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«Ah, ahí estamos», pensó. Su rostro aparecía en pantalla. Explicaba a los espectadores que aquella tarde había mantenido una entrevista con la señorita Mayhew, la ayudante del fiscal, quien había sido incapaz de conseguir que condenaran al hijo del adinerado industrial Jacob Conti. Se las arregló para parecer sinceramente afectada, pero la verdad era que el fracaso rotundo de Kristen Mayhew le producía un placer desmesurado. Se volvió. «Bonito perfil, Zoe», pensó, y la cámara se desplazó para volver a enfocar al famoso Jacob Conti.

«¿Puede explicarles a los espectadores cómo se siente al conocer el veredicto, señor Conti?»

El atractivo rostro de Conti adoptó una expresión de absoluto alivio.

«No puedo expresar lo aliviados y felices que nos hemos sentido mi esposa y yo al ver que los miembros del jurado no consideraban culpable a mi hijo. Esa acusación sin fundamento ha estado a punto de arruinar su juventud.»

«Algunos consideran que las vidas que han quedado arruinadas son las de Paula García y el hijo que gestaba, señor Conti.»

El semblante del hombre se demudó para dar paso a una expresión de absoluto pesar.

«Quiero expresar a la familia García mi más sentido y sincero pésame. No alcanzo a imaginar lo que deben de estar sufriendo con la pérdida. Pero la culpa no es de mi hijo.»

Zoe se vio a sí misma asentir y curvar los labios hacia abajo durante un breve instante antes de entrar a matar.

«Señor Conti, ¿puede dirigir unas palabras a quienes afirman que sobornó al jurado?»

Ajá, lo había pillado por sorpresa. Sin embargo, el hombre recobró enseguida la calma y, con admirable aplomo, arqueó una ceja.

«Tengo por costumbre hacer caso omiso de los rumores, señorita Richardson. Sobre todo si son tan ridículos como ese. -A continuación ladeó la cabeza en un gesto de asentimiento, un movimiento suave y elegante, para indicar que se disponía a marcharse-. Ahora debo volver junto a mi familia.»

Ella se volvió hacia la cámara.

«Estas han sido las palabras del industrial Jacob Conti, quien ha expresado su condolencia a la familia de Paula García y, al mismo tiempo, el alivio que siente al saber que su hijo dormirá en casa esta noche. Devolvemos la conexión.»

Zoe detuvo la cinta y la extrajo del aparato. Más tarde incorporaría aquel fragmento a la cinta maestra, aquella en la que grababa sus mejores momentos. Un currículum de lo más original. Se puso en pie y se deleitó con la sensación que le producía la seda resbalándole por las piernas a medida que la bata se colocaba en su sitio. Le encantaba la seda. Aquella prenda se la había regalado uno de los ayudantes del alcalde. Se habían hecho mutuamente unos cuantos favores políticos. Sonrió. Luego se habían entregado a otro tipo de favores. En los momentos en que se permitía sincerarse consigo misma, admitía que lo echaba de menos; pero la mayoría de las veces solo echaba de menos las prendas de seda.

Muy pronto podría comprarlas por sí misma. Muy pronto podría permitirse comprar todo lo que deseara. Porque, muy pronto, todo Estados Unidos confiaría en su rostro y en su voz a la hora de conocer las noticias. Se paseó inquieta por la pequeña sala de estar. Necesitaba una primicia. Hasta el momento le había ido bastante bien acosando a la incansable e intrépida perseguidora del mal, la fiscal Kristen Mayhew. Su intuición le decía que si algo funcionaba era mejor no tocarlo. Tabaleó en la manga de seda con una uña embellecida con la manicura francesa mientras se preguntaba qué actividad aparecía en la agenda de Kristen Mayhew para primera hora del día siguiente.

Jueves, 19 de febrero, 00.30 horas

La pantalla del ordenador relumbraba en la oscuridad de la habitación. No había duda de que internet había convertido el mundo en un pañuelo. La persona cuyo nombre había extraído de la pecera residía en la costa norte de Chicago, en una de las zonas más caras de la ciudad.

Pensó que no podría acometer a su séptima víctima en el mismo lugar donde vivía y trabajaba. Tenía que conseguir que el hombre saliera de allí, debía atraerlo hasta el lugar que había elegido para su cometido.

Miró el montón de sobres; a la luz de las farolas que se filtraba por las cortinas despedía una blancura poco natural. Pero antes tenía otra cosa que hacer.

Capítulo 5

Jueves, 19 de febrero, 6.30 horas

La policía científica tenía la zona preparada cuando Reagan detuvo su todoterreno frente al Jardín Botánico. El interior del edificio albergaba flores tropicales. En el exterior, los escasos restos de césped estaban secos y de color marrón. Caía una lluvia fina. Jack había tendido una lona tras la zona de aparcamiento, sobre un estrecho tramo de césped ensombrecido por las vías del ferrocarril elevado. La policía científica debía de haber encontrado algo.

Abrazándose a sí misma para protegerse del frío, Kristen se deslizó del alto asiento del todoterreno y, con sus zapatillas de deporte, se abrió camino por el fango cubierto de escarcha junto al fornido Abe Reagan. Él aminoró el paso para esperarla y ella se lo agradeció; su cuerpo la protegía del viento. Había detenido el coche delante de su casa cuando faltaba un minuto para las seis. En el asiento del acompañante llevaba una bolsa que contenía bagels de salmón ahumado, así que Kristen probó otro manjar local y descubrió que el salmón le gustaba casi tanto como el gyro de la noche anterior.

Cuando se aproximaron, Jack se paseaba con el semblante adusto por la parte exterior que limitaba la cinta amarilla.

– Venid a ver esto. -Fue todo cuanto dijo. Uno de sus ayudantes se arrodilló y enfocó la tierra con una linterna.

No; no era tierra. No era barro cubierto de escarcha. Horrorizada, Kristen no podía apartar la mirada mientras se le helaba la sangre. «No puede ser, no puede haber hecho esto. Es inconcebible.»

– Caray -masculló Abe con un hilo de voz-. ¿Quiénes son Sylvia Whitman, Janet Briggs y Eileen Dorsey?

– Las tres mujeres a las que Ramey violó -respondió Kristen sin apartar la vista del haz de luz, de la losa de mármol con los nombres inscritos. Y las fechas.

Se trataba de una lápida.

Kristen levantó la vista y topó con la mirada de Reagan.

– Son las fechas de su nacimiento y el día en que fueron agredidas. Él… -Tragó bilis.

Reagan sacudió la cabeza.

– No tiene sentido.

Mia se acercó corriendo; su vaho se condensaba al contacto con el aire.

– ¿Qué es lo que no tiene sentido? -Y al momento exclamó con voz queda-: Dios santo.

Kristen se estremeció.

– Tienes razón, no tiene sentido. Además, si les hubiese ocurrido algo a esas tres mujeres, o solo a una, yo me habría enterado. -Le habría informado alguno de los novios o maridos furiosos que tan implacablemente la habían culpado por arrastrar a las mujeres al infierno de declarar para acabar sufriendo de nuevo cuando Ramey resultó absuelto. Aún sentía la acritud de su rabia, de las acusaciones que ella no había intentado negar. Apartó de sí el sentimiento de culpa y se concentró en la losa que tenía a sus pies-. Es un homenaje -dijo-. A las víctimas.

Abe miró a Jack y asintió.

– Que empiecen a cavar. Cuidado con la losa; tal vez la tierra que hay pegada debajo contenga alguna pista. ¿Hay también losas en los otros lugares?

– Lo averiguaré. -Jack les hizo un gesto para que dejaran el camino libre a su equipo-. Nos llevará un rato. Hay bastante hielo.

Ellos se apartaron pero permanecieron bajo la lona que los cobijaba de la fina lluvia. El equipo empezó a cavar con cuidado.