Tal vez, fuera un psicópata… Considerando la suerte que tenía con los hombres, sería lo más probable.
De momento, prefería vivir la ilusión de que aquel hombre se sentía atraído por ella.
– Estuve a punto de no venir a esta fiesta -dijo él-. Me alegro de haberlo hecho.
Tess se apartó ligeramente y lo miró directamente a los ojos.
– Estoy perdida. No sé si me estás tomando el pelo o hablas en serio.
Drew dejó de bailar y le devolvió la mirada.
– Estoy hablando completamente en serio -respondió y se inclinó lentamente sobre ella.
Iba a besarla. Durante unos segundos quiso dejar que su destino se sellara solo. Pero, inevitablemente, comenzó a recapacitar sobre lo que estaba sucediendo. ¡Todo iba muy deprisa! Aquello era lo que le sucedía a Lucy continuamente… y sabía demasiado bien cuáles eran las nefastas consecuencias de ese tipo de juegos… ¡Era tan irracional! ¡Apenas si lo conocía!
– ¡Lo siento, tengo que volver a trabajar! -se apartó de él-. Gracias por haber sido tan comprensivo.
– ¿Comprensivo?
– Respecto a la confusión de la bandeja y todo eso -dijo ella-. Supongo que nos veremos en otra ocasión. Teniendo en cuenta que soy yo la que organiza muchas de estas fiestas y que tú sueles asistir a ellas…
– ¡Por supuesto que nos volveremos a ver! -dijo, mientras deslizaba los dedos por su brazo-. Puedes apostar lo que quieras.
Tess se ruborizó. ¡Era realmente sensual!
– Nunca apuesto -respondió ella y se dirigió hacia la puerta.
– Deberías hacerlo -él se cruzó de brazos-. Especialmente si sabes que tienes todas las posibilidades de ganar.
Al llegar a la cocina, Tess se detuvo unos segundos a respirar. Miró a su alrededor y trató de colocar las piezas de aquel rompecabezas en su sitio.
Estaba malinterpretando los signos. Su atención no era genuino interés.
Aquel hombre era un conquistador nato: rico, guapo, seguramente siempre rodeado de hermosas mujeres. Para él lo sucedido no había sido más que un modo de pasar el rato en una fiesta aburrida.
Agarró un trozo de apio con queso de una bandeja y le pegó un sonoro mordisco. Había hecho bien en confiar en sus instintos. No había hecho más que jugar con ella. Si le hubiera dejado, habrían acabado en la habitación de algún hotel, habrían hecho el amor apasionadamente y él habría desaparecido a la mañana siguiente.
Tess suspiró. Esa era la historia de la vida de su hermana y no le gustaba. Pero, de algún modo, lo sucedido aquella noche hacía que comprendiera a Lucy. Era francamente difícil resistirse a los encantos de hombres como aquel.
Capítulo 2
Andrew Wyatt apoyó el hombro en el contenedor que había en la entrada de servicio del museo. La recepción había acabado hacía una hora, aproximadamente, y un amigo suyo de seguridad le había garantizado que todo el mundo que estuviera aún en el edificio tenía que salir por la puerta en la que se encontraba apostado.
No podía haberse marchado antes que él.
Drew se había pasado toda la fiesta esperando verla aparecer. Siempre que asomaba la cabeza, tenía la esperanza de que lo estuviera buscando a él. Pero la ilusión se desvanecía en cuanto volvía a desaparecer. Sólo hacía su trabajo, nada más.
Aquella mujer era realmente bonita. Había salido con un buen número de mujeres hermosas, pero ninguna era como Tess Ryan. Todo en ella era sencillez: desde su peinado, pasando por su vestido negro de cóctel y sus formas suaves y delicadas.
Eso era lo que necesitaba en aquel momento, después de haber decidido que quería una mujer en su vida.
A Drew no le habían interesado nunca las relaciones largas. Pero últimamente sentía que su vida estaba vacía. Había viajado por todo el mundo, había trabajado en proyectos increíbles, había tenido todas las oportunidades que cualquier arquitecto podría soñar. Profesionalmente, su vida era perfecta. Pero cuando regresaba a casa, sólo se encontraba el frío de unas paredes sin vida.
De pronto, había empezado a envidiar a esos hombres que tienen esposas y a quienes sus familia esperan a la mesa. Había recapacitado sobre aquello en sus viajes de vuelta desde Tokio y había tomado la decisión de buscar una esposa hacía dos meses.
El cambio, no obstante, no había sido tan brusco. Un año atrás ya se había decidido por un acuario del peces tropicales, que esperaba hubieran dado a la casa un toque de alegría, y que hubieran hecho sus regresos menos solitarios.
Pero los peces no eran grandes conversadores.
Así que se decidió por un perro: el mejor amigo del hombre: Eligió el chucho más feo que encontró, no un engreído y autosuficiente perro con pedigrí.
Pensó que así tendría un amigo más apreciativo. El perro, sin embargo, prefirió a los peces que a Drew.
Cuando éste, cansado de alimentar a un can que obviaba su presencia, optó por regalar los peces, Rufus se decidió por la televisión.
El único ser humano con quien Rufus se relacionaba era Elliot Cosgrove, el encargado de Drew.
Elliot cuidaba la casa de Drew cuando éste estaba de viaje. Y, por algún extraño motivo, el perro y él parecían compartir un lazo secreto que los unía de un modo que Drew no podía comprender. Sólo podía intuir lo que veían el uno en el otro: un hombre tímido, triste y solitario y un perro huérfano.
De no haber sido por su empeño en ganarse a Rufus, Drew habría acabado por regalárselo a Elliot.
Sin embargo, no estaba dispuesto a admitir que todas las relaciones de su vida fueran un fracaso. Si no podía, ni siquiera, hacer prosperar su relación con un perro, ¿cómo iba a conseguirlo con una mujer?
Todo el mundo esperaba que Andrew Wyatt se casara con alguna de las hijas de buena familia de la zona.
Pero aunque por sus trabajos tuviera que moverse en los círculos adinerados, no pertenecía a ellos. Tenía muy poco en común con sus clientes. Después de todo, el no era más que el hijo de un albañil y una profesora de matemáticas, nada de sangre azul en su familia.
Su amistad con gente como Marceline Lavery había sido buena en aquella ocasión, eso tenía que admitirlo, pues había podido conocer a Tess Ryan.
Había conseguido, además, el teléfono de Tess, fingiendo un interés profesional.
Si no aparecía por la puerta, podría llamarla en un par de días con la excusa de querer organizar una fiesta o algo similar. O, sencillamente, podría invitarla a salir.
Lo que tenía muy claro era su resolución de no dejar escapar a una mujer tan atractiva e interesante como Tess Ryan.
Y, después de todo, no podía rechazarlo. A ojos de la sociedad de Atlanta era uno de los solteros de oro. Siempre tenía una cola de pretendientes al trono que esperaban una mirada suya.
Pero no solía superar las segundas citas con ninguna de ellas. De hecho, hacía seis meses que no tenía, ni siquiera, una primera cita.
Drew oyó ruido de tacones sobre el suelo y vio aparecer una figura familiar.
– Deberías haber apostado, señorita Ryan.
Ella se sobresaltó y miró hacia la oscuridad de la que emergía la voz. Su sorpresa se tornó en sonrisa al verlo aparecer de entre las sombras.
– Te dije que nos volveríamos a ver.
– De haber sabido que estabas aquí, te habría puesto a trabajar. Ya he visto que eres bueno con la bandeja. Seguramente, también lo habrías sido con la escoba.
– Me gustaría acompañarte hasta tu coche -dijo Drew-. Y de camino trataría de convencerte para que te tomaras una última taza de café conmigo.
Lo miró extrañada, con una mezcla de desconcierto, placer y aprensión.
– ¿Me estás pidiendo que me tome un café contigo, ahora, esta noche?
– ¿Tienes otros planes? -preguntó él dulcemente-. Lo siento, supongo que estarás cansada… no debería haber asumido que…
– ¡No! -dijo Tess-. Simplemente, es que estoy sorprendida. No suelo salir mucho. Con este trabajo, me resulta difícil conocer a hombres. Este tipo de cosas suelen sucederle a mi hermana, no a mí. Ella siempre conoce hombres como tú.