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Bueno, aquello sí que era estirar la verdad.

– No es más que mi padre.

– Espera un minuto… -Mai inclinó su cabeza-. Y tú… tú… -Se dio la vuelta para mirar otra vez a Kristi a la cara y un gesto de admiración se iluminó en su rostro-. Tú también te viste metida, ¿verdad? Casi como una víctima. ¡Jesús! Me encanta todo eso de los asesinos en serie… No significa que los admire ni nada de eso; son malvados; pero los encuentro fascinantes, ¿tú no?

– No. -Kristi fue tajante al respecto. Sin embargo, estaba aquel libro sobre crímenes reales en el que estaba pensando. En ese sentido, también ella sufría algo más que un interés pasajero por los perturbados, cuyo número parecía aumentar cada día. Pero no se sentía con ganas de discutirlo con una vecina a la que había conocido hacía menos de cinco minutos-. Antes dijiste algo sobre que te sorprendió que yo alquilase el apartamento.

– Que cualquiera lo haya alquilado. -Mai volvió a dirigir su atención a la foto de Kristi y su padre.

– ¿De verdad? ¿Por qué?

– Por su historia.

– ¿Qué historia?

– Oh… ya sabes. -Cuando Kristi no dijo nada, Mai continuó hablando-. Lo de la anterior inquilina.

– Vas a tener que ponerme al día.

– Era Tara Atwater, ¿recuerdas la Tara Atwater que desapareció en primavera?

– ¿Qué? -El corazón de Kristi casi se detuvo en seco.

– Tara es la tercera chica desaparecida. La segunda, Monique, es la razón de que la prensa empezase a meter las narices con un poco más de intención. Fue el pasado mayo. Pero era el final del trimestre de primavera y la gente dio por hecho que se había marchado. La historia perdió fuelle hasta el otoño, cuando Monique dejó el colegio antes de que acabase el trimestre de otoño. ¿Dónde has estado?

– En Nueva Orleans -respondió Kristi, fingiendo ignorancia. No quería que Mai viera lo afectada que estaba en realidad.

– Tienes que haber oído lo de las chicas desaparecidas. -Sin esperar una invitación, Mai se desplomó sobre el enorme sillón, sentándose de lado, de forma que sus pies colgaban por encima de uno de los brazos-. Lo han dicho en todas las noticias… bueno, al menos durante los últimos días. Antes de eso, la administración actuó como si simplemente se hubieran marchado o escapado o lo que sea. Nadie pudo probar que ninguna de ellas había desaparecido realmente. Pero lo más extraño es que a sus familias ni siquiera parece importarles. Todo el mundo asume que se marcharon y adiós. -Volvió a chasquear los dedos-. Desvanecidas en la nada.

No todo el mundo, pensó Kristi, recordando las preocupaciones de su padre.

– Desaparecen de repente y es una gran noticia. Luego la historia se cae de la primera página y todos parecen olvidarlo, hasta que la próxima chica desaparece. -Frunció el ceño, arrugando la suavidad de su frente de pura frustración.

– Así que una de ellas vivió aquí. -Kristi realizó un ademán hacia el interior de su apartamento, la «ganga» que había encontrado en Internet. No era extraño que hubiera estado al alcance de su bolsillo.

– Sí. Tara. De Georgia. Del sur de Georgia, creo; sí, de algún pueblucho en el culo del mundo. Un «melocotón de Georgia», lo que eso signifique. No sé mucho acerca de ella. Nadie sabía mucho. Me refiero a que la vi un par de veces, pero nada más. Luego acabó desapareciendo; durante un tiempo, nadie se dio cuenta de que ya no estaba.

– ¿Así que ese fue el motivo de que nadie alquilase este sitio?

– La señora Calloway lo anunció en Internet y clavó la señal de «se alquila», entonces desaparece Rylee Ames. Ahora las chicas desaparecidas vuelven a ser noticia; ¡no me puedo creer que no lo supieras! Pero para entonces, ya habías alquilado el apartamento. -Extrajo una pluma del excesivamente embutido brazo del sillón y la dejó flotar hasta el suelo.

El vello de la nuca de Kristi se erizó al pensar en Tara Atwater. ¿Realmente había alquilado una morada recientemente ocupada por una chica que había desaparecido y que podría terminar siendo la víctima de un crimen? Maldita sea, ¿cuántas posibilidades existían? Kristi observó su estudio con otros ojos.

– ¿Y la policía está segura de que ha desaparecido? ¿De que las demás también desaparecieron? ¿De que no ha sido una simple fuga?

– Una simple fuga -repitió Mai-. Como si no fuera nada. -Se encogió de hombros-. No sé lo que cree la policía. En realidad no creo que hayan pensado en ello hasta hace poco. -Dejó escapar un suspiro de disgusto-. ¿Qué dice eso de nuestra cultura, eh? Una simple fuga.

Kristi pensó en los pestillos y cerraduras que no funcionaban en su apartamento.

– Háblame de Hiram.

– ¿El nieto de Irene? Es un pringado. Le van todas esas cosas técnicas.

– Se supone que tiene que arreglar los pestillos de mis ventanas e instalarme un nuevo cerrojo.

– ¿En qué siglo? Es como un fantasma, nunca se le ve.

– ¿Un fantasma tecnopringado?

– Exacto. Oye, si no tienes planes para Nochevieja, algunos amigos y yo vamos a ir de marcha al Watering Hole. Podrías venir con nosotros y, ya sabes, celebrar el Año Nuevo. El Auld Lang Syne, [3] gorritos graciosos, confeti, champán y todo eso. Sale bastante barato. Tan solo hay que poner lo bastante para pagar al grupo de música.

– Puede que vaya -contestó Kristi, comportándose como si su agenda social no estuviese completamente vacía-. Ya veremos.

Sonaron las primeras notas de una pieza clásica que Kristi no pudo identificar, y Mai se llevó una mano al bolsillo en busca de su móvil. Tras echarle un vistazo a la pantalla, sonrió.

– Tengo que irme -dijo rápidamente mientras se ponía en pie-. Ha sido un placer.

– Lo mismo digo.

– Lo digo en serio. Llámame si te apetece ir de fiesta en Año Nuevo. -Apretó un botón de su teléfono mientras alcanzaba la puerta y la abría con su mano libre-. ¡Oye! Me preguntaba cuándo iba a saber algo de ti. ¿Un mensaje? No, no lo recibí… -Salió por la puerta envuelta en su conversación con la persona al otro lado de la línea.

Kristi cerró la puerta en cuanto salió y, una vez sola en el apartamento, le asaltó una sensación angustiosa.

– No dejes que esto te supere -se dijo a sí misma. El edificio tenía varios siglos, mucha gente pudo haber muerto allí, puede que asesinados. Allí podían haber ocurrido todo tipo de atrocidades a lo largo de los años. La desaparición de Tara Atwater no tenía por qué ser necesariamente un crimen. Contempló la acogedora habitación, pero no pudo evitar un súbito escalofrío. ¿Qué le había ocurrido a la chica? ¿Realmente estaba su desaparición relacionada con las otras? ¿Qué les había ocurrido a todas ellas? ¿Habían sufrido un espantoso destino como su padre parecía creer?

Averígualo, Kristi. Esta es la historia que has estado buscando. Aquí te encuentras en todo el meollo, en el maldito apartamento del que una de ellas desapareció. ¡Aquí lo tienes!

Recogió su bolso y marcó el número de Hiram. Al igual que las tres anteriores llamadas, fue enviada directamente al buzón de voz.

– Estupendo -murmuró Kristi, agarrando su bolso. No pensaba esperar al cerebrito. ¿Sería muy difícil instalar un maldito cerrojo? Acudiría a una ferretería, compraría el material necesario y lo montaría por su cuenta. Pensó que descontaría los gastos del alquiler del próximo mes y que Hiram se lo explicase a su abuelita él mismo.

Tras cerrar con llave la puerta, se dirigió a su coche. Nadie la seguía. No había ninguna oscura silueta al acecho en las sombras. Ni tampoco siniestros ojos que espiasen todos sus movimientos. Al menos, nadie que ella pudiera distinguir en la espesa, brillante y húmeda masa de arbustos que rodeaba el agrietado aparcamiento. Subió al Honda sin incidentes y, tras encender los faros y los limpiaparabrisas, permaneció mirando a través del cristal, de nuevo sin ver nada fuera de lo normal. Puede que Mai tan solo estuviera bromeando, tomándole el pelo.

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[3] Canción escocesa para despedir el año. (N. del T)