuerdas todo eso? ¿Para hacerme sentir mal? -preguntó ella.
– Muy al contrario. Lo recuerdo porque nada de lo que he compartido contigo me puede parecer malo. Sé que todo lo que hiciste fue por amor a tu hermana. Fui un estúpido al no darme cuenta de eso antes.
– Bueno, no todo fue por amor. Lo de que cavaras en mi jardín fue un auténtico acto de venganza.
Drew se rió.
– ¡Me lo merecía! ¿Tú sabes el miedo que pasé?
Durante unos minutos estuve convencido de que te iban a meter en la cárcel y de que no había nada que yo pudiera hacer al respecto.
Tess sonrió.
Drew enlazó sus dedos con los de ella.
– Sólo ha habido otro momento en mi vida en que he pasado tanto miedo: cuando pensé que te perdería para siempre.
Tess se tensó y bajó la vista, para encontrarse con sus dedos unidos en un abrazo.
– He venido aquí para decir adiós. Pero ahora no estoy segura de poder hacerlo.
Drew se puso de pie y la abrazó con fuerza.
– Entonces, no lo hagas, Tess. No podría imaginarme la vida sin ti. No quiero que olvidemos nada de lo que ha sucedido, sino que lo recordemos como lo que nos dio la oportunidad de encontrarnos. Pero sí me gustaría que la memoria de esta noche se imponga por encima de todo. Empecemos de nuevo, desde ahora mismo, para poder tener un futuro juntos. Te amo, Tess Ryan.
Tess no podía creerse lo que estaba oyendo. Su corazón estaba lleno de emoción.
– Yo también te amo, Drew.
– Al fin -dijo él y suavemente la abrazó, para acabar con un tierno beso.
– Realmente, hemos elegido un extraño modo de conocernos -dijo ella.
– Así tendremos algo que contar a nuestros nietos -respondió Drew.
– Pero nunca nos creerán.
– ¡Nunca! -gritó él con una expresión de júbilo.
La agarró en sus brazos y Tess sintió que sus pies estaban a varios centímetros del suelo. Se preguntó si alguna vez volvería a tocar tierra otra vez. Esperaba que no. El amor había llegado a ella del modo más absurdo, envuelto en un juego absurdo de venganzas, pero lo había hecho y no lo iba a dejar escapar.
Porque la verdadera felicidad era la más dulce de las venganzas.
Kate Hoffmann