Pero pronunció las palabras con un hilo de voz. Aquella reacción no era propia de ella.
– Kristen, me estás asustando. ¿Qué ocurre?
– He ido al médico.
A Abe se le paralizó el corazón. Dios santo. La cabeza empezó a darle vueltas y al final recuperó el pensamiento que había enterrado en los confines de su mente: la posibilidad de que el cáncer se reprodujera.
– ¿Vuelve a la carga?
Ella lo miró, confusa.
– ¿El qué?
– El cáncer.
Ella se demudó y relajó los hombros.
– No, no, Abe, no. Lo siento. No te preocupes. Estoy bien, de verdad. -El pulso acelerado de Abe se normalizó y ella volvió a dar un vistazo a la habitación mientras esbozaba una sonrisa-. Veo que has estado muy ocupado esta mañana. Qué lástima que tengas que llevártelo todo de aquí.
Abe sacudió la cabeza.
– Ni hablar. Me he pasado la mañana entera… -Pero se interrumpió al observar la mirada de Kristen. Nunca había visto en sus ojos un brillo igual. Reflejaban esperanza y… algo más. El corazón le dio un vuelco; apartó con suavidad los rizos de su rostro mientras se esforzaba para no ilusionarse-. ¿A qué médico has ido?
Ella lo miró fijamente.
– Quería ver qué tal andaba de hierro. Me siento muy cansada desde que volvimos de Kansas, y mi madre solía tener anemia.
Abe no tenía ganas de pensar en aquel viaje, en el enfrentamiento final con el padre de Kristen, quien se negaba a dar a su hija el amor que merecía. Le habían entrado ganas de romperle la cara; sin embargo, Kristen se había limitado a decirle adiós para siempre. Había seguido yendo a visitar a su madre mientras esta vivió, pero había dejado a su padre por imposible. Peor para él. Acabaría más solo que la una. En cambio Kristen estaba bien rodeada, había entrado a formar parte de la familia Reagan.
– ¿Y qué te ha dicho el médico?
– La doctora dice que estoy bien de hierro. -En su rostro se dibujó una expresión maravillada-. Y también dice que estoy embarazada. -«Embarazada.» La palabra estalló en la mente de Abe y le paralizó el corazón. Se sentía eufórico, tenía ganas de gritar, de reír, de ponerse a dar volteretas. Sin embargo, ella estaba muy callada; así que aguardó-. Yo le he dicho que era imposible, que me habían quitado casi todo el cuello uterino. Pero ella me ha explicado que lo que me habían practicado se llama biopsia cónica y que, a pesar de haberme extirpado una parte importante, no interfiere con la concepción. -Kristen pronunció aquellas palabras como si se las hubiese aprendido de memoria pero no las creyese-. Me ha dicho que el médico debió explicarme todo esto hace diez años.
– ¿No lo hizo?
– Tal vez sí. Entre el parto, el proceso de adopción y la operación estaba tan destrozada que es probable que ni lo oyera. Di por hecho que no podría tener hijos. Y después no quise volver a pensar en ello.
Abe no pudo contenerse. Una gran sonrisa se dibujó en su rostro. Al tiempo que profería un grito de alegría, la abrazó con fuerza y la hizo dar vueltas como si tuviese la edad de la pequeña Jeannette. Ella, jadeante, se rio y le echó los brazos al cuello.
Él apartó un poco la cabeza para mirarla a los ojos. El verde intenso y las lágrimas les conferían un brillo deslumbrante.
– Ya sabes que te quiero.
Ella parpadeó y al hacerlo las lágrimas le resbalaron por las mejillas.
– Lo sé. Yo también te quiero, Abe. No puedo creerlo.
– ¿Cuándo cumples?
– En enero.
Él echó cuentas rápidamente.
– Entonces, ¿estás de tres meses?
Ella, abrumada, volvió a mirarlo.
– He oído el latido, Abe. -Se llevó la mano al vientre con vacilación-. Vamos a tener un bebé.
Él le cubrió la mano con la suya; le hubiese encantado estar a su lado en aquel momento.
– La próxima vez iré contigo, yo también quiero oírlo. Te acompañaré a todas las visitas.
Ella hizo una mueca imprevista.
– Tendrás que pagarle a Mia de alguna manera el doble trabajo que le tocará hacer cada vez que tengamos visita.
– Le dejaré que elija los restaurantes. -Abe apoyó la frente en la de ella. Se sentía tan feliz que no cabía dentro de sí-. Te quiero.
– Yo también.
– ¿Podemos decírselo a todo el mundo?
Kristen se libró del abrazo y se dirigió hacia la puerta.
– Sí. Eso si no se nos ha adelantado Ruth.
Abe esbozó una sonrisa.
– ¿La doctora es ella?
Kristen le devolvió la sonrisa.
– ¿A ti qué te parece? Me ha hecho descuento.
Karen Rose
Karen Rose es una de las escritoras que se está ganando con mayor rapidez el favor
de las lectoras y la crítica norteamericanas. Publicó su primer libro en 2003. Con el tercero, Alguien te observa, ganó el premio RITA a la mejor novela romántica con suspense que concede la Asociación de Autores de Novela Romántica de Estados Unidos, un galardón al que ha sido finalista en posteriores ocasiones.
Una sabia y equilibrada mezcla de intriga y pasión, unos personajes principales con carácter, unos secundarios bien perfilados y un suspense que atrapa hasta el final son el sello de las novelas de esta autora.
Karen Rose vive en Florida, con su marido y sus dos hijas.