Выбрать главу

Drew sonrió y colgó el teléfono. Tess no iba a tener más remedio que verlo, quisiera o no.

– ¿Está saliendo con Tess Ryan? -preguntó Elliot.

Drew se apoyó sobre el respaldo y suspiró.

– Me gustaría que así fuera, Elliot. De momento, nuestra relación está en un momento difícil. ¿La conoces?

Elliot negó con la cabeza.

– Creo… creo que conozco a su hermana.

– No sabía que tuviera una hermana.

– Quizás no la tenga -respondió Elliot, con una extraña expresión de ansiedad bastante poco común en él.

Drew se encogió de hombros.

– ¿Cómo han ido las cosas en mi ausencia? -preguntó Drew.

Elliot se aclaró la garganta.

– Mi… mi coche se rompió. Utilicé su BMW durante unos días. Espero que no le importe.

– No, en absoluto. Es un coche de empresa.

– Y asistí al concierto benéfico en su lugar… -añadió-. Pensé que…

– Perfecto -dijo Drew-. Es mejor que alguien use las entradas.

– Y… he estado durmiendo en su habitación de invitados durante todo el mes, mientras me pintaban la casa.

Drew frunció el ceño.

– ¿Has estado viviendo en mi casa?

Elliot se ruborizó de pies a cabeza.

– Lo siento, pero ha sido por Rufus, señor. No tenía otra opción. Estaba muy abatido.

Drew lo miró perplejo.

– ¿Rufus? ¿Mi perro?

– Sí, señor. Yo no quiero meterme en su vida familiar, señor, pero me da la sensación de que su estado anímico es causado por las cosas que ve en televisión cuando su asistenta está en casa. No tiene ningún cuidado. Mientras estuve con él, lo obligué a iniciar un programa de ejercicios y pasamos una gran parte del tiempo hablando.

– ¿Hablaba con mi perro? Por favor, no me diga que le respondía, porque tendría que empezar a buscarme otro encargado.

Alguien llamó a la puerta en aquel preciso instante.

– Señor Wyatt, hay una policía aquí. Parece que quiere hablar con usted. También ha llegado el señor Eugene, del comité.

Elliot frunció el ceño.

– ¿Policía, señor?

– Sí, alguien me desinfló las ruedas anoche y puse una denuncia. Pero, la verdad, no esperaba que respondieran tan rápido.

Elliot siguió a Drew y a Kim al área de recepción de la oficina.

Los miembros del comité estaban cómodamente instalados en su lugar correspondiente, mientras la policía aguardaba junto a la mesa de Kim.

La policía sonrió.

– ¿Señor Andrew Wyatt?

– Sí. ¿Ha encontrado usted al gamberro que me pinchó las ruedas?

La policía se aproximó a él, hasta que su boca estaba a sólo unos milímetros de la suya. Lentamente bajó la mirada hasta su bragueta.

– ¿Llevas una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme?

Nada más decir esto, metió la mano en la bolsa de lona que llevaba y una música sensual resonó lasciva entre las austeras paredes de la recepción.

Se volvió hacia Drew vigorosamente, se abrió de golpe la camisa, rebelando dos pechos turgentes y excesivos, sugerentemente ocultos bajo un sexy sujetador de encaje negro.

Aquella situación no podía estar dándose, no podía ser verdad. La policía no era tal.

Los miembros del comité cívico de la Junta Municipal estaban boquiabiertos. Kim ocultaba con horror la cara entre las manos, mientras miraba por entre los dedos. Y Drew… estaba mudo y perplejo.

Por fin la bailarina se quitó todo lo que la cubría menos un diminuto tanga y Drew no pudo por menos que soltar una carcajada ante lo absurdo de la situación.

¿Quién demonios podría haberle hecho eso?

Mientras la mujer se movía provocativamente entre los miembros del comité, Elliot le susurró una respuesta a la pregunta no formulada.

– Lubich, Esto es cosa de Lubich. Ya le dije que sería capaz de cualquier cosa.

La última vez, había intentado promulgar el bulo de que los materiales que utilizaba Wyatt & Associates eran de segunda categoría. Pero la empresa ya se había ganado la sólida fama de ser una industria de primera.

Tal vez, la desesperación le había llevado a hacer algo como aquello.

La bailarina se volvió hacia él y, disimuladamente, Drew le puso un billete en la mano.

– Gracias, con esto es suficiente.

Ella sonrió, le enroscó un brazo al cuello y lo besó amorosamente en la boca.

– Me alegro de que le haya gustado. También hago pases privados.

Drew le dio otro billete.

– ¿Quién te ha enviado?

Ella sonrió pícaramente.

– Eso es un secreto.

Drew se apartó de ella, la ayudó a recopilar la ropa que había ido dejando por todas partes y la guió hacia la puerta.

– Que tengas un buen día -le dijo con una amigable sonrisa.

Al volverse hacia la recepción, todos los ojos estaban fijos en él. ¿Qué debía hacer en aquella situación? ¿Debía fingir que no había sucedido nada? No parecía la opción más razonable. ¿Debía intentar explicar lo ocurrido? Pero, ¿qué explicación podía dar, cuando ni él mismo sabía explicárselo?

– Mi madre siempre aparece en el momento más inoportuno -optó por decir-. Generalmente, viene con una cesta llena de galletas, pero hoy…

Los miembros del comité lo miraron nerviosamente. No sabían muy bien qué decir o cómo tomarse el comentario. De pronto, una pequeña carcajada resonó. Era el señor Eugene. Cinco segundos después todos estaban riendo y recapitulando sus partes favoritas del striptease.

Drew los condujo hacia la sala de reuniones. Antes de entrar se volvió hacia Kim y Elliot.

– Quiero que averigüéis quién ha mandado a la bailarina. Si es necesario, contratad un detective privado.

– ¿Quiere decir que no sabe quién lo ha hecho?

– ¡Por supuesto que no! Puedo estar de acuerdo en que tal vez haya sido Lubich, pero no tengo la certeza de que así sea. Creo que, además, está vinculado con lo de las ruedas de anoche. Así es que quiero saber qué está pasando.

– ¿Qué hago, entonces: averiguo lo de la bailarina o lo de Tess Ryan? -preguntó Kim, con su habitual eficiencia.

Drew se quedó pensativo.

– Kim, tú te ocupas de Tess Ryan y Elliot de la bailarina. Quiero tener algo concreto para el final del día.

Nada más decir eso se volvió hacia la sala de juntas. Definitivamente, llevaba demasiado tiempo ya pensando en mujeres vestidas y desnudas. Era el momento de ponerse a trabajar.

– ¡Feliz cumpleaños!

Un montón de aplausos resonaron y Tess sonrió desde detrás de una enorme tarta con forma de cabeza de vaca.

Todos los asistentes al cumpleaños iban vestidos con trajes del lejano Oeste y el niño del cumpleaños sonrió alegre. Acababa de soplar sus cincuenta velas sin fallar ni una.

La esposa de Arthur Duvelle, Eleanor, lo besó en la mejilla.

Aquella resultó ser una de las mejores fiestas que jamás había organizado. Había balas de paja y la comida se servía en diligencias. La barbacoa resultó excelente y la banda de música country daba el toque perfecto.

Incluso había contratado a unos vaqueros para poner la guinda a la fiesta y unos cuantos asistentes ya lo habían intentado sobre un potro mecánico.

– ¡Una estupenda fiesta!

Tess se volvió con una sonrisa para recibir el cumplido que le acababan de hacer. Pero la sonrisa se le congeló en la boca.

– ¿Qué… qué diablos haces aquí?

Drew se aproximó a ella.

– ¿Te echaba de menos? ¿No tenía más remedio que verte? Te parecen buenas razones, ¿o quieres que mienta?

– ¡Esta es una fiesta privada! No puedes estar aquí.

– Te echaba de menos.

– ¡Tienes que irte!

– ¡Pero yo no quiero irme!

Tess miró nerviosamente a Arthur Duvelle. Éste acababa de volverse hacia ella. Era el momento de partir la tarta. Pero antes de seguir con su trabajo, tenía que librarse de Drew.