Su polla estaba ahora dura como una piedra. Dispuesta.
Para empalar.
Relamiéndose, dejó la fotografía sobre la mesa con el resto de sus elegidas, y luego buscó las otras… cientos de ellas dentro de su escondite.
Ya había sacado aquellas que consideraba como las candidatas más probables, las chicas que llamaban su atención. Aunque le faltaban unas pocas. Las nuevas. Las alumnas que se habían matriculado para el actual trimestre, el segundo, como nuevas estudiantes. Todavía no tenía sus fotografías.
Pero las tendría.
Y pronto.
Entonces se unirían a aquellas que ya había identificado, aquellas que pronto se unirían a sus hermanas.
Sonrió, pasándose la lengua por los dientes, saboreando el regusto de la pobre y aterrorizada Rylee Ames.
Para la siguiente hornada, aunque todavía tenía que conseguir sus fotografías, Vlad pensaba en otra víctima, la hija del policía que había alquilado el apartamento de Tara. Como si estuviera destinada a ello, pensó, reteniendo su imagen en la cabeza.
Ya la había visto. La había vigilado. La había reclamado mentalmente. Era una mujer maravillosa con la cantidad justa de espíritu y el cuerpo perfecto para sus necesidades, para su sacrificio. Cuando llegara su hora. No estaba destinada a ser la próxima, pero su hora llegaría lo bastante pronto. Podía esperar. No tenía elección. Todo ello debía ser así, ya había sido decidido.
Su sangre fluyó cálida ante el pensamiento de tomarla, y miró hacia las fotografías que había sobre la mesa, delante de él.
Aunque ella aún no lo sabía, Kristi Bentz se uniría pronto a sus hermanas…
Capítulo 5
De modo que esto es de lo que habla todo el mundo, pensó Kristi al tomar asiento en el aula abarrotada durante el primer día del trimestre. Era el lunes siguiente al Año Nuevo, a las ocho de la mañana. La mayoría de los estudiantes tenían aspecto de estar recién salidos de la cama.
Las sillas chirriaban contra el suelo, los zapatos se arrastraban, las voces se elevaban en conversaciones, y de fondo se oían los suaves compases de una música renacentista que salía de unos altavoces instalados en alto, sobre las paredes de la enorme sala en forma de auditorio. Había hileras de asientos situadas sobre gradas que descendían en embudo hasta un simple escenario central que contenía una mesa vieja, un estrado y un micrófono. Había una pila de libros y un archivador junto a un ordenador portátil sobre la mesa.
Un hombre de treinta y tantos, presumiblemente el doctor Víctor Emmerson, se encontraba ya detrás de la mesa, con las caderas inclinadas ceñidas en sus vaqueros mientras se apoyaba sobre sus notas, su estropeada chaqueta de cuero negro sobre una camiseta blanca, y un par de gafas de espejo plegadas y metidas en el liso cuello. Su pelo era largo, marrón oscuro, y aparentemente no se lo había peinado desde el día anterior. Una barba de tres días cubría unas fuertes mandíbulas. Tenía aspecto de realizar viajes en Harley Davidson por carretera. Todo en él recordaba a un estilo de «motero molón». Una lejana sombra de los almidonados profesores que recordaba de hace unos años.
Puede que la clase fuese tan interesante como había oído. Se había matriculado porque era obligatoria para los estudiantes de Lengua no licenciados y además sonaba interesante. Ahora incluso más.
Emmerson se rascaba la incipiente barba del mentón mientras leía sus notas, pasaba las páginas, fruncía el ceño ante sus propias anotaciones, para tan solo elevar la mirada cuando se abría la puerta de la sala y una nueva estudiante entraba y buscaba un asiento libre.
Los sitios restantes eran muy pocos y estaban muy dispersos.
Aquella clase sobre Shakespeare era sorprendentemente popular, y Kristi se imaginaba que semejante fascinación tenía más que ver con el atractivo e inusual profesor que con el dramaturgo o su obra. Dispuso su ordenador sobre la mesa para tomar apuntes y echó un vistazo a los demás estudiantes, algunos de los cuales le resultaban familiares. Mai Kwan, su vecina, estaba sentada junto a la parte delantera del aula, varias filas por debajo de Kristi, y un par de chicas que habían estado con Lucretia el día que entró en la cafetería, estaban sentadas en corrillo junto a las ventanas. Pero la sorpresa ocurrió justo antes de empezar la clase, cuando quien entró no fue otro que Hiram Calloway, el supuesto casero de Kristi. Ella se giró rápidamente hacia otro lado, esperando que no se diera cuenta de que uno de los escasos asientos libres estaba junto al suyo. Afortunadamente, encontró otro asiento, al fondo de la sala. Bien.
La puerta se cerró de golpe detrás de Hiram, y Emmerson comprobó el reloj de la pared, luego pulsó un botón detrás del estrado, apagando la música. Tras enderezarse y contemplar la totalidad de la clase con una amplia mirada, se presentó.
– Muy bien, soy el profesor Emmerson, esto es Shakespeare 201 y si esta no es la asignatura a la que os apuntasteis, marchaos y dejad sitio libre para alguien que sí pretendía apuntarse. Para aquellos de vosotros que habéis oído que esta es una asignatura fácil, un sobresaliente garantizado, vosotros también estáis invitados a salir.
Nadie se movió. La clase estaba en silencio, exceptuando el chasqueo del reloj.
Un teléfono móvil sonó con fuerza y Emmerson miró fijamente a un chico con una gorra de béisbol que rebuscaba en su bolsillo.
– Eso es lo siguiente. Nada de móviles en clase, y no me refiero solo al timbre. Si noto que está vibrando, o si alguien mira el suyo para leer un mensaje o incluso para ver la hora, será historia. Suspenso automático. Si no os gustan las reglas, no vengáis a clase y discutidlo con la administración. No me importa. Esta clase no es una democracia. Yo soy el rey, ¿de acuerdo? Igual que los que estudiaremos; tan solo espero no ser tan egocéntrico.
«Mientras estáis aquí -dijo levantando sus manos para indicar que se refería a toda la clase-, conmigo, estudiaremos al bueno y viejo Willie como jamás lo habéis estudiado antes. No vamos a limitarnos a leer sus obras y poemas. Vamos a aprenderlos. Por dentro y por fuera. Los leeremos tal y como hay que leerlos, la forma en la que el señor Shakespeare, o dependiendo de vuestro punto de vista, quienquiera que los escribiese, quería que se leyeran. Para el propósito de esta asignatura, daremos por hecho que pertenecen a William Shakespeare. Si sois de esos admiradores de Francis Bacon que creen que las obras son suyas, incluso aunque no hubiera disfrutado del suficiente tiempo para escribirlas, o entusiastas de Edward de Vere, o aquellos de vosotros que piensan que Christopher Marlowe, incluso aunque supuestamente murió en 1593, tomó la pluma con su mano muerta bajo el nombre de Shakespeare, o que, con ese objetivo, algún otro lo hizo -señaló hacia el fondo de la sala-, ahí está la puerta. Sé que existe un movimiento para probar que el pobre y analfabeto William no pudo ser capaz de escribir algo tan sofisticado o erudito sobre las clases altas, Italia y todo eso. También sé que algunos de los ámbitos académicos creen que sus obras en realidad fueron escritas por un grupo de personas. Vamos a tener un montón de animadas discusiones sobre la obra de Shakespeare, no me malinterpretéis, pero todo el asunto de «¿los escribió él o no?» es un tema tabú. No me importa quién los escribió, ¿de acuerdo? Eso es para otra asignatura. Yo solo estoy interesado en lo que pensáis de su obra. -Dio la vuelta hasta llegar delante de su escritorio y apoyó sus caderas contra el borde-. Doy por hecho que todos habéis recibido un programa por correo electrónico para esta clase. Si no es así, volved a comprobar vuestra bandeja de entrada o carpeta de correo basura y, solo si realmente no lo habéis recibido, llamad a mi oficina y os enviaré otro enseguida. La mayor parte de vuestras tareas se enviarán por Internet y eso es por lo que todos tenéis una dirección que acaba en «allsaints.edu». Si no tenéis una, o creéis que no, hablad con el secretario o en admisiones. Ese no es mi problema.