– La desdoblaremos en el laboratorio, buscaremos fibras y cosas de ese tipo -anunció Jack-. Hay una camiseta llena de sangre. -Dobló el cuello para mirar la etiqueta-. No es de una marca conocida. También hay un par de vaqueros, no tan manchados de sangre. Son Levi's. Y un cinturón. -Hizo una mueca-. Y unos calzoncillos, Fruit of the Loom.
– ¿Se sentiría orgullosa su madre? -preguntó Spinnelli en tono seco, y Jack se rio entre dientes.
– ¿Quieres decir si están limpios? Tal vez lo estaban cuando los llevaba puestos, ahora seguro que no. Unos calcetines, unas zapatillas Nike. Y por último… -Frunció el entrecejo al mirar el fondo de la caja-. No sé qué es esto. Parece una baldosa. Eso de ponerle un fondo a la caja ha sido todo un detalle por parte de tu humilde servidor, abogada. Así no se ha perdido nada importante. -Extrajo una piedra delgada y la volvió del revés y hacia ambos lados-. Bueno, esto es digno de mención. Creo que es mármol.
– La caja entera es digna de mención -puntualizó Kristen-. ¿Por qué no examinamos la siguiente, Jack? La de los Blade. Quiero saber si también contiene una carta.
Jack abrió el sobre correspondiente y de él extrajo más instantáneas y papeles.
– Es metódico -observó Jack mientras todos se acercaban-. Primeros planos de los tatuajes y de las heridas de bala.
Kristen apretó los puños para mantener los dedos quietos.
– ¿Hay alguna carta, Jack?
– Paciencia, paciencia…
– No dirías lo mismo si hubiese metido las narices en tu salón -le espetó Mia; Jack se lo tomó bien y puso cara de aguantar el chaparrón.
– Hay un plano marcado con una cruz… Y una carta. -Se la tendió a Kristen con sobriedad.
– Maravilloso. -Kristen escrutó la hoja y tragó saliva para tratar de deshacer el nudo que se le formó en la garganta al leer la posdata, más personal-: «Mi querida Kristen: Parece que aún no has dado con la primera muestra de mi estima.» -Levantó la vista y se encontró con que Reagan la estaba observando con tanta preocupación como antes-. Parece cabreado.
Reagan frunció las cejas.
– Siga.
– «No importa; al fin y al cabo, solo es cuestión de tiempo. Es una suerte que estemos en invierno. Así se conservan mejor.» -Al leer aquella frase, también Kristen frunció el entrecejo. Luego, al mirar el plano, comprendió lo que quería decir y la idea le revolvió el estómago-. Se refiere a los cadáveres.
– Qué suerte la nuestra, ¿verdad? -comentó Mia en tono irónico.
– «Esos tres desgraciados y los de su calaña no saben más que destruir la paz. Han arrebatado a dos inocentes su preciada vida y, aunque solo sea por eso, merecen morir; pero el horror y el sufrimiento que han causado a las personas que de buena fe se habrían prestado a testificar agravan su pecado. Libraste una buena batalla ante el tribunal, Kristen, pero el juicio estaba perdido antes de empezar. De nuevo te deseo que duermas tranquila sabiendo que esos tres asesinos despiadados se enfrentan a su juicio definitivo. Tu humilde servidor.»
– ¿Y la posdata? -preguntó Abe.
Kristen respiró con prudencia, tratando de no atorarse con las palabras.
– «Hiciste bien eligiendo el papel de rayas azules; un trabajo admirable. De todas formas, te aconsejo que la próxima vez escojas otro atuendo para trabajar. No me gustaría que alguien pensase que no eres toda una dama.»
Mia vaciló.
– ¿Cómo te vestiste para la sesión de empapelamiento, Kristen?
A Kristen le ardían las mejillas y volvía a tener las manos sudorosas.
– Con un top y unos pantalones de ciclista. Eran las tres de la madrugada, no pensé que hubiera ningún vecino despierto.
Reagan se apartó de la mesa y caminó por la habitación; todo su fornido cuerpo denotaba tensión.
– Eso no es lo que nos ocupa -se limitó a comentar-. Jack, quiero ver la última carta.
De nuevo, Jack hizo lo que se le pedía; abrió el sobre y depositó su contenido en la mesa. Obvió las instantáneas y el plano y le tendió a Reagan la carta sin pronunciar palabra. Este la ojeó mientras el color afloraba a sus pómulos y una mueca demudaba su semblante.
– «Mi querida Kristen: Estoy impaciente por compartir contigo la satisfacción que siento por mi labor. Ross King era el más rastrero de los criminales. Se aprovechó de niños, les arrebató la juventud y la inocencia, y luego se confabuló con el corrupto de su abogado para burlarse de la ley. Lo que ha recibido por mi parte es mil veces menos de lo que merecía. Esta noche podrás dormir tranquila sabiendo que los niños a quienes arruinó la vida han sido vengados y que todos los demás están a salvo. Tu humilde servidor.»
– ¿Y la posdata? -preguntó Kristen, consciente de que le temblaba la voz.
Reagan levantó la mirada con una expresión interrogante.
– «Cerezo, querida.»
Kristen cerró los ojos; el estómago vacío se le revolvió.
– He decapado la repisa de la antigua chimenea y estoy a punto de teñirla. Tengo que elegir entre roble, arce y cerezo. -Abrió los ojos-. La chimenea está en el sótano, no se ve desde la calle a no ser que te pegues a la ventana y mires abajo.
– Entonces es que se ha atrevido a entrar en tu casa. -Spinnelli mostraba un semblante adusto-. ¿Cuándo terminaste de decaparla?
– El sábado. -Kristen extendió las manos sobre sus muslos-. Durante los últimos días he estado demasiado ocupada con el caso Conti para dedicarme a la casa.
– Entonces ya tenemos un marco temporal. No debe de haberle hecho gracia que no miraras antes en el maletero. -Spinnelli posó los ojos sucesivamente en Abe, en Jack y en Mia-. ¿Habéis comprobado si alguien ha manipulado el neumático?
– Tiene un pinchazo en uno de los flancos -respondió Abe; había embutido las manos en los bolsillos de los pantalones.
– ¿Pincharon la rueda mientras el coche estaba aparcado en el garaje? -preguntó Spinnelli.
– Casi seguro -respondió Jack, y se volvió hacia Kristen-. ¿Quieres decir que llevas un mes sin abrir el maletero, Kristen? ¿Ni una vez?
Kristen se encogió de hombros.
– Nunca transporto cosas grandes. El material para las obras me lo entregaron a domicilio. Lo que yo llevo cabe en el asiento de atrás.
Mia la miró extrañada.
– ¿No compras comida?
– No, no mucha. No suelo cocinar.
– Y entonces, ¿qué comes? -preguntó Spinnelli.
Kristen volvió a encogerse de hombros.
– La mayor parte de las veces como en una cafetería que hay cerca del juzgado. -Se encontró dirigiendo la siguiente pregunta a Abe Reagan-: ¿Qué más?
Reagan observaba los planos.
– Enviaremos a algunos hombres a cada uno de estos lugares hasta que lleguen tus chicos, Jack. Quiero empezar de madrugada, en cuanto despunte el sol.
Spinnelli escrutaba las instantáneas.
– Hay cinco muertos. ¿Algún sospechoso?
Mia se mordió la parte interior de la mejilla.
– Lo primero que tendríamos que hacer es hablar con las víctimas de las… víctimas.
– ¿De cuántas víctimas hablamos, Kristen? -quiso saber Spinnelli.
Kristen se recostó en la silla.
– De Ramey hay tres, que sepamos. De los Blade, dos. De Ross King, se presentaron seis chicos de edades comprendidas entre los siete y los quince años. En total contamos con once víctimas, además de los familiares y amigos. -Volvió a alzar los ojos para fijarlos en la intensa mirada de Reagan-. Puedo conseguirle una lista de los nombres y las últimas direcciones de que disponemos.
– Pero eso significa que la víctima de un agresor habría matado a los cinco -advirtió Jack-. ¿Os parece lógico?
– A río revuelto… -Abe anotó las coordenadas de cada plano en su libreta-. Se venga, quita de en medio a unos cuantos y proporciona a la defensa argumentos razonables con los que sembrar la duda si lo atrapan. Es una forma de hacer justicia.