– ¡Abe! -espetó Spinnelli-. ¿Me oyes?
Los neumáticos chirriaron y el coche se alejó de la casa de Madden como alma que lleva el diablo.
– Sí, te oigo.
Sábado, 28 de febrero, 15.45 horas
Owen levantó la cabeza tras desatarle los pies.
– ¿Lo sabías?
– Me he enterado hace una hora.
Él se irguió.
– ¿Quién te ha hecho esto?
– Jacob Conti. -Kristen se puso en pie mientras se frotaba las muñecas-. No le gustó que asesinaran a su hijo.
Owen la miró y Kristen se preguntó si alguna vez había observado en sus ojos aquella mirada fría y decidida. Creía que no, pero a decir verdad nunca se había fijado. Era Owen, su amigo. Tenía un establecimiento de comida y preparaba pollo frito y tarta de cerezas.
«Ha asesinado cruelmente a trece personas», se dijo.
– Si todo esto no te pusiese en peligro a ti, volvería a hacerlo.
– Y pagarás por ello.
Sin sorprenderse, Owen y Kristen se volvieron y vieron a Jacob Conti y a Drake Edwards al final de la hilera de cajas. El que había hablado era Drake Edwards y ahora se les acercaba empuñando un semiautomático y mirándolos con ojos de buitre.
A Kristen se le heló la sangre. «Abe, por favor, date cuenta de que he desaparecido. Ven a buscarme. Por favor.»
– Drake, regístralo por si lleva armas. Luego nos iremos todos juntos a un sitio más cómodo, ¿de acuerdo? -dijo Conti con la más absoluta tranquilidad.
Edwards cacheó a Owen y le arrebató dos semiautomáticos enormes; uno lo llevaba en una funda colgada al hombro, y el otro, sujeto en la cintura. Luego lo obligó a caminar hasta que llegaron al amplio pasillo por el que solían circular las carretillas para apilar las cajas. Al final del pasillo había un área de carga desierta. Todo estaba en silencio.
Owen se detuvo.
– Mátame aquí -lo desafió-. No pienso andar más.
– Harás lo que yo te diga -espetó Edwards.
– Ahora ya me tienes -prosiguió Owen como si Edwards no hubiese abierto la boca-. Deja que ella se vaya.
Los labios de Conti dibujaron una curva.
– ¿Y quedarme sin la mejor parte de la venganza? Ni mucho menos.
Kristen volvió a observar la mirada de buitre de Edwards y lo comprendió todo. Owen había matado por ella y ahora iban a utilizarla para hacerle sufrir.
Edwards soltó una risita.
– Te lo vas a pasar de miedo con una mujer tan inteligente, Jacob. La chica ya lo ha entendido todo.
Owen palideció pero no dijo nada. Conti se echó a reír.
– Ya lo ves, no me basta con matarte. Vas a sufrir, igual que hiciste sufrir a mi hijo. Drake jugará con ella delante de ti. Luego la matará, también delante de ti. Después… Preferirás estar muerto.
– Venga conmigo, señorita Mayhew. -Edwards la aferró por el brazo y Kristen, horrorizada, trató de librarse de él. A Edwards se le ensombreció el semblante y le hincó los dedos en la carne-. He dicho que venga. -Tiró de ella y Kristen se resistió, lo empujó por el pecho y volvió la cabeza cuando el hombre trató de besarla.
Conti volvió a reírse.
– ¿Qué, Drake? ¿Te lo pasarás tan bien como con Richardson?
Edwards la agarró por los hombros y la zarandeó hasta que empezó a ver chiribitas.
– Me parece que sí, Jacob. Me gusta que tengan carácter.
Kristen parpadeó varias veces para tratar de espabilarse. Cuando vio que Owen se arrodillaba sobre una pierna y que Edwards daba un respingo, creyó que su imaginación le estaba gastando una mala pasada. Durante una décima de segundo, Edwards permaneció inmóvil. Tenía un agujero de bala en la frente. Al fin se desplomó. Sin embargo, en menos que canta un gallo Conti le había rodeado el cuello con el brazo y le apuntaba con una pistola en la sien.
Owen seguía arrodillado, tenía una pequeña pistola en la mano. Debía de llevarla escondida en la bota. Respiraba con agitación. Viendo cómo entrecerraba los ojos, Kristen volvió a tomar conciencia de que el hombre que tenía delante había matado cruelmente a trece personas. Miró el cuerpo de Edwards con el rabillo del ojo y la visión le atenazó el estómago.
«Catorce.»
– Hijo de puta -gruñó Conti-, si no tiras ahora mismo la pistola, la mato.
– Me matará de todos modos -dijo Kristen-. Busca ayuda. Por favor.
Conti le hincó la pistola en la sien.
– Cállate. Suelta la pistola, Madden. Ahora mismo.
Owen lo hizo y la pistola cayó al suelo.
– Ahora levántate y lánzala de una patada hacia mí.
Owen le obedeció. Entonces se oyó otro disparo y Owen cayó al suelo; se retorcía de dolor y le sangraba la rodilla. Sin embargo, no se quejó. Kristen recordó las palabras del juez de instrucción del condado de Lake. «Se mantuvo estoico como un marine.» Un marine con muy buena puntería.
– Ahora mira cómo ella muere, Madden.
Kristen cerró los ojos y se preparó para lo peor. Le hubiese gustado pasar aunque solo fuera un día más con Abe. «Me encontrará aquí. Muerta de un disparo, igual que Debra -pensó-. Lo siento mucho, Abe.»
Y en aquel preciso instante resonó la voz de Abe.
– Suéltala, Conti.
Kristen se desmoronó. Era Abe. Conti tiró de ella para que se mantuviese en pie sin separar la pistola de su sien. Abe emergió de detrás de un montón de cajas que se encontraba cerca del área de carga y descarga; empuñaba su pistola.
– ¿Y por qué iba a hacerlo? -lo desafió Conti.
– Porque como le toques un pelo, voy a dejarte seco ahí mismo. -Se aproximó despacio-. Suéltala.
Conti retrocedió un paso llevándosela consigo mientras gritaba unos cuantos nombres en tono autoritario.
Abe siguió acercándose con paso firme.
– Si llamas a los hombres que estaban montando guardia en el exterior, te aconsejo que no te esfuerces. Digamos que están fuera del alcance de tu voz.
Kristen notó que Conti se ponía rígido. Estaba lleno de rabia.
– La mataré, te juro que la mataré.
Mientras trataba de ahuyentar el pánico, Kristen miró a Owen. Yacía en el suelo, aferrándose la rodilla; de pronto vio que clavaba los ojos en un punto a su derecha. Siguió con la mirada la misma trayectoria, y del alivió que sintió estuvo a punto de desmayarse.
Oculto entre las cajas, Spinnelli apuntaba con su pistola a Conti.
«Y a mí», pensó Kristen. Trató frenéticamente de idear una forma de librarse de Conti para que Abe y Spinnelli pudiesen disparar sin obstáculos.
Entonces Owen alzó la vista y Kristen hizo lo propio. Mia se encontraba arrodillada en lo alto de uno de los soportes metálicos; sostenía una caja que iba soltando poco a poco. Kristen contuvo la respiración y aguardó… Y aguardó… Hasta que la caja cayó detrás de ellos e impactó en el suelo con gran estruendo. Conti, sobresaltado, vaciló, y Kristen aprovechó ese instante para dar golpes y patadas, para retorcerse, arañarle, morderle, agacharse y alejarse en cuanto él la soltó. Se sucedieron tres disparos rápidos y Conti se desplomó.
Ya no volvería a levantarse.
Al cabo de un instante, Abe la mecía entre sus brazos.
– Dios mío, Dios mío -no podía dejar de decir con el rostro hundido en su pelo-. Pensé que iba a perderte.
Había creído que vería otra vez cómo asesinaban delante de sus ojos a la mujer que amaba. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y la abrazó con más fuerza. Kristen le acariciaba la espalda de arriba abajo.
– Estoy bien, Abe. De verdad que estoy bien.
Aquellas palabras hicieron mella en el temor que él sentía y, poco a poco, la soltó. Por fin extendió los brazos para apartarla un poco y observarla con atención; trataba de descubrir alguna señal de maltrato. Al no encontrar ninguna, cerró los ojos aliviado.
– Tenía ganas de matar a Edwards por ponerte la mano encima.
– No te preocupes. Ya está muerto. Owen lo ha matado.
– Lo sé. Estaba escondido detrás de las cajas cuando vosotros habéis aparecido entre las pilas. Lo he visto todo. -Abe volvió a estremecerse; sabía que nunca olvidaría la imagen de aquel hijo de puta propasándose con Kristen-. Si no te hubieses detenido aquí, no habríamos llegado a tiempo.