Corrió a su coche y de la maleta sacó el maletín. Allí tenía una lista de todos los asistentes a la fiesta. Por suerte, aparecía el nombre de Andy Wyatt. Vivía en Dunwoody, un barrio residencial de las afueras. Con un poco de suerte podría llegar allí antes que él.
No había mucho tráfico y consiguió llegar a la casa en menos de veinte minutos. Se detuvo ante las puertas y, muy pronto, vio las dos latas de pintura en los pilares laterales.
Tess aparcó el coche a una distancia prudencial y bajó en dirección a la casa. El barrio estaba tranquilo. A lo lejos se oía el ladrido de un perro. De pronto, recordó que Lucy había mencionado un perro.
– Lo que faltaba es que fuera un fiero Doberman -se detuvo un segundo-. Lo que tengo que hacer es mantener la calma. Tengo tiempo más que suficiente.
Los botes de pintura estaban realmente altos. Los miró atónita y se preguntó una y otra vez cómo habrían llegado allí.
Sin pensárselo más, se levantó la falda del vestido y se quitó los zapatos, se agarró a la verja y subió por la reja.
– Lo que debería haber hecho es desatar la lata de la puerta -se dijo cuando ya estaba arriba-. ¡Piensa antes de actuar, Tess!
Cuando ya tenía la lata en la mano bajó con cuidado para no derramar ni una gota de pintura.
Tess miró al reloj y se apresuró a subir de nuevo.
– ¡Te has vuelto a olvidar de desatar la lata! Vamos Tess, no lo fastidies todo ahora.
¿Por qué demonios le había mencionado lo de poner fin a la relación a su hermana? Habría sido mucho más fácil que su hermana se pasara una larga noche bajo la cama y que se las arreglara sola con su problema.
– ¿Por qué? -se volvió a preguntar Tess-. Pues porque no eres más que una sentimental, que ha hecho parte de su vida la misión de cuidar de una hermana imposible.
Por fin llegó a la parte de arriba del segundo pilar. Un perro la miraba desde abajo y se relamía al verle los dedos desnudos de los pies.
Un pequeño grito y un traspiés fueron suficientes para que la meticulosa tarea sufriera un cambio de curso. Al sentir que se caía se agarró a lo primero que encontró, con tan mala suerte de que se trataba, precisamente, de la cuerda con la que había atado el enorme bote de pintura.
Mientras caía veía, como en cámara lenta, que la lata descendía detrás de ella.
Ella cayó sobre unos matorrales y la lata de pintura sobre su estómago. Su cara, brazos, hombros y piernas estaban completamente rociados de pintura blanca.
Se levantó para sacudirse los restos de pintura y, en ese preciso instante, la deslumbraron los focos de un coche.
Pronto pudo comprobar que era el BMW negro con las ruedas ya infladas.
Drew presionó el botón del control remoto y esperó a que las puertas se abrieran.
Tess contuvo la respiración y rezó porque no la viera. El coche continuó su camino sin reparar en su presencia, lo que no dejaba de ser francamente sorprendente, puesto que tenía el mismo aspecto que Casper, el fantasma amigable, y resplandecía como una estrella.
Tess sintió algo húmedo en el codo y, al volverse, vio que el perro estaba chupando el único huequecillo sin pintura que quedaba en su cuerpo.
– Fuera de aquí, chucho, fuera -el perro bajó la cabeza y se marchó sin protestar.
En cuanto ella se sintió a salvo de perro y dueño, escaló la verja y salió de allí.
Antes de meterse en el coche, se quitó el vestido, completamente destrozado por la pintura. No estaba dispuesta a estropear también el coche. Claro que, si la policía la paraba, le iba a resultar bastante complicado explicarles su desnudez. Tendría que inventarse algo más creíble que la verdad.
Cerró la puerta del coche y se miró en el retrovisor.
– Esta es la última vez que te salvo el pellejo, Lucy Ryan -murmuró entre dientes-. ¡La última vez!
– ¡Lo has estropeado todo!
Tess puso las manos sobre la mesa y miró a su hermana con furia.
– ¡Mírame! -le dijo-. ¡Ni siquiera he logrado quitarme toda la pintura de la cara!
– La palidez está de moda -dijo Lucy.
– ¡Me importa un rábano que la palidez esté de moda o deje de estarlo! Si tu estúpida idea se hubiera convertido en una realidad, habrías acabado en la cárcel.
– No entiendo por qué estás de tan mal humor.
– ¡Me duele la cabeza por la cantidad de aguarrás que he tenido que usar y tengo el pelo completamente blanco! -dijo Tess. Lucy abrió la boca para responder, pero su hermana no la dejó-. No te atrevas a decirme que se llevan las mechas blancas.
– ¿Sabes lo que te digo? Que me importa un rábano que estés furiosa. Yo me siento extraordinariamente bien y me sentiría aún mejor si mi plan hubiera funcionado como tenía previsto.
– Lucy, se acabó. Ya has puesto fin a tu relación. Ahora tienes que seguir con tu vida.
Lucy se estiró la falda de diseño que llevaba.
– Te haré saber lo que decido, cuando lo haya decidido -respondió.
Tess arrugó el ceño. Estaba a punto de lanzarle un ultimátum, cuando el intercomunicador sonó. Tess pulsó el botón y respondió.
– Tess, hay un hombre aquí que quiere verte. Dice que te conoce.
Tess agarró la agenda.
– No tengo ninguna cita esta mañana, ni tiempo para recibir a ningún comercial. Pídele la tarjeta y dile que lo llamaré para darle cita.
Clarise se aclaró la garganta y respondió.
– ¿Qué le digo que haga con la bandeja de canapés que trae?
Tess tragó saliva y se quedó boquiabierta.
– ¿Canapés?
A Lucy se le iluminó la mirada.
– Me encantan los canapés -Lucy se dirigió hacia la puerta.
– ¡Espera un segundo! -le gritó Tess.
– No puedo -respondió Lucy-. Tengo hora en la peluquería.
Su hermana corrió hacia ella, aún con el teléfono en la mano y la sujetó del brazo.
– Clarise, llévate al caballero de los canapés a la cocina, mete la bandeja en el refrigerador. Ofrécele una taza de café -colgó el teléfono y se dirigió a su hermana- Te acompañaré hasta la puerta.
Abrió una pequeña rendija y vio cómo Clarise se llevaba a Andrew Wyatt a la parte de atrás.
Cuando vio que ya no había peligro, acompañó a su hermana.
Lo último que necesitaba en aquel momento era un emocional encuentro entre Lucy y Drew.
Después de librarse de ella, podría solventar la incógnita de qué demonios hacía el ex novio de su hermana con una bandeja de canapés en su oficina.
– ¿Tienes algún problema? -dijo Lucy.
– Yo no, pero tú si los tendrás si le haces algo más a Andrew Wyatt.
– Pero yo…
– Lucy, yo misma llamaré a la policía y es una promesa. Ahora, vete al peluquero y piensa sobre lo que te acabo de decir.
– ¿Por casualidad te estás queriendo librar de mí?
– Lucy, tengo un negocio que atender y un cliente esperando. Ya hablaremos cuando vuelva a casa.
Tess esperó con ansiedad a que su hermana saliera por la puerta.
Aquello era demasiado para ella: Lucy en la oficina y Drew con una bandeja de canapés. Tenía que poner fin a aquel enredo.
Hizo acopio de todo su valor y se dirigió a la cocina.
Allí se encontró a Drew con Clarise, quien servía con toda meticulosidad una elaboradísima taza de café.
Él sonrió al verla aparecer.
– ¡Tess!
Clarise pareció realmente aliviada. Le dio la taza a Drew y salió rápidamente de la habitación. Drew se aproximó a Tess.
– ¡Buenos días! -dijo, con esa voz suave y melosa que alteraba el sistema nervioso de Tess.
– Buenos días -respondió ella, con la mente completamente en blanco, mientras trataba de pensar en algo inteligente que decir-. ¿Qué haces aquí?
– Me pareció buena idea venir a verte -dijo él, mientras se acercaba un poco más-. ¿Estás bien? Te veo un poco pálida.