¡Más deprisa, Kristi, más deprisa!
Su corazón bombeaba salvajemente, sus pies golpeaban el desigual suelo, arañando las piedras. Ella era una corredora… ¡podía hacerlo! Y todavía la estaba persiguiendo.
¡Oh, Dios, tenía que alejarse de él! Más adelante se veía una abertura. ¡Puede que fuera una salida!
Con una explosión final de velocidad, esprintó a través del umbral y se encontró en una enorme habitación… era como un oscuro balneario subterráneo. La oscura caverna estaba llena de velas, espejos y una bañera de piedra llena hasta rebosar; el agua se derramaba por los bordes.
Una mujer, una hermosa mujer de pelo oscuro y rasgos angulosos, se reclinaba en el agua. Estaba tomando un maldito baño, por el amor de Dios.
– ¡Tienes que ayudarme! -dijo Kristi apresuradamente, y se preguntó de nuevo si aquello sería algún extraño sueño o si aún estaba alucinando por las drogas que le habían dado unas horas antes. Tal vez todo aquello no fuese más que una horrible reacción.
– Por supuesto que te ayudaré -respondió la mujer; sus ojos brillaban con una malevolencia que hizo que Kristi se encogiera por dentro.
Espera. Esa bañista desnuda no era una amiga.
Kristi comenzó a retroceder, pero no pudo; la puerta estaba ahora ocupada por el doctor Preston.
– Oye Vlad, ¿te apetece probar algo nuevo? -preguntó la mujer. ¿Vlad? ¿Acababa de llamar Vlad al doctor Preston?
Kristi estaba bien segura, al igual que Alicia antes que ella, de que había caído en el país de las pesadillas.
– ¿Qué es esto? -preguntó, con miedo a oír la respuesta mientras analizaba la habitación ansiosamente, buscando una salida. Tan solo había una puerta y estaba firmemente bloqueada por el doctor Preston, o Vlad, o como quiera que creyera llamarse.
– ¿Algo nuevo?
– Vaciémosla directamente en la bañera -sugirió la mujer-. Tan solo redúcela, métela en la bañera conmigo y raja sus muñecas. Es mucho más fácil que bombear toda la sangre y echarla en la bañera.
A Kristi se le secó la boca mientras retrocedía. Seguramente había oído mal. No iban a bombear la sangre de sus venas.
El doctor Vlad Preston se volvió hacia Kristi.
– Elizabeth desea bañarse en tu sangre.
Kristi tan solo podía quedarse mirando, su cerebro no encontraba nada racional al intentar encontrarle algún sentido a aquello.
– ¿Elizabeth? -repitió.
– El nombre que he adoptado. El de un ancestro. ¿Has oído hablar de ella? ¿La condesa Elizabeth de Bathory?
Al instante, Kristi recordó lo que había aprendido en la clase del doctor Grotto. Sobre la sádica mujer que había matado inocentes jovencitas que trabajaban para ella, y se había bañado en su sangre en un intento de rejuvenecer su propia carne.
Elizabeth reposó su cabeza sobre las baldosas y suspiró como si estuviera en éxtasis.
– Ella estaba en lo cierto, ¿sabes? He notado una gran diferencia desde que utilizo su tratamiento.
– Baños de sangre -repitió Kristi, apenas reconociendo su propia voz ahogada por el miedo. Por el rabillo del ojo, vio a Vlad aproximándose.
Estaba a mucha distancia, pero se acercaba.
– ¿Es eso lo que les ocurrió a las otras? ¿A Monique? ¿A Dionne?
– Sí, sí, y a Tara y a Ariel, esas eran lo bastante buenas. -Entonces se sentó y continuó-. Pero no usé a la inferior. No uso sangre contaminada.
– Karen Lee no estaba contaminada -protestó Vlad.
– Entonces, no era lo bastante buena para mí. -Elizabeth se reclinó en el agua y prosiguió-: Terminemos con esto antes de que me arrugue como una pasa.
Kristi no pensaba darle a esa chiflada ni una sola gota de su sangre. Al aproximarse Vlad, ella retrocedió volviendo a darle una fuerte patada en la espinilla. Intentó pasar corriendo junto a él, pero Vlad ya se había anticipado. Se lanzó hacia ella y ambos cayeron al suelo enganchados, luchando y pegando. Él era fuerte como un buey y más pesado al sujetarla contra el suelo.
– Zorra violenta -gruñó, agarrándola por sus muñecas atadas y levantándolas sobre su cabeza de forma que ella se encontraba elevada y sudorosa, a su merced.
Elizabeth se puso en pie.
– ¡No la estropees! No rompas sus venas… quiero…
– ¡Sé lo que quieres! -espetó Vlad, pero tenía la mirada perdida en Kristi. Para su terror, pudo sentir su erección, tiesa y dura, a través de sus pantalones negros. Ella combatió la necesidad de moverse mientras se dibujaba una sonrisa de serpiente sobre sus labios y él empujaba con su ingle un poco más fuerte, asegurándose de que ella sabía lo que iba a ocurrir.
Iba a ser violada y drenarían su sangre.
¡Oh, Dios!, tenía que luchar. ¡Aquello no podía ocurrir!
Trató de retorcerse, pero no consiguió nada, y en segundos él ya le había atado de nuevo los pies y le había introducido una píldora en la boca, tapándole la nariz hasta que jadeó y tosió.
En pocos minutos, la droga, cualquiera que fuese, empezó a hacer efecto otra vez, y se quedó tan indefensa como un gatito, con el cerebro desconectado como si estuviera borracha.
Intentó agitarse, pero sus golpes tan solo encontraron aire mientras él cortaba la cinta que sujetaba sus muñecas. Mientras ella protestaba débilmente, él la arrastró al interior del agua cálida, casi agradable.
– Ya era hora -protestó petulantemente Elizabeth.
– Tuve que esperar hasta que la droga hiciese efecto.
– Lo sé, lo sé. -Elizabeth se echó hacia un lado y rozó su piel contra la de Kristi-. Mira su piel. Impoluta. Perfecta… -Levantó su mirada hacia Vlad-. Ella es la elegida. Su sangre lo hará.
¿Hacer qué?¿Salvarla de envejecer?
– No. Estás acabada -logró decir Kristi, pero ellos la ignoraron y, aunque trataba de arrastrarse hacia fuera, no pudo hacerlo. Para su incredulidad, como si lo viera desde una gran distancia, contempló cómo Vlad, muy cuidadosamente, le hacía un corte en la muñeca derecha.
Su sangre comenzó a manchar el agua en una serpenteante nube.
Mathias estaba muerto. Asesinado. Al parecer, mientras rezaba al borde de su cama.
¿Una declaración?, se preguntó Mai Kwan mientras le enviaba el informe a su superior; después registró las pequeñas habitaciones del sacerdote, tratando de dar con una pista que explicase por qué aquel hombre se había convertido en una víctima. ¿Y por qué cree Kristi Bentz que estaba relacionado con la casa Wagner y con alguna clase de extraño culto vampírico?
Ningún vampiro había estado en aquella escena del crimen.
Demasiada sangre abandonada.
Montoya la acompañaba a cada paso que daba, a través de la violenta lluvia, bajo el rugido de los truenos, cubriendo su espalda cuando habían entrado a las habitaciones de Mathias. No había dicho gran cosa, pero había encajado bien la espantosa escena.
– ¿Qué opinas? -le preguntó mientras ella se inclinaba sobre el cuerpo.
– Que cabreó al tipo equivocado. Mira esto -le dijo, señalando al cuello del sacerdote-. Su garganta está cortada; yugular, carótida, diablos, casi hasta la espina dorsal.
– Casi decapitado -afirmó Montoya con seriedad.
– Rabia. Quienquiera que hizo esto tenía una furia ciega.
– ¿Contra un sacerdote?
– Contra este sacerdote. Es algo personal.
Lo cual no pintaba bien para Kristi Bentz y Ariel O'Toole.
Mai pasó sobre el cadáver, fue hasta el escritorio del sacerdote y comenzó a registrar sus archivos, todo ello mientras se preguntaba lo que Bentz y McKnight habrían encontrado. Si habían encontrado algo.
Mai odiaba pensarlo, pero presentía que Kristi Bentz ya estaba muerta. Y a juzgar por el estado del padre Mathias, violentamente asesinada.
Kristi intentó abrir sus ojos, encontrar alguna energía para luchar, pero apenas podía permanecer despierta, sus músculos se negaban a ayudarla, mientras yacía en el relajante baño, cuya agua se volvía escarlata.