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Mia hojeó sus papeles.

– ¡Uau! ¿Cuánto has tardado?

– En confeccionar la lista, diez minutos. Tengo una base de datos con todos los casos, así que el trabajo casi estaba hecho. Eso sí, imprimirla me ha llevado casi tres horas; mi impresora es muy antigua. -Frunció el entrecejo al ver que el rostro de Reagan se ensombrecía por momentos-. ¿Qué ocurre?

Sus ojos azules reflejaban frialdad.

– En esta lista hay policías -dijo casi sin voz.

Kristen sintió los rugidos de su estómago, señal inequívoca de que estaba nerviosa. Retuvo el aire y se tranquilizó, tal como hacía siempre. Aquella era una de sus mayores habilidades. Impávida, cruzó su mirada con la de Reagan.

– Pues claro. Participaron en la investigación.

En las mejillas bien afeitadas de Reagan aparecieron sendas manchas de rubor.

– Y llevan demasiado tiempo observando cómo los culpables quedan en libertad, ¿no? -dijo citando la carta del asesino.

Kristen apretó la mandíbula, pero no levantó la voz.

– Eso lo dices tú, no yo. Pero es cierto. Además, ahora sabemos que él tiene acceso a información interna. -Con el rabillo del ojo pudo ver que Mia escuchaba la discusión con el entrecejo fruncido.

Reagan volvió a hojear los listados con impaciencia.

– ¿Dónde están los abogados, Kristen?

– Ahí están. Todos los defensores titulares y sus ayudantes.

Él bajó la cabeza para concentrarse en los papeles; era un gesto algo amedrentador, pero Kristen no estaba segura de que fuera intencionado.

– ¿Y los de tu despacho? ¿Dónde están los fiscales? -preguntó en un tono falsamente tranquilo.

Kristen exhaló un suspiro imperceptible.

– Tiene a la fiscal delante de usted, detective Reagan.

– Pero tendrás ayudantes, ¿verdad, Kristen? -intervino Mia, neutral-. Seguro que tienes por lo menos una secretaria.

A decir verdad, ese era un punto que no había tenido en cuenta. No obstante, si quería hacer las cosas de forma correcta y justa debía incluir a todo el mundo en la lista, sobre todo ahora que sabían que el asesino tenía acceso a información confidencial.

– Revisaré las listas y os las enviaré a vuestros despachos después de comer. -Se cargó el ordenador portátil al hombro y lo recolocó para que el peso quedara bien repartido-. Hasta luego.

– ¿Adónde vas? -preguntó Reagan.

La irritación que sentía hizo que Kristen se irguiera.

– A las nueve tengo que presentar peticiones. -Lo obsequió con una mirada tan penetrante como las suyas-. Todos andamos muy ocupados, detective.

Él asintió con frialdad y agitó los listados en el aire.

– Gracias. De no haber sido por ti, habríamos tardado horas en conseguirlos. -Aquello era una invitación a firmar la paz y Kristen la aceptó con un asentimiento cortés.

– Días -lo corrigió Mia-. Empezaremos a interrogar a las víctimas de las víctimas hoy mismo.

A Kristen se le encogió el estómago.

– Así que otra vez van a verse envueltas en un proceso… -Se quedó mirando a Mia-. Me gustaría acompañaros, sobre todo cuando vayáis a ver a las víctimas de Ramey y de King.

Mia, con expresión comprensiva, abrió la boca para añadir algo, pero Reagan se le adelantó.

– ¿Por qué, abogada? -preguntó en un tono casi mordaz-. ¿Crees que las intimidaremos para que confiesen?

Mia resopló.

– Eso está fuera de lugar, Reagan. Kristen…

Kristen alzó la mano.

– No, Mia. No te preocupes. Puedo comprender que el detective Reagan se lleve una impresión equivocada, dadas las circunstancias. -Lo miró fijamente y lo desafió a hacer lo propio guardando silencio hasta que lo hubo conseguido-. Dejemos claras unas cuantas cosas, detective. En general mantengo una buena relación profesional con el equipo de Spinnelli. Cualquiera sería capaz de decirte que soy justa y meticulosa. No sé si nos enfrentamos a un policía, a un abogado o a un chiflado con buenos contactos. Lo que está claro es que en el punto de partida no podemos permitirnos descartar a ningún posible sospechoso, ni siquiera a los policías, más bien al revés, vuestra placa me merece gran respeto y no me gustaría que una oveja descarriada la empañara.

Reagan abrió la boca pero esta vez fue ella quien lo atajó.

– No he terminado -prosiguió con voz calmada. Si supieran cuánto había practicado para mantener aquel tono a pesar de que por dentro estaba como un flan-. Basándome en mi limitada experiencia personal, no te creo capaz de intimidar a una víctima de violación que ya ha tenido que pasar por un infierno; pero si me limito a lo que he visto en los últimos minutos, podría pensar que incluso el jurado fue más considerado que tú. -Él apartó la mirada, avergonzado, y ella suspiró-. Esas diez personas dependían de mí para que se hiciera justicia, y nueve de ellas me culpan por no haber sido capaz de conseguirlo. No quiero estar en deuda con ellas, pero así es como me siento. Así que me gustaría ir con vosotros. Llámame masoquista si quieres, o defensora de las causas perdidas, pero no consiento que me trates de injusta, y eso es precisamente lo que acabas de hacer.

– Lo siento -dijo Abe con un hilo de voz. Clavó en ella sus ojos azules-. Lo que he dicho estaba fuera de lugar.

Por un momento, a Kristen aquella mirada le resultó tan tangible como el contacto físico. Tragó saliva y negó con la cabeza sin saber muy bien si lo hacía para que su mirada dejase de cautivarla o para restar importancia a sus palabras.

– No te preocupes, detective. Lo comprendo.

Mia carraspeó y Kristen se volvió hacia ella. Casi se había olvidado de que Mitchell estaba allí.

– Te avisaremos cuando lo tengamos todo a punto para hablar con las víctimas, Kristen -dijo en tono seco.

A Kristen le ardían las mejillas. Por el amor de Dios. La había sorprendido mirando a un hombre como si fuera una adolescente descerebrada. Pero aquel hombre poseía unos ojos fascinantes. Y estaba segura de haberlos visto antes.

– Gracias -respondió en tono enérgico-. Ahora debo irme, si no llegaré tarde.

Estaba a medio camino del aparcamiento del Jardín Botánico cuando notó que una mano se posaba sobre su hombro. No hizo falta que Reagan pronunciara una sola palabra para que Kristen supiera que era él. A pesar de las capas de ropa que separaban aquella mano de su piel, notó en el hombro un estremecimiento anticipatorio.

– ¿Necesitas que te lleve, Kristen?

Ella negó con la cabeza.

– No -dijo, y se sintió morir de vergüenza al advertir que apenas le salía la voz. Se esforzó por mantener la mirada fija al frente-. Cogeré un taxi. Esta mañana me entregarán un coche de alquiler, así que en ese aspecto está todo solucionado. De veras tengo que marcharme, detective.

Él retiró la mano y ella siguió adelante sin volverse. Aun así, supo que su mirada la acompañó durante todo el camino.

Jueves, 19 de febrero, 8.15 horas

– Vaya, vaya, esto sí que es interesante -dijo Zoe, pensativa, y dio un sorbo a su taza de café.

El cámara con el que trabajaba respondió al tiempo que bostezaba.

– ¿El qué?

– Mayhew subiendo las escaleras del juzgado. Sácale algunos planos, ¿de acuerdo?

– ¿Por qué? -replicó el cámara con mala cara-. No te habrá entrado una de tus manías persecutorias…

– Haz lo que te pido. Y obtén un primer plano de los pies.

– Das asco -le espetó Scott, pero hizo lo que le pedía y siguió con la cámara a Kristen mientras subía por la escalera, hasta que entró en el edificio y la perdieron de vista.