– No acabo de comprender -dijo, tan amablemente como pudo.
– El Lirón se ha vuelto a dormir -dijo el Sombrerero, y le echó un poco de té caliente en el hocico.
El Lirón sacudió la cabeza con impaciencia, y dijo, sin abrir los ojos:
– Claro que sí, claro que sí. Es justamente lo que yo iba a decir.
– ¿Has encontrado la solución a la adivinanza? -preguntó el Sombrerero, dirigiéndose de nuevo a Alicia.
– No. Me doy por vencida. ¿Cuál es la solución?
– No tengo la menor idea -dijo el Sombrerero.
– Ni yo -dijo la Liebre de Marzo.
Alicia suspiró fastidiada.
– Creo que ustedes podrían encontrar mejor manera de matar el tiempo -dijo- que ir proponiendo adivinanzas sin solución.
– Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo -dijo el Sombrerero-, no hablarías de matarlo. ¡El Tiempo es todo un personaje!
– No sé lo que usted quiere decir -protestó Alicia.
– ¡Claro que no lo sabes! -dijo el Sombrerero, arrugando la nariz en un gesto de desprecio-. ¡Estoy seguro de que ni siquiera has hablado nunca con el Tiempo!
– Creo que no -respondió Alicia con cautela-. Pero en la clase de música tengo que marcar el tiempo con palmadas.
– ¡Ah, eso lo explica todo! -dijo el Sombrerero-. El Tiempo no tolera que le den palmadas. En cambio, si estuvieras en buenas relaciones con él, haría todo lo que tú quisieras con el reloj. Por ejemplo, supón que son las nueve de la mañana, justo la hora de empezar las clases, pues no tendrías más que susurrarle al Tiempo tu deseo y el Tiempo en un abrir y cerrar de ojos haría girar las agujas de tu reloj. ¡La una y media! ¡Hora de comer!
(«¡Cómo me gustaría que lo fuera ahora!», se dijo la Liebre de Marzo para sí en un susurro).
– Sería estupendo, desde luego -admitió Alicia, pensativa-. Pero entonces todavía no tendría hambre, ¿no le parece?
– Quizá no tuvieras hambre al principio -dijo el Sombrerero-. Pero es que podrías hacer que siguiera siendo la una y media todo el rato que tú quisieras.
– ¿Es esto lo que ustedes hacen con el Tiempo? -preguntó Alicia.
El Sombrerero movió la cabeza con pesar.
– ¡Yo no! -contestó-. Nos peleamos el pasado marzo, justo antes de que ésta se volviera loca, sabes (y señaló con la cucharilla hacia la Liebre de Marzo).
– ¿Ah, si?- preguntó Alicia interesada.
– Si. Sucedió durante el gran concierto que ofreció la Reina de Corazones, y en el que me tocó cantar a mí.
– ¿Y que cantaste?- preguntó Alicia.
– Pues canté:
"Brilla, brilla, ratita alada,
¿En que estás tan atareada"?
– Porque esa canción la conocerás, ¿no?
– Quizá me suene de algo, pero no estoy segura- dijo Alicia.
– Tiene más estrofas -siguió el Sombrerero-. Por ejemplo:
"Por sobre el Universo vas volando,
con una bandeja de teteras llevando.
Brilla, brilla…"
Al llegar a este punto, el Lirón se estremeció y empezó a canturrear en sueños: «brilla, brilla, brilla, brilla…», y estuvo así tanto rato que tuvieron que darle un buen pellizco para que se callara.
– Bueno -siguió contando su historia el Sombrerero-. Lo cierto es que apenas había terminado yo la primera estrofa, cuando la Reina se puso a gritar:
«¡Vaya forma estúpida de matar el tiempo! ¡Que le corten la cabeza!»
– ¡Qué barbaridad! ¡Vaya fiera! -exclamó Alicia.
– Y desde entonces -añadió el Sombrerero con una voz tristísima-, el Tiempo cree que quise matarlo y no quiere hacer nada por mí. Ahora son siempre las seis de la tarde.
Alicia comprendió de repente todo lo que allí ocurría.
– ¿Es ésta la razón de que haya tantos servicios de té encima de la mesa? -preguntó.
– Sí, ésta es la razón -dijo el Sombrerero con un suspiro-. Siempre es la hora del té, y no tenemos tiempo de lavar la vajilla entre té y té.
– ¿Y lo que hacen es ir dando la vuelta? a la mesa, verdad? -preguntó Alicia.
– Exactamente -admitió el Sombrerero-, a medida que vamos ensuciando las tazas.
– Pero, ¿qué pasa cuando llegan de nuevo al principio de la mesa? -se atrevió a preguntar Alicia.
– ¿Y si cambiáramos de conversación? -los interrumpió la Liebre de Marzo con un bostezo-. Estoy harta de todo este asunto. Propongo que esta señorita nos cuente un cuento.
– Mucho me temo que no sé ninguno -se apresuró a decir Alicia, muy alarmada ante esta proposición.
– ¡Pues que lo haga el Lirón! -exclamaron el Sombrerero y la Liebre de Marzo-. ¡Despierta, Lirón!
Y empezaron a darle pellizcos uno por cada lado.
El Lirón abrió lentamente los ojos.
– No estaba dormido -aseguró con voz ronca y débil-. He estado escuchando todo lo que decíais, amigos.
– ¡Cuéntanos un cuento! -dijo la Liebre de Marzo.
– ¡Sí, por favor! -imploró Alicia.
– Y date prisa -añadió el Sombrerero-. No vayas a dormirte otra vez antes de terminar.
– Había una vez tres hermanitas empezó apresuradamente el Lirón-, y se llamaban Elsie, Lacie y Tilie, y vivían en el fondo de un pozo…
– ¿Y de qué se alimentaban? -preguntó Alicia, que siempre se interesaba mucho por todo lo que fuera comer y beber.
– Se alimentaban de melaza -contestó el Lirón, después de reflexionar unos segundos.
– No pueden haberse alimentado de melaza, sabe -observó Alicia con amabilidad-. Se habrían puesto enfermísimas.
– Y así fue -dijo el Lirón-. Se pusieron de lo más enfermísimas.
Alicia hizo un esfuerzo por imaginar lo que sería vivir de una forma tan extraordinaria, pero no lo veía ni pizca claro, de modo que siguió preguntando:
– Pero, ¿por qué vivían en el fondo de un pozo?
– Toma un poco más de té -ofreció solícita la Liebre de Marzo.
– Hasta ahora no he tomado nada -protestó Alicia en tono ofendido-, de modo que no puedo tomar más.
– Quieres decir que no puedes tomar menos -puntualizó el Sombrerero-. Es mucho más fácil tomar más que nada.
– Nadie le pedía su opinión -dijo Alicia.
– ¿Quién está haciendo ahora observaciones personales? -preguntó el Sombrerero en tono triunfal.
Alicia no supo qué contestar a esto. Así pues, optó por servirse un poco de té y pan con mantequilla. Y después, se volvió hacia el Lirón y le repitió la misma pregunta: -¿Por qué vivían en el fondo de un pozo?
El Lirón se puso a cavilar de nuevo durante uno o dos minutos, y entonces dijo:
– Era un pozo de melaza.
– ¡No existe tal cosa!
Alicia había hablado con energía, pero el Sombrerero y la Liebre de Marzo la hicieron callar con sus «¡Chst! ¡Chst!», mientras el Lirón rezongaba indignado:
– Si no sabes comportarte con educación, mejor será que termines tú el cuento.
– No, por favor, ¡continúe! -dijo Alicia en tono humilde-. No volveré a interrumpirle. Puede que en efecto exista uno de estos pozos.
– ¡Claro que existe uno! -exclamó el Lirón indignado. Pero, sin embargo, estuvo dispuesto a seguir con el cuento-. Así pues, nuestras tres hermanitas… estaban aprendiendo a dibujar, sacando…
– ¿Qué sacaban? -preguntó Alicia, que ya había olvidado su promesa.
– Melaza -contestó el Lirón, sin tomarse esta vez tiempo para reflexionar.
– Quiero una taza limpia -les interrumpió el Sombrerero-. Corrámonos todos un sitio.
Se cambió de silla mientras hablaba, y el Lirón le siguió: la Liebre de Marzo pasó a ocupar el sitio del Lirón, y Alicia ocupó a regañadientes el asiento de la Liebre de Marzo. El Sombrerero era el único que salía ganando con el cambio, y Alicia estaba bastante peor que antes, porque la Liebre de Marzo acababa de derramar la leche dentro de su plato.
Alicia no quería ofender otra vez al Lirón, de modo que empezó a hablar con mucha prudencia: