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«Que no cunda el pánico», se dijo.

– No sé de qué me habla.

Ella emitió una risa gutural.

– No se preocupe. Solo quería que supiese que estoy preparando la noticia de esta noche. He conseguido pruebas de que la fiscal Mayhew tiene una relación personal con el espía asesino y de que es ella quien guía sus acciones. Será todo un notición.

A pesar de lo fatigado que se sentía, la sangre empezó a hervirle en las venas.

– Sabe perfectamente que eso es absurdo. Kristen no ha hecho nada malo.

– Puede ser, pero si últimamente su carrera peligraba, después de esto no le permitirán ejercer en ningún juzgado del país. -La voz de la chica se oía cada vez más entrecortada-. Necesito dar un notición esta noche, señor Madden. Y si no es uno, será otro. Supongo que me entiende. Puede ocultar su rostro y disimular la voz; luego puede seguir con sus acciones. Solo quiero una exclusiva. ¿Tiene un bolígrafo a mano?

– Sí -dijo entre dientes.

– Muy bien. Pues anote esta dirección. Lo estaré esperando.

Volvió la hoja en la que había estado escribiendo y tomó nota de los datos.

– Es una sabandija.

– Bueno, bueno, señor Madden. «No te acerques, que me tiznas», le dijo la sartén al cazo.

Él observó los datos y tomó una decisión. La vida de Kristen no podía verse arruinada por culpa de lo que él había hecho. Arrancó la hoja del cuaderno y se la guardó en el bolsillo. Luego abrió la puerta de cristal del armario en el que guardaba las pistolas. Había matado a muchas personas. ¿Qué importaba una más?

La chica le devolvió el móvil.

– ¿Qué tal lo he hecho?

Drake sonrió.

– Perfectamente. -Le metió un billete de cien dólares en el bolsillo del abrigo-. Cómprate algo bonito. Y dale recuerdos a tu madre.

– Gracias, tío Drake. -Se levantó y lo besó en la mejilla.

Jacob aguardó a que la sobrina de Drake saliese de la limusina.

– Esta chica promete.

– Mucho. -Drake sonrió, satisfecho-. Es casi la hora, Jacob.

Sábado, 28 de febrero, 14.45 horas

Mia y Spinnelli entraron en la casa de Kristen. Jack y sus hombres estaban buscando cualquier cosa que indicase adónde se la habían llevado. El dormitorio estaba hecho un desastre y en el papel de rayas azules había manchas de sangre. Mia trató de controlar el pánico que sentía y se arrodilló junto al hermano de Abe para ponerle los dedos en la garganta. Su pulso parecía regular. «Gracias a Dios.»

– ¿Quién de ustedes me ha llamado? -preguntó Spinnelli.

Un agente dio un paso al frente.

– He sido yo, señor. He encontrado al agente Reagan inconsciente y he llamado a una ambulancia. El otro hombre no lleva documentación y está muerto. La pistola de Reagan ha desaparecido.

Mia levantó la cabeza.

– ¿Y McIntyre?

– No hay rastro de él ni del coche patrulla. Hemos registrado la casa y el cobertizo del patio. No responde a las llamadas por radio. Una vecina vio a la señorita Mayhew subir al coche. Dice que la acompañaba un hombre alto, el sombrero le ocultaba el rostro. Nadie más ha visto nada.

Spinnelli empezó a despotricar.

– ¿Y le ha preguntado por qué no ha llamado a la policía?

– Ha dicho que, como ha habido mucha policía durante toda la semana, no le ha dado importancia -explicó el agente.

– ¿Y nadie ha oído el maldito disparo? -intervino Mia.

– Ha dicho que, como llevan toda la semana dando porrazos, no le ha parecido raro oír ruido.

El gesto de Jack se endureció.

– He hablado con el jefe directo de Aidan. Él tiene una Glock del calibre 38. A este hombre lo han matado con un arma del 22.

– Kristen acaba de comprarse una pistola del 22. -Mia pulsó la tecla del móvil que correspondía al teléfono de Abe, pero no obtuvo mayor éxito que las diez veces anteriores-. Mierda. ¿Dónde se ha metido Abe?

– ¿Has llamado al hospital? -preguntó Jack al tiempo que Spinnelli se arrodillaba para echar un vistazo al cadáver.

– Lo están buscando -dijo Spinnelli-. Al parecer, ese tal Timothy se ha llevado un susto de muerte al ver a Abe y han tenido que hacerlo salir de la UVI. Abe se lo ha llevado para tranquilizarlo y poder hablar con él.

Mia ladeó la cabeza mientras escuchaba con atención.

– Silencio. Está sonando el móvil de Kristen.

Spinnelli dio la vuelta al cadáver para despojarlo del abrigo.

– Lo lleva en el bolsillo. -Abrió el móvil de Kristen-. ¿Diga? Sí, este es su móvil… Soy el teniente Marc Spinnelli, del Departamento de Policía de Chicago. ¿Quién es usted? -Se mantuvo a la escucha y al poco se puso en pie-. Chicos, cuando entrasteis ¿visteis algo en el fax?

Los agentes se miraron el uno al otro.

– No, señor.

– No -respondió Spinnelli-. No lo ha recibido. ¿Puede volver a mandarlo enseguida? Gracias. -Se volvió hacia Mia-. Era el juez de instrucción del condado de Lake. Se ve que ha llamado a Kristen para darle el nombre de la persona que identificó el cadáver de Leah Broderick y luego le ha enviado una foto por fax. Es Owen Madden.

Mia cerró los ojos.

– Entonces, ella ya lo sabe.

– Sí -dijo Jack-. Y el que se la ha llevado también lo sabe.

– Y suponiendo que esto es cosa de Conti… -Spinnelli no terminó la frase.

No hacía falta. Conti quería al asesino y ya lo tenía. Y además tenía a Kristen.

Capítulo 22

Sábado, 28 de febrero, 15.00 horas

– ¿Estás mejor?

Timothy asintió, pero Abe no estaba convencido. Lo único que había averiguado era que Timothy había visto algo que lo había horrorizado. Pero cada vez que estaba a punto de confesar la verdad, le entraba un temblor tan violento que le impedía hablar. Abe estaba a punto de llamar a Miles. Sin embargo, sabía dos cosas con seguridad. Por una parte, aquel hombre sentía un gran afecto por Kristen y por Vincent y, por otra, era imposible que fuese el asesino. La descripción que les había proporcionado la enfermera resultaba acertada por completo. Timothy era un hombre altamente funcional con síndrome de Down leve.

«Altamente funcional», pensó. Así era como Kristen había definido a Leah Broderick. Y las coincidencias no existían.

– Vamos a intentarlo otra vez. Trabajabas en la cafetería donde Kristen suele ir a comer, ¿verdad?

El joven, atormentado, cerró los ojos.

– Sí -susurró.

– Timothy, ¿conocías a una chica llamada Leah Broderick?

Timothy asintió.

– Sí. Íbamos juntos a la iglesia. A veces también acudíamos juntos a los actos del centro social.

– ¿Era tu novia?

Él frunció el entrecejo.

– No. Solo era mi amiga.

– Muy bien. ¿Cuándo viste a Leah por última vez?

Bajó la vista a sus rodillas.

– Hace mucho tiempo. Ahora está muerta.

– ¿Puedes decirme cómo murió?

Timothy tiró de un hilo que sobresalía de sus pantalones.

– Se suicidó.

Estaban buscando a alguien que hubiera sufrido un trauma. El suicidio de un ser querido era un hecho lo bastante traumático como para desencadenar una reacción emocional intensa.

– Lo siento. -Timothy no dijo nada, así que Abe prosiguió-. ¿Tenía familia?

Timothy palideció.

– Sí.

– Escucha, Timothy. Sé que estás asustado, pero esto es muy importante; puede que sirva para salvar a Kristen. ¿Hay algún familiar de Leah que se llame Robert Barnett?

– No lo sé. Su madre murió de cáncer. Tenía a su padre, pero no se llama así.

– ¿Conoces a su padre?

Timothy se echó a temblar de nuevo.

– Es mi jefe.

A Abe se le paralizó el corazón.

– ¿Tu jefe? ¿En la cafetería? ¿Owen es el padre de Leah?

Timothy asintió, desconsolado.

– Timothy, ¿qué es lo que has visto? Dímelo, por favor.