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Lo primero que oyó fue un coro de voces que gritaban a una: «¡Ahí va Bill!», y después la voz del Conejo sola: «¡Cogedlo! ¡Eh! ¡Los que estáis junto a la valla!» Siguió un silencio y una nueva avalancha de voces: «Levantadle la cabeza… Venga un trago… Sin que se ahogue… ¿Qué ha pasado, amigo? ¡Cuéntanoslo todo!»

Por fin se oyó una vocecita débil y aguda, que Alicia supuso sería la voz de Bilclass="underline"

– Bueno, casi no sé nada… No quiero más coñac, gracias, ya me siento mejor… Estoy tan aturdido que no sé qué decir… Lo único que recuerdo es que algo me golpeó rudamente, ¡y salí por los aires como el muñeco de una caja de sorpresas!

– ¡Desde luego, amigo! ¡Eso ya lo hemos visto! -dijeron los otros.

– ¡Tenemos que quemar la casa! -dijo la voz del Conejo.

Y Alicia gritó con todas sus fuerzas:

– ¡Si lo hacéis, lanzaré a Dina contra vosotros!

Se hizo inmediatamente un silencio de muerte, y Alicia pensó para sí:

– Me pregunto qué van a hacer ahora. Si tuvieran una pizca de sentido común, levantarían el tejado.

Después de uno o dos minutos se pusieron una vez más todos en movimiento, y Alicia oyó que el Conejo decía:

– Con una carretada tendremos bastante para empezar.

– ¿Una carretada de qué? -pensó Alicia.

Y no tuvo que esperar mucho para averiguarlo, pues un instante después una granizada de piedrecillas entró disparada por la ventana, y algunas le dieron en plena cara.

– Ahora mismo voy a acabar con esto -se dijo Alicia para sus adentros, y añadió en alta voz-: ¡Será mejor que no lo repitáis!

Estas palabras produjeron otro silencio de muerte. Alicia advirtió, con cierta sorpresa, que las piedrecillas se estaban transformando en pastas de té, allí en el suelo, y una brillante idea acudió de inmediato a su cabeza.

«Si como una de estas pastas», pensó, «seguro que producirá algún cambio en mi estatura. Y, como no existe posibilidad alguna de que me haga todavía mayor, supongo que tendré que hacerme forzosamente más pequeña».

Se comió, pues, una de las pastas, y vio con alegría que empezaba a disminuir inmediatamente de tamaño. En cuanto fue lo bastante pequeña para pasar por la puerta, corrió fuera de la casa, y se encontró con un grupo bastante numeroso de animalillos y pájaros que la esperaban. Una lagartija, Bill, estaba en el centro, sostenido por dos conejillos de indias, que le daban a beber algo de una botella. En el momento en que apareció Alicia, todos se abalanzaron sobre ella. Pero Alicia echó a correr con todas sus fuerzas, y pronto se encontró a salvo en un espeso bosque.

– Lo primero que ahora tengo que hacer -se dijo Alicia, mientras vagaba por el bosque -es crecer hasta volver a recuperar mi estatura. Y lo segundo es encontrar la manera de entrar en aquel precioso jardín. Me parece que éste es el mejor plan de acción.

Parecía, desde luego, un plan excelente, y expuesto de un modo muy claro y muy simple. La única dificultad radicaba en que no tenía la menor idea de cómo llevarlo a cabo. Y, mientras miraba ansiosamente por entre los árboles, un pequeño ladrido que sonó justo encima de su cabeza la hizo mirar hacia arriba sobresaltada.

Un enorme perrito la miraba desde arriba con sus grandes ojos muy abiertos y alargaba tímidamente una patita para tocarla.

– ¡Qué cosa tan bonita! -dijo Alicia, en tono muy cariñoso, e intentó sin éxito dedicarle un silbido, pero estaba también terriblemente asustada, porque pensaba que el cachorro podía estar hambriento, y, en este caso, lo más probable era que la devorara de un solo bocado, a pesar de todos sus mimos.

Casi sin saber lo que hacía, cogió del suelo una ramita seca y la levantó hacia el perrito, y el perrito dio un salto con las cuatro patas en el aire, soltó un ladrido de satisfacción y se abalanzó sobre el palo en gesto de ataque. Entonces Alicia se escabulló rápidamente tras un gran cardo, para no ser arrollada, y, en cuanto apareció por el otro lado, el cachorro volvió a precipitarse contra el palo, con tanto entusiasmo que perdió el equilibrio y dio una voltereta. Entonces Alicia, pensando que aquello se parecía mucho a estar jugando con un caballo percherón y temiendo ser pisoteada en cualquier momento por sus patazas, volvió a refugiarse detrás del cardo. Entonces el cachorro inició una serie de ataques relámpago contra el palo, corriendo cada vez un poquito hacia adelante y un mucho hacia atrás, y ladrando roncamente todo el rato, hasta que por fin se sentó a cierta distancia, jadeante, la lengua colgándole fuera de la boca y los grandes ojos medio cerrados.

Esto le pareció a Alicia una buena oportunidad para escapar. Así que se lanzó a correr, y corrió hasta el límite de sus fuerzas y hasta quedar sin aliento, y hasta que las ladridos del cachorro sonaron muy débiles en la distancia.

– Y, a pesar de todo, ¡qué cachorrito tan mono era! -dijo Alicia, mientras se apoyaba contra una campanilla para descansar y se abanicaba con una de sus hojas-. ¡Lo que me hubiera gustado enseñarle juegos, si… si hubiera tenido yo el tamaño adecuado para hacerlo! ¡Dios mío! ¡Casi se me había olvidado que tengo que crecer de nuevo! Veamos: ¿qué tengo que hacer para lograrlo? Supongo que tendría que comer o que beber alguna cosa, pero ¿qué? Éste es el gran dilema.

Realmente el gran dilema era ¿qué? Alicia miró a su alrededor hacia las flores y hojas de hierba, pero no vio nada que tuviera aspecto de ser la cosa adecuada para ser comida o bebida en esas circunstancias. Allí cerca se erguía una gran seta, casi de la misma altura que Alicia. Y, cuando hubo mirado debajo de ella, y a ambos lados, y detrás, se le ocurrió que lo mejor sería mirar y ver lo que había encima.

Se puso de puntillas, y miró por encima del borde de la seta, y sus ojos se encontraron de inmediato con los ojos de una gran oruga azul, que estaba sentada encima de la seta con los brazos cruzados, fumando tranquilamente una larga pipa y sin prestar la menor atención a Alicia ni a ninguna otra cosa.

Capítulo 5 – CONSEJOS DE UNA ORUGACONSEJOS DE UNA ORUGA

La Oruga y Alicia se estuvieron mirando un rato en silencio: por fin la Oruga se sacó la pipa de la boca, y se dirigió a la niña en voz lánguida y adormilada.

– ¿Quién eres tú? -dijo la Oruga.

No era una forma demasiado alentadora de empezar una conversación. Alicia contestó un poco intimidada:

– Apenas sé, señora, lo que soy en este momento… Sí sé quién era al levantarme esta mañana, pero creo que he cambiado varias veces desde entonces.

– ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó la Oruga con severidad-. ¡A ver si te aclaras contigo misma!

– Temo que no puedo aclarar nada conmigo misma, señora -dijo Alicia-, porque yo no soy yo misma, ya lo ve.

– No veo nada -protestó la Oruga.

– Temo que no podré explicarlo con más claridad -insistió Alicia con voz amable-, porque para empezar ni siquiera lo entiendo yo misma, y eso de cambiar tantas veces de estatura en un solo día resulta bastante desconcertante.

– No resulta nada -replicó la Oruga.

– Bueno, quizás usted no haya sentido hasta ahora nada parecido -dijo Alicia-, pero cuando se convierta en crisálida, cosa que ocurrirá cualquier día, y después en mariposa, me parece que todo le parecerá un poco raro, ¿no cree?

– Ni pizca -declaró la Oruga.

– Bueno, quizá los sentimientos de usted sean distintos a los míos, porque le aseguro que a mi me parecería muy raro.

– ¡A ti! -dijo la Oruga con desprecio-. ¿Quién eres tú?

Con lo cual volvían al principio de la conversación. Alicia empezaba a sentirse molesta con la Oruga, por esas observaciones tan secas y cortantes, de modo que se puso tiesa como un rábano y le dijo con severidad: