– Dios mío. -Aidan se puso en pie, fue hasta ella y le quitó la pistola de las manos. Luego la abrazó y ambos exhalaron juntos largos suspiros jadeantes. Pero, de repente, Aidan dio un respingo y cayó al suelo. Kristen lo vio desplomarse como si tuviese la mente separada del cuerpo; a continuación, levantó los ojos y vio unos zapatos, unos pantalones, un abrigo. Una mano que sostenía una pequeña porra. Y el rostro enojado de Drake Edwards.
– Así es como se hacen las cosas -masculló. Se agachó y recogió la pistola de Kristen del suelo, sacó la de Aidan de la funda y por fin le dio media vuelta al cadáver y extrajo la que este llevaba sujeta en la cintura-. Tendrá que acompañarme, señorita Mayhew.
– No.
Él la miró con expresión divertida.
– ¿Cómo que no? ¿Qué piensa hacer para evitarlo?
Los latidos salvajes del corazón de Kristen le aporreaban el pecho. Dio un paso atrás y gritó cuando Drake Edwards la aferró por el brazo. Entonces sonó el teléfono y se oyó el doble tono del fax. Ambos se volvieron. El hombre que la había atacado había desconectado el teléfono pero no el fax. Edwards contempló fascinado la página que salía de la impresora.
A Kristen se le revolvió el estómago. Era el permiso de conducir de Owen. Edwards arqueó las cejas por la sorpresa y sus labios esbozaron una sonrisa despiadada.
– ¿Sigue trabajando a estas horas, señorita Mayhew? ¿Quién es ese? ¿Alguien en especial?
A Kristen se le secó la boca y fue incapaz de idear una respuesta.
– Sabía que tenía que ser alguien cercano. Así que este es el tipo, ¿no? El premio gordo. -Edwards dobló el papel y se lo guardó en el bolsillo-. Venga conmigo. Tengo por costumbre no matar a ningún policía; me crearía demasiados enemigos, y los policías no olvidan nunca. Aun así, si vuelve a abrir la boca, haré una excepción. -Kristen dirigió una última mirada desesperada a la figura inconsciente de Aidan y, sintiéndose impotente, salió de la casa y se dirigió hacia el coche patrulla que había aparcado a la entrada. Sentado al volante había un extraño vestido de uniforme. El hombre la saludó con una sonrisa burlona. ¿Dónde se habría metido McIntyre?
Drake Edwards estaba llevándosela en pleno día y en un coche patrulla. Sin dar crédito a lo que estaba ocurriendo, le dirigió una mirada y vio que el gesto de sus labios denotaba verdadera satisfacción.
– Con tantas idas y venidas a su casa y tantas escoltas diferentes, nadie se ha extrañado de ver a un policía más, señorita Mayhew. -Tenía razón, nadie se había dado cuenta de nada. Edwards abrió la puerta de detrás del conductor y Kristen vio a McIntyre desplomado en el asiento del acompañante. Le salía sangre del oído, pero su pecho se movía; estaba vivo. Edwards se inclinó y acercó la boca al oído de Kristen-. No haga nada raro o esos dos chicos que cruzan la calle en bicicleta morirán.
Kristen miró a los chicos, sabía que Edwards cumpliría su promesa. Era la mano derecha de Conti y corrían rumores de que era un gran hijo de puta. Sin embargo, las autoridades no habían podido recoger pruebas suficientes para presentar cargos contra él. Se preguntaba si después de aquello podrían hacer algo o si también ella acabaría convirtiéndose en un rumor más.
– ¿Adónde me llevan? -preguntó cuando el hombre subió al coche.
– Tiene una cita, señorita Mayhew. Estoy seguro de que no quiere llegar tarde.
Sábado, 28 de febrero, 14.15 horas
Mia regresó a la iglesia con el anuario de la escuela de la señorita Keene bajo el brazo. Buscó a Spinnelli.
– ¿Abe sigue en el hospital? ¿Todavía no ha vuelto?
Spinnelli negó con la cabeza.
– Todavía no. Ha dicho que te llamaría y te contaría las últimas noticias. -Volvió a sacudir la cabeza-. Pobre Kristen.
– Sí, después de todo lo que ha pasado solo le faltaba llevarse un susto así. -Miró a su alrededor con mala cara-. Por cierto, ¿dónde está?
– En casa, descansando. El hermano de Abe ha ido a hacerle compañía.
– Bueno, por lo menos no está sola.
– ¿Qué has averiguado en la tienda de esa señora? Has tardado siglos.
Mia suspiró y abrió el anuario por la página que tenía marcada.
– Este es Robert Barnett. Me he dado una vuelta por la facultad de bellas artes para pedirles que dibujasen su retrato con cuarenta años más. -Le mostró el bosquejo-. No lo he visto nunca.
– Yo tampoco. -Spinnelli frunció el entrecejo-. Esperaba que fuese la gran revelación.
– Ya; yo también. Sabemos que es el hijo de Genny O'Reilly y el sobrino de Paul Worth, el anciano de la residencia, pero aparte de eso no veo la relación por ninguna parte.
– Hola. -Se les acercó una jovencita con una sonrisa amigable-. Me han encargado que compruebe que todos los invitados están servidos. Soy Rachel. -La chica los examinó con la mirada-. Y seguro que ustedes son Mia y el teniente Spinnelli.
A Mia no le hacían falta las presentaciones para reconocer a la hermana pequeña de Abe. Tenía los mismos ojos que él.
– Encantada de conocerte, Rachel. Tu familia ha preparado una fiesta preciosa.
– No está mal. Yo echo en falta la pizza. -Miró con curiosidad el anuario y se inclinó para aproximarse mientras observaba con atención el bosquejo-. ¿Es de Kristen?
Mia, perpleja, se volvió hacia Spinnelli y luego se dirigió de nuevo a Rachel.
– ¿Por qué lo preguntas?
La chica se encogió de hombros.
– Parece su amigo.
– ¿Conoces a este hombre? -preguntó Mia en tono enérgico.
Rachel, asustada, abrió mucho los ojos.
– Creo que sí. ¿Por qué?
– ¿Dónde lo has visto? -intervino Spinnelli con calma.
– Le llevó un sándwich a Kristen la semana pasada. Fui a verla al trabajo y él estaba a punto de marcharse. Se llama Owen no sé qué. -Parecía angustiada-. ¿Por qué?
Mia sacó el teléfono.
– Tengo que llamar a Abe. -Hizo una mueca cuando saltó directamente el contestador-. Debe de estar todavía en la UVI, hablando con el amigo de Kristen. Tiene el móvil desconectado.
– Llama a Kristen. -Spinnelli hizo un gesto a Todd Murphy.
Kyle Reagan se acercó a ellos con semblante preocupado.
– ¿Qué ocurre? -Aunque estaba jubilado, había sido policía y sabía cuándo las cosas no iban bien.
Mia apretó la mandíbula.
– No lo coge. Mierda. Kristen no contesta.
Kyle le arrebató el teléfono.
– Voy a llamar a Aidan. -Unos segundos más tarde, el hombre palidecía-. Tampoco contesta.
Spinnelli sacó su móvil y empezó a presionar las teclas de forma frenética.
– Envíen una unidad a la casa de la fiscal Mayhew lo más rápido posible; que pongan la sirena.
Spinnelli se quedó mirando a Murphy y a Kyle Reagan.
– Encargaos de que todo el mundo se quede aquí y esté tranquilo. Vámonos, Mia.
Sábado, 28 de febrero, 14.45 horas
Lo sorprendió el sonido del teléfono. No recibía llamadas en casa. De hecho, la última persona que lo había telefoneado había sido el sheriff del condado de Lake para comunicarle el suicidio de Leah. Dejó a un lado el bolígrafo y contestó.
– ¿Diga?
– Señor Madden, soy Zoe Richardson. Seguramente habrá oído hablar de mí.
Él apretó la mandíbula y aferró el teléfono con fuerza.
– Sí, he oído hablar de usted.
– Me alegro. Se ha descubierto el pastel, señor Madden. Sé quién es en realidad.