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¡Bang!

Un disparo resonó por toda la casa.

¡Pom!

– ¡fbi! -gritó Mai, entrando en la habitación después de él-. ¡Tira el arma! ¡Bang!

Jay contempló impotente, chillando en vano, cómo Lucretia caía al suelo. El arma se le cayó de entre sus dedos; la sangre manaba de una herida en la cabeza hecha por su propia mano.

Grotto estaba en el suelo, sangrando por el pecho; una mancha roja se extendía sobre la alfombra. Sus ojos estaban abiertos, mirando hacia el techo de forma vacía.

Jay marcó el nueve uno uno en su teléfono, arrodillándose junto a Grotto.

– ¡Aún está vivo! -gritó, encontrándole el pulso mientras respondía el coordinador de emergencias.

– Ella se nos ha ido. -Mai apartó sus dedos del cuello de Lucretia y se acercó a Grotto.

Jay seguía en línea con el operador, dándole la dirección y explicándole lo que había ocurrido.

– Quédate conmigo, doctor Grotto -le dijo Mai-. Resiste.

Las sirenas aullaron en el exterior sobre el fuerte viento y, a través de las ventanas, Jay, que aún hablaba con el operador, vio coches de la policía con las luces encendidas frenando en seco delante de la casa. Una ambulancia y un camión de bomberos llegaron a la vez.

– Han llegado -dijo Jay al auricular; su cabeza seguía revolucionada-. ¡Gracias! -Se apoyó sobre una rodilla mientras unas fuertes pisadas retumbaban a través del pasillo.

– ¡Aquí atrás! -gritó Mai.

– ¿Dónde está ella? -inquirió Jay, inclinándose sobre Grotto, con su cara a tan solo unos centímetros de la del hombre herido-. ¿Dónde está Kristi?

– Con… Preston.

– ¿Dónde? -insistió Jay.

– Los túneles… -Grotto resollaba, su voz se estaba apagando.

– Apártese. Retroceda. -Un enfermero se abrió paso hasta él, tratando de salvar la vida de aquel bastardo-. ¡Llévense a esta gente fuera de aquí!

Lleno de frustración, Jay se apartó del herido; su miedo por Kristi era más agudo que nunca. Salió al pasillo, justo para toparse con Rick Bentz.

– ¿Dónde demonios está Kristi? -inquirió Bentz.

– Con Preston.

– ¿Quién es?

– El doctor Charles Preston. Un profesor del colegio, del departamento de Lengua -le explicó Jay-. Grotto dice que Preston la tiene en su poder, puede que en algún lugar de la casa Wagner. Yo diría que en el sótano, el cual siempre está cerrado. Lleva hasta unos viejos túneles, al menos eso es lo que dice Grotto. Kristi estaba convencida de que allí tenían lugar alguna especie de extraños rituales vampíricos.

Mai Kwan se unió a ellos.

– Esos túneles llevan más de un siglo sellados. Lo sé. Lo he comprobado. Ya hemos mirado en la casa Wagner.

– ¿Quién coño es usted? -le preguntó Bentz, listo para entablar una pelea. -Mai Kwan, fbi. ¿Y usted?

Jay no estaba interesado en formalidades. Mientras Bentz, Montoya y Kwan discutían la jurisdicción, los niveles de autoridad y el jodido protocolo, él salió al aire de la noche.

Si corría y acortaba por el campus, podría llegar a la casa Wagner en menos de cinco minutos.

* * *

Portia Laurent se había pasado todo el día recopilando información del colegio en lo que se refería a sus empleados. Había encontrado a varios que poseían furgonetas oscuras y, por supuesto, había pensado inmediatamente en el doctor Grotto, el mismísimo profesor vampiro, como el principal sospechoso. Pero es que no tenía ningún sentido. ¿Por qué sería tan descarado? Nunca la había tratado como a una idiota. Era egocéntrico sí, desde luego, pero no un cretino.

Así que había investigado aún más, sin encontrar nada, esperando un nuevo indicio de prueba que no se había materializado. Portia había localizado llamadas y correos electrónicos, buscado en Internet junto con los registros criminales y cuentas bancarias, el departamento de Vehículos Motorizados, cualquier cosa que se le hubiera ocurrido.

– Strike trescientos tres; eliminada -se dijo antes de llamar a Jay McKnight. No contestaba-. La historia de mi vida. Luego levantó la vista y vio un correo electrónico que había sido escrito con anterioridad pero que, probablemente a causa de todos aquellos filtros de correo basura, había tardado horas en llegarle.

Leyó el maldito mensaje tres veces antes de darse cuenta de lo que decía. Era de una Universidad privada en California y simplemente decía:

Debe haber cometido usted un error; la persona por la que pregunta ha fallecido. Lamentamos informarle de que el doctor Charles Preston falleció el 15 de diciembre de 1994.

Portia lo comprobó inmediatamente en Internet, dando con el obituario que confirmaba la historia. Preston había muerto en un accidente de surf. La fotografía era clara; no había forma de que ese fuera el mismo hombre que enseñaba Redacción en All Saints.

De camino a su coche, llamó a Del Vernon y le dejó un mensaje. No tenía pensado esperarlo. Ella y Charles Preston, o quienquiera que fuese, iban a tener un encuentro.

* * *

La puerta que daba a la prisión de Kristi se abrió silenciosamente. Ella no se movió. Su corazón latía con fuerza bajo sus costillas y tuvo que forzar sus músculos para ralentizarlo. Sus ojos seguían cerrados, excepto por las más finas ranuras que se podía permitir, un vistazo de sus alrededores.

Hasta que la luz de una linterna le apuntó a la cara.

– ¡Oye! -La voz de un hombre resonó a través de la cámara-. ¡Despierta!

¿El doctor Preston?

¿El profesor de Redacción con pinta de surfista? ¿No era Grotto?

Todavía le dolía la cabeza, pero su mente estaba empezando a despejarse. Sabía que sus brazos y piernas funcionaban, pero no por completo. Jamás sería capaz de imponerse a su captor. ¿Pero el doctor Preston?

– ¡Kristi! ¡Despierta! -le gritó al aproximarse. Se puso de rodillas, la agarró por ambos brazos y la sacudió un poco-. Despierta. Vamos.

Kristi dejó colgando su cabeza hacia delante, luego hacia atrás cuando la sacudió. Aunque deseaba romperle los dientes de una patada, sabía que tendría que esperar hasta el momento preciso, cuando sus facultades estuvieran agudizadas, cuando su cuerpo obedeciera a su mente.

Pero ¿y si entonces ya es demasiado tarde? ¿Y si te mata él primero?¿Te vas a rendir sin pelear?

Pensó en intentar imponerse a él y sabía que debía esperar. Tenía que hacerlo, si deseaba escapar.

– Estúpida zorra -murmuró y la dejó sobre el suelo. Cerró la puerta una vez más y giró la llave.

¡Has perdido tu única oportunidad! ¡Deberías haber luchado, haber intentado escapar!

No… sabía que no habría funcionado. Temblando en su interior, respiró hondo varias veces seguidas para calmarse. Tenía que ser más lista que ese hijo de puta.

Recordaba muy poco de las horas anteriores. Tenía confusos recuerdos de estar desnuda sobre un escenario o algo así, y el doctor Grotto mordiendo su cuello, pero, después de eso, se había desmayado a causa del miedo, de las drogas que le habían dado, y de cualquier otra cosa; no recordaba nada.

Probó sus piernas una vez más. Se tambaleaban, atadas como estaban, pero podía mover las manos, y si pudiera, de alguna manera, desatar las cuerdas… no, no eran cuerdas ni cadenas, sino cinta, una gruesa cinta adhesiva que le mantenía juntos los tobillos.

Se sentó sobre el suelo y deseó, por primera vez en su vida, tener unas uñas afiladas. Pero sus dedos eran casi inútiles cuando trató en vano de romper la cinta sintética.

Pensó en Jay. ¿Por qué no le había dicho que lo amaba? Ahora existía la posibilidad, una gran posibilidad, de que jamás volviera a verlo, y él nunca sabría de sus sentimientos, de cómo se había enamorado de él.