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– Un violador en serie -respondió Kristen, y tragó saliva-. Solía sorprender a sus víctimas en los aparcamientos de Michigan Avenue. Elegía a mujeres que iban a buscar el coche solas y de noche. -Sus ojos verdes se posaron fugazmente en los de él y Abe recordó el miedo que había observado en ellos cuando ambos se encontraban frente al ascensor y el ridículo espray de polvos picapica con que ella pretendía agredirlo; estaba enfadado. No era de extrañar que la hubiera asustado. Lo extraño era que, con la cantidad de crímenes que se cometían, aún se atreviera a pisar la calle, ella y todas las demás mujeres-. Llevé su acusación hace dos años y medio -explicó-, pero el jurado lo absolvió.

– ¿Por qué?

Su rostro se cubrió de pesadumbre.

– Porque registramos el piso de Ramey sin el permiso correspondiente. El juez desestimó la única prueba con que contábamos y sus víctimas fueron incapaces de identificarlo en la rueda de reconocimiento.

– Warren y Trask fueron quienes registraron la vivienda -añadió Mia; levantó un poco el sobre para ver la fotografía y volvió a depositarlo en las manos de Kristen-. Aún no se han recuperado del disgusto.

Kristen suspiró.

– Ni yo tampoco. Ninguna de las tres víctimas quería prestar declaración, y yo las animé a hacerlo diciéndoles que así conseguiríamos deshacernos de Ramey para siempre.

– Bueno, parece que alguien se ha encargado de ello -apuntó Abe, y el comentario provocó desazón en Kristen.

– Eso parece. -Le devolvió el sobre a Jack-. No creo que me guste lo que voy a ver, pero enséñame la siguiente.

Jack le tendió el segundo sobre. En él había una fotografía igual de granulada que la anterior, pero en esta aparecían tres cuerpos alineados hombro con hombro. Kristen parpadeó y la alzó para acercarla a la bombilla.

– ¿Tienes una lupa, Jack? -Sin pronunciar palabra, Jack le tendió una pequeña lente. Ella entrecerró los ojos y escudriñó la fotografía-. Dios santo.

Mia miró por encima de su hombro y masculló un improperio.

– Son los Blade.

Abe arqueó las cejas.

– ¿Los Blade? ¿Esos tres chicos son de los Blade? -Había tratado con la banda cuando era agente encubierto. Los Blade tenían fama de traficar con armas y droga. Cuando él entró en narcóticos llevaban poco tiempo operando, pero crecieron como la espuma. Quienquiera que hubiese matado a tres miembros iba a ver que su vida se convertía en un infierno.

Desde el otro extremo de la mesa, Kristen volvió a posar los ojos en él.

– Los tatuajes de su piel lo indican. Mírelo usted mismo. -Le acercó el sobre y la lupa-. El año pasado llevé la acusación de tres de ellos por haber asesinado a dos niños que esperaban el autobús escolar. -Mientras Kristen hablaba, Abe se fijó en el tatuaje de la parte superior del brazo de uno de los cadáveres; representaba dos serpientes entrelazadas. Kristen tenía buena vista. O tal vez fuese que no había conseguido apartar aquella imagen de su mente-. Los niños quedaron atrapados en el fuego cruzado entre pandillas. Tenían solo siete años.

«Santo Dios. La vida de dos niños sesgada como si tal cosa por una pandilla de vándalos enzarzados en una pelea territorial», pensó Abe. A continuación preguntó:

– ¿Y los absolvieron?

Kristen asintió y él volvió a observar que el dolor invadía sus ojos verdes. El dolor, la ira y el temor creciente.

– Hubo cuatro testigos presenciales.

– Y los cuatro sufrieron un ataque de amnesia el día del juicio -añadió Mia con amargura-. Esa vez fue culpa mía. -Volvió la cabeza-. Y de Ray.

– Hiciste cuanto pudiste, Mia -la tranquilizó Spinnelli-. Todos hicisteis cuanto pudisteis.

Abe le devolvió el sobre a Jack.

– Vamos por el último -dijo.

– No estoy segura de querer verlo -musitó Mia.

Kristen se irguió.

– Tenemos dos de dos. Seguramente el último también será un caso mío. -Cogió ella misma el sobre-. A este hombre lo han cosido desde el esternón hasta el abdomen. -Frunció los labios-. No podrían haberle hecho algo así a un tipo mejor. -Se volvió hacia atrás para dirigirse a Spinnelli-: Es Ross King.

Los labios de Spinnelli esbozaron un mohín de aversión.

– Tendrán compañía hoy en el infierno…

Abe extendió el brazo hasta el otro lado de la mesa y le quitó el sobre de las manos. Kristen estaba en lo cierto, aunque a él le hizo falta forzar la vista para reconocerlo. El rostro maltrecho de la fotografía se parecía muy poco al que mostró la primera plana del Tribune durante las semanas precedentes al juicio de King.

– Tiene buena vista. Con todos esos moretones no lo había reconocido.

– A lo mejor es que ya me lo había imaginado así -respondió Kristen con voz severa y crispada-. Es tal como habría quedado si los padres de las víctimas la hubieran emprendido con él. -Abe la miró sorprendido y los labios de ella se curvaron en un gesto de amargura-. No somos de piedra, detective. Nosotros también vemos a las víctimas. Resulta difícil no sentir odio hacia un hombre que se aprovecha de chicos que confían en él.

– Lo leí en los periódicos cuando trabajaba de agente encubierto. -Abe le tendió el sobre a Spinnelli, quien había estado aguardando su turno-. Era entrenador de béisbol y pederasta.

– Y tenía un abogado más listo que el hambre. -Kristen tensó la mandíbula-. Hizo subir al estrado al hermano de King después de aleccionarlo para que soltase como si tal cosa que King tenía antecedentes de mala conducta sexual. El juicio resultó nulo, y eso también lo perjudicaba a él, pero nosotros nos vimos obligados a retirar los cargos de violación y acusarlo de delito menor porque los padres de los chicos se negaron a hacerlos comparecer en otro juicio.

– Menudo hijo de puta, lo tenía todo planeado -masculló Spinnelli apretando los dientes.

– Tal como he dicho, su abogado era muy listo. -Kristen se inclinó hacia delante, apoyó las manos enguantadas en la mesa y observó las cajas-. Ahora ya sabemos quiénes son los personajes. Cinco malhechores muertos. Que empiece la acción, Jack.

Todos prestaron atención mientras Jack abría el primer sobre con cuidado y vaciaba su contenido en la mesa de acero inoxidable. Puso en marcha un magnetófono.

– Este es el sobre con la instantánea de Anthony Ramey -dijo dirigiéndose al aparato-. Dentro hay cuatro fotografías más que muestran a la víctima desde distintos ángulos. Parecen haberse tomado sobre un pavimento de hormigón.

Abe examinó los retratos.

– Aquí hay un primer plano de la cabeza. Debió de utilizar una bala del calibre 22. -Miró a Kristen-. Si hubiese sido de un calibre mayor le habría destrozado el rostro casi por completo.

Jack estaba concentrado en el contenido del sobre.

– Cuatro fotos y… un plano de la ciudad con una pequeña cruz. Parece señalar el Jardín Botánico.

El bigote de Spinnelli se curvó hacia abajo.

– Ahí es donde atrapamos a Ramey.

Jack dejó el plano encima de la mesa y se quedó con un papel en la mano. Guardó silencio mientras sus ojos se movían recorriendo la página. Al fin levantó la cabeza con aire vacilante.

– También hay una carta, que empieza así: «Mi querida Kristen».

Kristen abrió los ojos como platos.

– ¿Yo?

Abe notó que estaba alarmada, lo cual era lógico. El asesino había entrado en un terreno algo más personal.

– Lee la carta, Jack -le pidió Abe en tono amable-. Léela en voz alta.

Miércoles, 18 de febrero, 22.00 horas

Jacob Conti ni siquiera miró a quienes sujetaban las puertas del club nocturno para que él entrara. Tenía más dinero que el que mucha gente era capaz de contar, y todo el mundo abría las puertas a su paso. Ya casi no se acordaba de los tiempos en que ese gesto de respeto le sorprendía. Buscó con la mirada entre los cuerpos que se movían con desenfreno en la pista de baile y entrecerró los ojos al distinguir a Angelo. Su hijo era fácil de reconocer. No podía ser otro que el que tenía a una prostituta sentada en cada rodilla y una botella en la mano. Cabía esperar que, después de haber estado a punto de ingresar en prisión, se comportarse como correspondía, aunque solo fuese una noche. En cambio, allí estaba. Celebrando su inocencia, sin duda.