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Cuando ya hacía poco más o menos una semana que la idea estaba en el aire, la Gran Enfermera intentó jugar su baza en la reunión de grupo; la primera vez, McMurphy estaba presente y la dejó fuera de combate antes de que pudiera ni empezar (había comenzado a comentar su sorpresa y su disgusto por el patético estado en que había caído la galería: mirad a vuestro alrededor, por el amor de Dios; fotos absolutamente pornográficas recortadas de esas inmundas revistas y colgadas de las paredes; por cierto, he pensado solicitar al Edificio Principal que abra una investigación sobre toda la inmundicia que ha entrado en el hospital. Se recostó en la silla, y se disponía a continuar y señalar al responsable, apoltronada en esos segundos de silencio que siguieron a su amenaza como si estuviera instalada en un trono, cuando McMurphy rompió el hechizo con sonoras carcajadas al recordarle que no se olvidara de decirles a los del Edificio Principal que trajeran consigo sus espejitos de bolsillo cuando vinieran a inspeccionarnos)… así que la siguiente vez quiso jugar sobre seguro y esperó a que él no estuviera presente en la reunión.

Había recibido un aviso de conferencia de Portland y estaba en la cabina telefónica con uno de los negros, esperando que volvieran a llamarle. Cuando empezó a ser cerca de la una y comenzamos a retirar las cosas para la reunión, el negro bajito le preguntó si quería que bajase a buscar a McMurphy y a Washington para la reunión, pero ella respondió que no era necesario, que podían quedarse donde estaban y que, además, tal vez algunos de los pacientes acogerían con agrado una oportunidad de hablar del señor Randle Patrick McMurphy sin su avasalladora presencia.

Comenzaron la reunión con bromas sobre McMurphy y sus hazañas y estuvieron un rato comentando qué tipo más fantástico era, y ella sin decir nada, esperando que se desembarazaran de estas ideas a través de los comentarios. Luego empezaron a aflorar otros interrogantes. ¿Qué le pasaba a McMurphy? ¿Qué le impulsaba a actuar de ese modo, a hacer lo que hacía? Algunos se preguntaban si toda esa historia de que había fingido varias peleas en el correccional para que le enviasen aquí no sería otro de sus faroles y si no estaría más loco de lo que creía la gente. La Gran Enfermera sonrió al oírlo y levantó el brazo.

– Más loco que un zorro -comentó-. Creo que ésta es la idea que querían expresar ustedes sobre el señor McMurphy.

– ¿Q-q-q-qué quiere d-d-decir? -preguntó Billy. McMurphy era su amigo y su héroe particular y no parecía muy convencido de la manera como ella había establecido una relación entre ese cumplido y cosas que no había dicho en voz alta-. ¿Qué si-si-significa, «como un zorro»?

– Sólo era un comentario, Billy -respondió amablemente la enfermera-. Tal vez alguno de los demás pueda explicarte su significado. ¿Señor Scanlon?

– Quiere decir que Mac no tiene un pelo de tonto, Billy.

– ¡Nunca ha dicho que lo tu-tu-tuviera! -Billy dio un puñetazo en el brazo de la silla para ayudarse a pronunciar la última palabra-. Pero la señorita Ratched estaba dando a e-e-entender…

– No, Billy, no estaba dando a entender nada. Simplemente hacía notar que el señor McMurphy no es el tipo de persona que correría un riesgo sin tener algún motivo para ello. Estarás de acuerdo conmigo, ¿no? ¿No están todos de acuerdo?

Nadie dijo nada.

– Y, sin embargo -prosiguió ella-, parece hacer las cosas sin ningún interés personal, como si fuera un mártir o un santo. ¿Alguien diría que el señor McMurphy es un santo?

Sabía que podía sonreír tranquilamente a los que la rodeaban, mientras esperaba una respuesta.

– No, no es un santo ni un mártir. Fíjense en esto. ¿Quieren que repasemos los resultados de la filantropía de este hombre? -Sacó una hoja de papel amarillo de su cesto-. Fíjense en algunos de estos regalos, como los llamarían sus hinchas más devotos. En primer lugar, tenemos el regalo de la sala de baños. ¿Podía regalarla cuando no era suya? ¿Perdió algo al conseguir un lugar donde instalar su casino? Además, ¿cuánto creen que ganó en el breve período en que actuó como croupier en su pequeño Montecarlo particular, aquí en la galería? ¿Cuánto perdiste tú, Bruce? ¿Y usted, señor Sefelt? ¿Señor Scanlon? Creo que cada uno sabe aproximadamente cuánto perdió, ¿pero saben cuánto ganó él en total, según indican los depósitos efectuados en Fondos? Casi trescientos dólares.

Scanlon silbó por lo bajo, pero nadie dijo nada más.

– Por si a alguno le interesa, también tengo anotadas aquí toda una serie de otras apuestas que hizo, entre ellas una directamente relacionada con un intento deliberado de molestar al personal. Y todas estas apuestas eran, son, completamente contrarias a las normas que rigen en esta galería, y todos los que tuvieron tratos con él lo sabían.

Echó otra ojeada al papel, luego volvió a guardarlo en el cesto.

– ¿Y esta última excursión? ¿Cuánto creen que ganó el señor McMurphy con esta empresa? Según tengo entendido, el doctor le proporcionó un coche, y también dinero para la gasolina, y algunas otras facilidades, creo… todo eso sin desembolsar ni un centavo. Como un verdadero zorro, diría yo.

Levantó el brazo para impedir que Billy la interrumpiera.

– Por favor, Billy, compréndelo: no estoy criticando este tipo de actividad en sí; sólo pensé que sería mejor que nadie se engañase en cuanto a las motivaciones de este hombre. Aunque, de todos modos, tal vez no sea justo hacer estas acusaciones en ausencia de la persona aludida. Volvamos al problema que estábamos discutiendo ayer… ¿qué era? -Comenzó a ojear los papeles que tenía en el cesto-. ¿Recuerda usted qué era, doctor Spivey?

El doctor levantó la cabeza sobresaltado.

– No… espere… creo…

Ella sacó una hoja del dossier.

– Ya lo tengo. El señor Scanlon; su preocupación por los explosivos. Estupendo. Ocupémonos ahora de esto y ya volveremos sobre el tema del señor McMurphy cuando él esté presente. Sin embargo, creo que no estaría de más que reflexionasen un poco sobre lo que acabamos de decir. Muy bien, señor Scanlon…

Más tarde, ese mismo día, ocho o diez de nosotros formamos un corro junto a la puerta de la cantina, mientras esperábamos que el negro acabara de robar ungüento para el cabello, y algunos de los muchachos volvieron a sacar el tema. Dijeron que no estaban de acuerdo con lo que había dicho la Gran Enfermera, pero que, qué demonios, la vieja también tenía su poco de razón. Aunque, maldita sea, Mac es un buen chico… la verdad.

Por fin Harding se decidió a hablar con franqueza.

– Amigos, protestáis demasiado para que se pueda creer en la sinceridad de la protesta. En el fondo de vuestros tacaños corazoncitos, todos creéis que nuestra señorita Ángel de Piedad Ratched tiene toda la razón en todas sus suposiciones sobre McMurphy. Sabéis que no se equivoca, y yo también lo sé. ¿A qué negarlo? Seamos sinceros y reconozcamos a este hombre por lo que vale en vez de criticar su talento capitalista en secreto. ¿Qué hay de malo en que ganara algo con todo esto? Lo que es seguro es que nuestro dinero ha estado bien invertido, ¿o no? Es un tipo listo siempre dispuesto a ganarse un dólar si se presenta la ocasión. Nunca ha intentado ocultarlo, ¿verdad? ¿Por qué ocultarlo nosotros entonces? Su actitud respecto a estas argucias es franca y sincera y la apoyo totalmente, igual como apoyo nuestro querido y viejo sistema capitalista de la libre competencia individual, camaradas, estoy a su favor y a favor de su obstinada desfachatez y de la bandera americana, bendita sea, y del monumento a Lincoln y todo lo demás. No olvidéis el Maine, P. T. Barnum y el Cuatro de Julio. Me siento obligado a defender el honor de mi amigo como un buen timador americano, rojo, blanco y azul al ciento por ciento. Un buen chico, ya lo creo. McMurphy se avergonzaría hasta las lágrimas si descubriera algunos de los altruistas motivos que la gente ha querido ver detrás de sus triquiñuelas. Lo consideraría un insulto a su pericia profesional.