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– Me estás tomando el pelo, ¿no?

– Ni hablar. Lo que yo te diga, el personal del All Saints está para morirse. Al menos el departamento de Lengua. Es como si el que se encarga de contratarlos buscase bellezas para Hollywood.

– Ahora sí que me estás engañando.

– Vale, pronto lo verás. -Ezma añadió una rodaja de limón a cada vaso-. Las clases empiezan la próxima semana. Seguro que estarás de acuerdo. Kristi cargó la bandeja.

– ¿Entonces crees que Lucretia sale con uno de esos guaperas?

– Eso dicen. Pero no sé con quién. En cuanto me acerco demasiado, ella se calla, como si ocultara algo.

– ¿Por qué? Ezma sacudió la cabeza.

– No lo sé. A lo mejor está casado o prometido, o hay alguna norma en cuanto a la confraternización entre miembros del personal. O puede que sea el doctor Preston. -Sus labios se apretaron en las comisuras-. Da clases de Literatura y es un chico malo.

– Creo que lo tengo en una asignatura.

– ¿Ah, sí? Mi amiga Dionne era alumna suya y no dejaba de hablar de él, pero cuando viene aquí, no es más que un grosero. Luego Dionne desapareció.

– ¿Tu amiga es una de las chicas desaparecidas? -preguntó Kristi-. ¿Y crees que Preston podría tener algo que ver?

Ezma estuvo a punto de decir que no. Sin embargo, cambió de opinión. Kristi pudo verlo en su forma de desviar el mentón hacia un lado.

– No lo creo, pero no me sorprendería nada de ese tipo. El problema es que nadie cree que a Dionne le haya ocurrido nada malo. Creen que simplemente se ha esfumado, que probablemente se haya largado con su novio. -Ezma sacudió su cabeza.

– ¿Entonces por qué nadie sabe nada de ella?

– ¡Exacto! La explicación oficial es que está con Tyshawn y que han asumido nuevas identidades. Tyshawn Jones también es un chico malo. Está metido en drogas, cumplió condena por robo cuando todavía era un menor. Personalmente, nunca supe lo que veía en él. Antes de Tyshawn, salía con un tipo realmente estupendo, Elijah Richards. Asistía a cursos de educación profesional, planeaba ser contable, pero Dionne empezó a verse con Tyshawn y eso fue el fin de su relación con Elijah. Una lástima.

– ¿Qué hay de Tyshawn? ¿También ha desaparecido?

– Nadie habla de ello, ¿verdad?

Kristi rodeó con rapidez a uno de los cocineros, que soltó un puñado de rodajas de patata en la freidora y el aceite hirviente crepitó y burbujeó. Abrió las puertas de vaivén con la espalda, luego llevó la bandeja de las bebidas hasta la mesa de las mujeres y oyó la voz de Lucretia sobre la música enlatada.

– … te lo digo yo, es alucinante. Absoluta e innegablemente alucinante. Nunca… jamás he conocido a nadie como él.

Kristi tuvo que contenerse para no poner una mueca. Incluso como novata, Lucretia había sido una romántica sin remedio. Al parecer, las cosas no habían cambiado. Lucretia estuvo a punto de añadir algo más, pero dejó de parlotear cuando vio a Kristi. Les envió a las demás una mirada de silencio que todas comprendieron, y las ocupantes de la mesa se quedaron calladas.

Kristi captó el mensaje; Lucretia no quería que su vieja compañera de habitación supiera nada de su vida amorosa. Como si a Kristi le importara.

Mientras Kristi repartía las bebidas y servía el café, Lucretia miró a su antigua compañera.

– Así que, ¿te has apuntado al All Saints?

– Así es. -No había razón para mentir sobre ello. Kristi vertió café en una taza.

– ¿No te graduaste?

Kristi no pensaba morder el anzuelo.

– Tan solo me faltan unos créditos. -Por Dios, ¿qué le importaba a Lucretia?

– Pensaba que te había dado por escribir.

– Mmm. ¿Nata? -le preguntó a la mujer que había pedido café, ignorando las preguntas de Lucretia.

– ¿Tienes leche desnatada?

– Claro. Un segundo.

– Ahora estoy enseñando -afirmó Lucretia con orgullo.

– Eso es estupendo -espetó Kristi antes de alejarse para rellenar las tazas a medias en una mesa cercana; luego se apresuró hacia la cocina, donde llenó una jarra pequeña de leche desnatada y cogió un plato con sobres de azúcar y sacarina. Calmó su irritación con Lucretia antes de regresar a la mesa-. Aquí tenéis. -Colocó la jarra y el plato sobre la mesa, junto a la bebedora de café-. Bien, ¿habéis decidido qué vais a tomar? -Con una sonrisa forzada, anotó sus pedidos sin más incidentes y apuntó cuidadosamente las instrucciones en el tique. Una de ellas quería aliño hipocalórico para su ensalada Julio César; otra insistió en que no hubiera ningún condimento en su hamburguesa Rey Lear, y una tercera pidió un tazón de sopa de almeja Cleopatra con una menestra de fruta, en lugar de la ensalada de col y zanahoria correspondiente. Lucretia había desarrollado recientemente una alergia a toda clase de crustáceos, de modo que quiso asegurarse de que la ensalada de atún Tebaldo no se había contaminado con las ostras Ofelia o las gambas rebozadas Scaro.

* * *

Con las manos metidas hasta el fondo de los bolsillos de su chubasquero, Portia Laurent caminaba a lo largo de las aceras que se entrecruzaban sobre el complejo de All Saints. Era la víspera de Año Nuevo y estaba en el descanso para la cena. La noche ya caía, y la promesa de una juerga era evidente en los grupos de estudiantes que reían, charlaban y se apresuraban hacia los bares y restaurantes para celebrar el Año Nuevo.

Al menos cuatro estudiantes no se encontrarían entre los participantes. Dionne Harmon, Monique DesCartes, Tara Atwater y ahora Rylee Ames, quienes, según creía Portia, habían encontrado el mismo fatídico final. También podría haber otros, pensó, aunque no del All Saints. Lo había comprobado. En tres años no había desaparecido ningún otro estudiante.

«Sin cuerpo, no hay homicidio», había insistido Vernon en su más reciente conversación, pero Portia no lo creía así. Era cierto que no existían pruebas de que nada sospechoso les hubiera ocurrido a las chicas, y mientras que Dionne era afroamericana, las otras tres chicas eran blancas. Los asesinos en serie no solían mezclar razas, pero ese no era siempre el caso.

Pensó en Monique DesCartes, de Dakota del Sur. Cuando Monique tenía catorce años, a su padre le diagnosticaron la enfermedad de Alzheimer, y Portia sabía de primera mano que aquello podía arruinar a una familia. La madre de Monique se había puesto como loca debido a que su hija había solicitado una beca académica y se marchaba, dejando que su madre lidiase con un marido que empeoraba con rapidez y dos hijas más jóvenes, una de las cuales aún asistía a la escuela primaria. Monique, siempre rebelde, se había escapado dos veces en el instituto, de tal forma que se la consideraba una chica que se rendía con facilidad y se pensó que se había marchado. Se decía que bebía alcohol y fumaba porros, y había roto con su novio más reciente unas pocas semanas antes de su desaparición. Al chico, ya enfrascado en una «intensa» relación con una nueva novia, le importaba un comino lo que hubiera sido de Monique.

Al igual que a todo el mundo, al parecer. Excepto a Portia.

Pasó junto a la biblioteca, donde tres plantas iluminadas brillaban con fuerza en la noche. La lluvia había cesado un poco, aunque el aire era pesado y húmedo; las hojas de algunos de los arbustos todavía goteaban al temblar bajo la lluvia. Las luces exteriores que destellaban por todo el campus tenían la apariencia de viejas farolas; un guiño a la época en la que el colegio fue fundado.

Al aproximarse al pabellón Cramer, donde había vivido hace años como estudiante de primer año, pensó en las chicas desaparecidas. Todas ellas de Lengua. Todas matriculadas en algunas clases básicas así como en una del más reciente y polémico plan de estudios. Todas se habían matriculado en Redacción de novela, Shakespeare 201 y La influencia del vampyrismo en la cultura moderna y la literatura. No existían pruebas de que las chicas se hubieran conocido entre ellas y no tomaron las clases durante los mismos trimestres, pero se habían matriculado y asistido a esas tres asignaturas. Puede que no significara nada. O puede que sí…