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– Me lo imagino. Miró hacia Trudie y Grace.

– ¿Queréis otra? Trudie sacudió su cabeza.

– Tengo que volver al teatro antes de que al padre Mathias le dé un ataque al corazón.

– Sales en la obra, ¿verdad? -le preguntó Kristi.

– El personaje de Trudie es la Muerte -afirmó Grace, y Marnie casi se ahoga dando un sorbo a su bebida.

– Muy apropiado, ¿no? -bromeó.

– Lo que tú digas. -Trudie apuró su bebida de un trago y cogió su bolso. Bethany aún estaba esperando, y Grace se animó.

– ¿Por qué no? Y que el mío sea doble.

– ¿Estás loca? -espetó Trudie, horrorizada-. ¡Tienes que ir a la obra!

– Lo sé, pero ya la he visto. -Tanto Grace como Marnie parecían asombradas ante la preocupación de Trudie, como si ya se hubieran tomado varias copas-. Me sé de memoria todo el maldito argumento.

– Enseguida vuelvo con vuestro pedido -les dijo Bethany, dirigiéndose a la barra.

– ¿Por qué vais de nuevo a ver la obra? -inquirió Kristi.

– Por obligación. -Marnie cogió unos cuantos cacahuetes del plato que había en el centro de la mesa y se los metió en la boca.

– ¿Es obligatorio ver la misma obra dos veces? Trudie miró hacia Grace, deseando que se callara.

– No, si estás borracha, no lo es.

– Oh, relájate, «Muerte» -espetó Grace, y ella y Marnie rieron a carcajadas.

– Que os jodan, zorras -murmuró Trudie ruborizándose, y se marchó atropelladamente entre las mesas, casi tropezando con un friegaplatos con un montón de platos sucios.

– Se ha cabreado -dijo Marnie, y volvieron a reír.

– ¿Sabéis? -comentó Kristi, mientras alguien cambiaba una canción hip hop por una country. Una balada de Keith Urban que apenas se oía por encima de la conversación-. Casi me lo creo. Lo de las bebidas.

Marnie intercambió una mirada con su amiga, entonces comenzó a susurrar de forma apenas audible.

– Grace no mentía. Nos adulteramos las nuestras. -Para demostrarlo, sacó una pequeña y oscura botella de su bolso, luego disimuladamente, desenroscó el tapón y añadió unas gotas del oscuro líquido a su copa-. Está un poco salado.

– Como un margarita -añadió Grace.

– Sí, es verdad.

Grace se encogió de hombros, como si no le importara lo que Kristi pudiera pensar, y dio un sorbo. O bien las dos amigas estaban chifladas, o bien habían decidido divertirse un poco a costa de Kristi. Ella no hizo ningún comentario, pero esperó a su bebida mientras la música cambiaba de nuevo. Hubo una fuerte explosión de ruido junto a la mesa de billar cuando uno de los jugadores falló un golpe.

Unos segundos después, Bethany regresó, dejó las bebidas y se llevó los vasos vacíos.

Marnie rebuscó de nuevo en su bolso y enarcó las cejas al ofrecer un poco de sangre a Kristi. Aunque deseaba aparentar que era parte de su grupo, Kristi no estaba dispuesta a beber un preparado de origen desconocido. Sacudió su cabeza. Además, tanto Marnie como Grace se estaban comportando de una forma tan aturdida y ebria, que Kristi se preguntó si lo que estaban mezclando en sus bebidas podría ser alguna droga, con receta o sin ella, que aumentase los efectos del alcohol.

– Venga Kristi. Has estado preguntando por ello -dijo Grace-. ¿No quieres que Marnie añada un poquito de auténtica sangre?

– No. Tengo mucho que hacer esta noche.

– No sabes lo que te estás perdiendo. -Marnie sirvió varias gotas en su bebida, y luego también en la de Grace. Tras levantar su copa, brindó.

– Por los vampiros. -Sus ojos brillaban traviesos.

– Por los vampiros -la siguió Grace, golpeando su copa con la de su amiga. Kristi levantó su bebida.

– Por los vampiros -entonó, y tomaron un sorbo.

La mezcla era fuerte; sabía a arándano y ginebra y calentó la garganta de Kristi al bajar. Marnie y Grace reían cada vez más y se relamían los labios. Se comportaban como si realmente creyeran en todo eso o, por lo menos, como si lo encontrasen increíblemente hilarante. Kristi las observó mientras sorbían sus copas, y se dirigió casualmente a Marnie.

– Creí haberte visto entrar en la casa Wagner el otro día.

Sus propias palabras, «el otro día» parecieron resonar un poco, y Kristi se volvió hacia la máquina de discos, preguntándose por el sonido. ¿Estaba en lo cierto? ¿Fue el otro día? ¿O había sido de noche? No parecía poder recordarlo con claridad.

– Fue de madrugada -añadió para dejarlo claro.

– ¿De verdad? -La sonrisa de Marnie osciló ligeramente… parecía una serpiente reptando sobre sus labios. Una serpiente rojo sangre. No, ¿no era más que su color de labios corriéndose… o…?

– Todas vamos allí -confesó Grace sobre la fuerte música, y parecía tener problemas para mantenerse sentada.

– Sí, nos encontramos allí.

– Esta noche vamos a reunimos en la casa Wagner -insistió Grace-. A lo mejor te gustaría venir.

Las palabras de Grace sonaban divertidas, como si le llegaran a través del agua. Y su imagen oscilaba. Se sentía incómodamente cálida y fuera de control. Kristi se relamió los labios y trató de responderle, pero las palabras se le atascaron en la garganta.

– Oh, Dios, parece que la bebida te ha subido con fuerza. -Marnie parecía preocupada-. Salgamos de aquí.

– Yo invito -dijo Grace y le hizo señales a la camarera… ¿Cómo diablos se llamaba? Bethany… la chica de la clase de Grotto… Llegó en un suspiro y empezaron a hablar entre ellas. Cogieron a Kristi por debajo de los brazos y la ayudaron a llegar hasta la puerta. Señor, estaba borracha; sus piernas apenas respondían. Oyó frases como: «No aguanta bien el alcohol… la llevaremos a casa».

Pero aquello no estaba bien. La habían drogado. Lo sabía.

De algún modo, de alguna forma, le habían introducido algo en su bebida, y ella había sido lo bastante estúpida como para fiarse de la camarera. Maldita sea…

Nadie en el bar parecía darse cuenta de que la sacaban por una puerta lateral hacia la oscura y fría noche. Intentó gritar, pero las palabras no salían, y cuando consiguió mover un brazo, con el que casi golpea el mentón de Grace, la otra chica se rió.

Parecía una universitaria borracha más.

¿Y ahora qué?, pensó, pero incluso aunque las palabras acudían a su mente, no tardaban en escapar de nuevo. Su agudeza mental había desaparecido, al menos por el momento. La negrura le reclamaba desde los rincones de su consciencia y creyó que se iba a desmayar.

¡No! ¡Sigue despierta! ¡Tienes que mantenerte alerta!

– Ya está -dijo Bethany, abriendo una puerta, y las dos chicas la guiaron al exterior, manteniéndola en movimiento mientras sus propias piernas se volvían cada vez menos firmes.

Afuera, el aire era frío, en agudo contraste con la pesada, ruidosa y cálida atmósfera del bar.

– La llevaremos desde aquí -dijo Marnie.

– Tengo que volver dentro… -Bethany sonaba enfadada.

– Si alguien pregunta… -Era la voz de Grace, como desde la distancia.

– Sé a lo que te refieres. Tan solo sacadla de aquí ahora mismo, antes de que llegue alguien.

Bethany había sido la encargada de adulterar la bebida de Kristi. ¡Estúpida! ¡Sabías que ella también estaba en la clase de Grotto! Intentó gritar, pedir ayuda, pero solo el más leve sonido salió de sus labios.

La puerta se cerró de golpe detrás de ellas y Kristi se dio cuenta de que estaba sujeta entre Marnie y Grace, y de que no podía moverse en absoluto, no podía ordenarles a sus músculos que hicieran lo que el cerebro estaba pidiendo.

En cuanto a las otras chicas, toda la jovialidad y estupidez de la noche parecía haber acabado para ellas.

– Estúpida zorra -espetó Marnie, empujando a Kristi hacia un oscuro callejón-. Estúpida zorra entrometida.

– ¿Quieres aprender algo sobre los vampiros? -le preguntó Grace a la vez que el miedo de Kristi iba en aumento-. Créeme, esta noche lo vas a aprender. -Sonrió con una malicia tan fría que a Kristi se le encogió el corazón. Detrás de su ortodoncia, apenas visibles había un par de relucientes y blancos colmillos.