– Es inteligente. ¿Y qué hay de la lápida?
– Me parece realmente fascinante -comentó Westphalen-. Es muy significativa, y debe de haberle costado mucho grabarla. ¿Es de mármol?
Abe se detuvo y se sentó al lado de Mia.
– En el laboratorio nos lo confirmarán. Hemos hecho unas cuantas llamadas para localizar a los marmolistas. No hay tantos.
– Queremos saber si alguien reconoce la obra -aclaró Mia-. ¿Y qué te parece lo que ha grabado?
– La segunda fecha corresponde al día de la agresión -dijo Westphalen-, como si fuese el día en que murieron. Para él, sus vidas terminaron el día en que las violaron, aunque de hecho no fuera así. Dice que lleva demasiado tiempo observando cómo los culpables quedan en libertad. Podría referirse a observarlo de lejos, por televisión; o tal vez viva en algún lugar en el que cada día muere gente. -Se encogió de hombros-. Claro que también podría referirse a observarlo de cerca, como le ocurriría a un policía. De todas formas, lo que está claro es que ha sufrido un trauma recientemente. Hay algo personal en todo esto. Yo buscaría a alguien atormentado por la pérdida reciente de un ser querido.
– Una víctima reciente -musitó Mia.
– Tal vez sí, tal vez no. -Westphalen frunció el entrecejo-. Se deja llevar por la pasión de forma esporádica, como demuestra el hecho de que le rompiera la cara a King y disparara a la pelvis de los dos delincuentes sexuales. Es como si una vez que los tiene en sus manos no pudiera evitarlo. Sin embargo, el hecho de perseguirlos y deshacerse de ellos una vez muertos, y las cartas… Está todo muy calculado. Dudo que encontréis alguna pista útil en la escena del crimen. Por lo menos de momento. Quizá más adelante, cuando se confíe. Pero puede pasar bastante tiempo.
– Pues qué bien -masculló Abe.
– Lo siento. Me reservo la percepción extrasensorial para ocasiones especiales. Bromas aparte, creo que la pérdida o el trauma que ha desencadenado la serie de asesinatos es reciente, pero no el sufrimiento de ese hombre. Labrar tanto odio lleva mucho tiempo.
– ¿Alguna pista sobre su edad? -preguntó Mia.
Westphalen se encogió de hombros.
– Ni idea. Escribe como un intelectual de edad avanzada, pero tiene que estar en buena forma física para mover los cadáveres. Yo diría que es más bien joven.
– ¿Por qué ha elegido a Kristen? -quiso saber Mia, y el rostro de Westphalen se tornó sombrío.
– Tampoco lo sé. Podría ser por algo tan sencillo como que es atractiva y a los periodistas les gusta mostrarla por televisión. Pero ese hombre es un obseso. ¿Le habéis puesto vigilancia a Kristen?
Mia miró disimuladamente a Abe.
– ¿Crees que la necesita? -preguntó Mia.
– Tal vez. Si los otros fiscales del Estado empiezan a recibir regalitos parecidos, entonces diría que no.
– Pero no te parece probable que eso suceda -intervino Abe.
La expresión algo turbada de Westphalen se tornó intranquila.
– No, no me lo parece.
– Pues qué bien -masculló Abe.
Capítulo 6
Jueves, 19 de febrero, 13.30 horas
– La próxima vez elegiré yo el restaurante -protestó Mia mientras subía de dos en dos la escalera que conducía directamente a la comisaría.
Abe la seguía.
– No ha estado mal. El mejor curry indio que he probado en mucho tiempo.
Mia se volvió con un mohín.
– Solo tenían comida vegetariana. -«Ray nunca habría…» Interrumpió el pensamiento. Ray ya no estaba, y ahora tenía un nuevo compañero. Por fin la noche anterior, antes de acostarse, había leído su expediente.
– Solo ha sido una comida, Mitchell; no te lo tomes como si fuese una hecatombe. ¿Qué es esto?
Mia cogió el montón de hojas que había sobre su escritorio, idéntico al que Abe sostenía.
– Los nuevos listados de Kristen. Cumple sus promesas.
Pasó las páginas hasta llegar a una marcada con un Post-it verde fosforescente y ahogó una carcajada. Al principio de la lista se encontraba el nombre de la propia Kristen, en negrita y en cursiva, seguido del de su secretaria, los de tres fiscales más y el de su jefe, el mismísimo John Alden, escritos con fuente normal.
– Nos llevará horas repasar todo esto -dijo Abe al hojear el listado. Mia supo cuándo Abe vio el Post-it verde porque se ruborizó-. No tenía intenciones de ofenderla -comentó-, solo estaba sorprendido.
– Creo que lo ha comprendido. -Mia levantó la vista y observó a un desconocido cruzar la oficina. No lo había visto antes, pero se parecía demasiado a Abe para tratarse de un extraño-. Parece que tienes compañía.
Abe alzó la vista y una sonrisa iluminó su rostro. Mia reprimió un suspiro involuntario. Una sonrisa de Abe Reagan era suficiente para hacerle olvidar que se había propuesto no salir con policías. Pero se había dado cuenta de cómo miraba a Kristen. Abe tenía una ardua tarea por delante. Kristen Mayhew era dura de roer.
– ¡Sean! -exclamó Abe. Los dos hombres se abrazaron con torpeza y Abe miró a Mia con una mueca para que no se tomara aquello por lo que no era-. Es mi hermano Sean.
– Lo he deducido yo solita -dijo Mia en tono seco. El hermano de Abe era igual de moreno y atractivo que este pero lucía una alianza en el dedo.
– Pasaba por aquí -dijo Sean, y Abe soltó un bufido.
– ¿Desde cuándo te dejas caer por los barrios bajos? Mi hermano es corredor de bolsa -explicó.
– Desde que mamá me recomendó que no te perdiera de vista. Quiere estar segura de que te tratan bien. Papá no la deja venir a ella.
Abe frunció los labios.
– Me lo imagino. Me alegro de verte. ¿Qué tal está Ruth?
– Mejor desde que el bebé duerme toda la noche de un tirón.
Una sombra atravesó el rostro de Abe y fue reemplazada por una sonrisa tensa pero sincera.
– Bien, bien.
La sonrisa de Sean se desvaneció.
– Abe… El próximo sábado es el bautizo.
La sombra fugaz reapareció de nuevo, seguida por una sonrisa tensa.
– Allí estaré, te lo prometo.
– Lo sé. Es que… A Ruth le parece fatal, pero sus padres han invitado a Jim y a Sharon.
La sonrisa tirante se disipó y Abe apretó la mandíbula. Mia sabía que no debía escuchar la conversación, pero pensó que si hubieran deseado hablar en privado se habrían retirado a algún otro lugar. Los nombres de Jim y Sharon no aparecían en el expediente de Reagan pero parecían muy importantes.
– Dile a Ruth que no se preocupe -lo tranquilizó Abe-. Iré de todas formas. Por mi parte no habrá ningún problema. Seguro que la iglesia es lo bastante grande para que quepamos los tres.
Sean suspiró.
– Lo siento, Abe.
– No importa. -Abe forzó una sonrisa muy artificial-. De verdad.
– La buena noticia es que mamá está preparando una pierna de cerdo para asarla el domingo. Me ha pedido que te lo diga.
– Esta noche la llamaré y le diré que allí estaré.
Se hizo otro silencio corto durante el cual la pena crispó el rostro de Sean.
– Ruth y yo estuvimos en Willowdale el fin de semana pasado. Las rosas son muy bonitas.
Abe tragó saliva y Mia comprendió por qué. Willowdale era un cementerio y, según había leído en el expediente, hacía poco que Abe se había quedado viudo.
– Es la primera vez que me atrevo a ir.
Mia se preguntó cómo debía de sentirse uno al tener que ir de incógnito y no poder siquiera visitar la tumba de su esposa. La invadió un sentimiento de compasión y de respeto. Abe Reagan había renunciado a muchas cosas para someter a unos cuantos traficantes de drogas a la justicia.
Sean estrechó el brazo de Abe con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
– Lo sé. Nos vemos el domingo.
– Gracias por venir -dijo Abe con voz apagada. En cuanto su hermano se marchó, se dejó caer en la silla y cogió el nuevo listado de Kristen.