– Buena idea. -Se oyó el móvil de Mia, un sonido sencillo y poco melodioso-. Sí. -Entrecerró los ojos-. ¿Cuándo?… Muy bien, allí estaremos. -Se guardó el teléfono en el bolsillo y los miró-. Spinnelli dice que tiene noticias del forense. Tenemos que reunirnos en su despacho cuanto antes. ¿Vienes, Kristen?
Kristen notó el rugido de su estómago.
– Sí, pero antes iré por algo para cenar. Anoche invitaste tú, detective. Hoy me toca a mí; iré a la cafetería de Owen a comprar comida y la llevaré al despacho de Spinnelli. Encárgate de que el forense no empiece antes de que yo llegue.
– ¿Qué comida tienen en esa cafetería? -preguntó Mia-. Por favor, dime que tienen carne.
Reagan meneó la cabeza.
– El curry indio estaba buenísimo.
– Yo necesito carne, Reagan. Si no, me quedaré anémica.
– Sí, sí. Me parece que tienes una anemia de caballo -le espetó él con un bufido.
Mia pasó por alto el comentario y se volvió hacia Kristen.
– Si en la cafetería de Owen tienen carne, yo me apunto.
Kristen sonrió.
– Suelo comer allí. ¿Quieres probar el pollo frito que preparan?
Mia suspiró.
– Es la mejor propuesta que me han hecho en todo el día.
Jueves, 19 de febrero, 18.15 horas
Zoe cerró su teléfono móvil.
– Bingo.
Scott bostezó.
– Esta noche he quedado, Richardson.
– Y yo. -Zoe anotó mentalmente que debía cancelar su cita.
Si se daba prisa podría tener la noticia lista para la edición de las diez. Vio pasar dos coches; el primero lo conducía la detective Mitchell y en el asiento del acompañante viajaba un hombre a quien no conocía pero con quien se hizo el firme propósito de intimar. Al volante del otro coche vio a Kristen Mayhew; iba sola.
– Ese no es su coche.
Scott volvió a bostezar.
– A lo mejor se lo ha cambiado.
– ¿Estás de broma? Le tiene mucho cariño a su viejo Toyota; además, aún puede tirar unos años. -Cuando Scott volvió la cabeza y la miró con expresión de desagrado, Zoe se encogió de hombros-. Conozco a su mecánico. Me cuenta cosas.
– Conversaciones íntimas, ¿eh? -se mofó Scott y Zoe se mordió la lengua. Le gustase o no, necesitaba a Scott para grabar las imágenes.
Sacó un espejito del bolso. El maquillaje se mantenía impecable.
– Además, ese coche lleva una pegatina de Avis en la ventanilla. Muévete, vamos a hacer una entrevista.
– ¿A quién? Tu heroína acaba de marcharse.
Zoe se abstuvo de responder. El día en que Mayhew fuera su heroína… Tal vez se hiciera rica gracias a ella, pero admirarla… nunca.
– ¿Es que no te fijas en nada? Ha entrado en tres casas con la detective Mitchell. ¿No quieres saber por qué? ¿No te pica la curiosidad?
– Ya me lo contarás tú -dijo Scott con voz cansina.
Las uñas de Zoe se clavaron en las palmas de sus manos.
– Me consta que esta casa pertenece a Eileen Dorsey. En la última vive Janet Briggs, y en la anterior, Sylvia Whitman. Las tres víctimas de Anthony Ramey -aclaró, y vio cómo el cámara abría los ojos como platos. Scott no era estúpido, solo estaba dolido porque meses atrás habían pasado una noche juntos y él había creído tontamente que aquello se convertiría en una relación formal; cuando se dio cuenta de su error, se puso hecho una fiera-. Así que ves las noticias -dijo, disimulando una sonrisa de satisfacción.
Scott se irguió.
– Ramey no ingresó en prisión. O ha vuelto a la carga o está muerto.
Zoe bajó de la furgoneta y se alisó la falda.
– Bueno, vamos a averiguarlo.
Jueves, 19 de febrero, 18.30 horas
– Kristen, me alegro de verte. -Vincent le entregó una bolsa marrón que sacó de detrás de la barra-. Tu pedido está listo.
Vincent ya trabajaba en la cafetería de Owen cuando ella empezó a frecuentarla. Era un hombre modesto y agradable. Todo el mundo lo apreciaba.
Un súbito estrépito hizo que ambos se echasen a temblar.
– ¿Cocinero nuevo? -preguntó Kristen.
– Durará dos días, como mucho.
Owen había contratado a tantos cocineros durante el último mes que Kristen ya no se esforzaba por recordar sus nombres.
– ¿Tienes noticias de Timothy?
– No. Espero que su abuela esté mejor. Owen anda muy ocupado últimamente con tanto cocinero sin experiencia.
– Si encontrásemos a alguien que ayudase a Timothy con los cuidados de su abuela, él podría volver.
Vincent se encogió de hombros.
– Owen se lo propuso, pero Timothy se negó. Ya sabes lo que le cuesta aceptar ayuda.
Kristen asintió.
– Sí, lo sé. -Timothy era un adulto altamente funcional con síndrome de Down leve; era orgulloso e independiente, y era muy propio de él rechazar la ayuda de Owen.
– ¿Qué es lo que sabes? -Owen emergió de la cocina; avanzaba secándose las manos en el paño que llevaba atado alrededor de su prominente talle. Era serio y cumplidor y preparaba un estofado de pollo para chuparse los dedos. Una sonrisa se dibujó en su rostro al verla-. No has venido a comer.
Kristen hizo una mueca.
– Ponme unas galletas saladas con crema de cacahuete.
Owen la miró con mala cara.
– Si no te alimentas bien, te pondrás enferma.
Kristen se llevó la mano al pecho.
– No te preocupes. He encargado comida para llevarla al despacho.
Owen examinó la libreta en la que anotaban los pedidos.
– ¿Tres raciones de pollo frito y tres de estofado?
Kristen se relamió.
– Y patatas con salsa de carne.
– Está todo anotado. ¿Qué haces esta noche? -Owen unió las dos asas de la bolsa en su brazo y se dirigió a la puerta de entrada.
– Tengo una reunión. Me he ofrecido a llevar la cena. -Abrió la puerta y se retembló mientras Owen, en mangas de camisa y sin inmutarse a pesar del frío, echaba un vistazo a la calle con el entrecejo fruncido-. Tengo el coche ahí. -Kristen señaló el coche de alquiler y una sonrisa radiante transfiguró el semblante de Owen.
– Al final me has hecho caso y te has deshecho de aquel trasto.
– No es viejo. Solo tiene muchos kilómetros. -Abrió la puerta trasera y depositó la bolsa en el asiento.
– Era un montón de chatarra. Cada vez que te veía con él, Vincent se ponía a rezar. Nos preocupaba que anduvieses por ahí de noche en esa carraca oxidada.
– Este coche es de alquiler. El mío está en el taller. -Kristen se mordió el labio después de soltar aquella mentira piadosa.
Owen volvió a poner mala cara.
– Es un montón de chatarra, Kristen. Cualquier noche te dejará tirada y… -Sacudió la cabeza, indignado-. Eres muy tozuda.
– Pero no tengo que pagar la letra del coche cada mes. Vuelve dentro, Owen. Hace mucho frío y te vas a poner enfermo.
Capítulo 7
Jueves, 19 de febrero, 19.00 horas
– ¿Dónde está Spinnelli? -Mia dejó la chaqueta sobre una silla, frente a la mesa alrededor de la cual se habían sentado la noche anterior.
Abe reparó en que alguien había llevado una pizarra para que anotasen en ella la información con que contaban. Sentada a la mesa había una joven ataviada con una bata blanca, y en la silla contigua estaba colgado el abrigo de Jack, aunque él no se encontraba en la sala. La joven se levantó y les tendió la mano.
– Soy Julia VanderBeck -dijo al tiempo que estrechaba la mano de Abe-. La forense.
Tenía unos treinta y cinco años, grandes ojos castaños y el pelo de color café con leche. Abe se dijo que era guapa y que debería sentir interés por ella. Pero no podía dejar de pensar en la piel de color marfil, los ojos verdes y el pelo rizado y voluminoso.