»Para aquellos de vosotros que habéis mirado el programa, veréis que vamos a empezar con Macbeth. ¿Por qué? -Su sonrisa era un tanto malvada-. Porque, ¿qué mejor forma de empezar el año que con brujas, profecías, sangre, fantasmas, culpa y asesinato?
Ahora tenía la atención de todo el mundo y él lo sabía. Al mirar hacia los cautivados estudiantes, con su mirada moviéndose de un admirado rostro al siguiente, asintió despacio. Sus ojos se encontraron con los de Kristi y aguantaron allí unas décimas de segundo. ¿Era su imaginación o se había recreado un poco más en ella que en los demás?
Ni hablar.
No era más que un efecto de la luz. Tenía que serlo.
Y, aun así, su sonrisa pareció cambiar un poco antes de desviar la mirada, como si supiera un profundo secreto. Un secreto íntimo.
¿Qué demonios le estaba ocurriendo? Solo porque era guapo, ya se encontraba pensando en todo tipo de cosas ridículas.
– Además -prosiguió con su voz profunda-, en esta aula yo decido lo que hacemos. A mí me gusta Macbeth. Así que… -Dio una palmada juntando sus manos y la mitad de la clase se sobresaltó. De nuevo aquella sonrisa de complicidad-. Empecemos…
– ¡Kristi! -Mientras pasaba rápidamente junto a los escalones de la biblioteca, oyó su nombre y le dio un vuelco el estómago. Reconocía esa voz. Al darse la vuelta, Kristi se encontró con su antigua compañera de cuarto y ayudante de profesorado, Lucretia, con un ondeante abrigo negro, sosteniendo un paraguas en su mano y corriendo hacia ella. El cielo amenazaba con un chaparrón, el viento golpeaba con fuerza, y lo último que le apetecía hacer a Kristi era mantener una charla con Lucretia Stevens en mitad del complejo-. ¡Oye, espérame!
No había forma de escapar.
Se detuvo y Lucretia, sin aliento, aceleró el paso para alcanzarla.
– Necesito hablar contigo -le dijo sin preámbulos.
– No me digas.
Lucretia ignoró la ironía de Kristi.
– ¿Tienes un minuto? -Otros estudiantes, con sus cabezas inclinadas contra el viento, se apresuraron sobre los caminos de cemento y de ladrillos que atravesaban el césped en mitad del campus. Algunos iban en bicicleta, otros paseaban, y uno de ellos se desplazaba raudo sobre un monopatín-. Podríamos ir al centro de estudiantes y tomar una taza de café o té, o cualquier otra cosa. -Parecía impaciente. Preocupada.
– Tengo una clase a las once y está al otro lado del campus. -Miró su reloj. Las diez y treinta y seis. No quedaba mucho tiempo.
– No tardaremos -insistió Lucretia, aferrando a Kristi por el brazo y tratando de guiarla hacia el edificio de ladrillos que albergaba el centro de estudiantes, la cafetería y, al otro lado, la secretaría. Kristi tiró de su brazo, aunque entró junto a Lucretia en la cafetería, donde se dirigieron hacia el mostrador y esperaron detrás de tres chicas que pedían café. Kristi examinó minuciosamente el amplio surtido de bollos, magdalenas y rosquillas, y luego pidió un café solo, mientras que Lucretia pidió uno de caramelo con leche y extra de espuma. Kristi trató de no mirar el avance del minutero mientras esperaban sus consumiciones, pero le molestaba llegar tarde a su próxima clase, La influencia del vampyrismo en la cultura moderna, impartida por el doctor Grotto.
Una vez que las hubieron servido, siguió a Lucretia a través de mesas esparcidas donde los estudiantes se reunían para hablar, estudiar o escuchar sus iPods. Percibió la presencia de un par de amigas de Lucretia, Grace y Trudie, absortas en una profunda conversación en una mesa cerca de la puerta trasera, pero Lucretia, como si quisiera evitarlas, se dirigió a una mesa en un rincón que no habían limpiado en toda la mañana. Tomó asiento dándoles la espalda a sus amigas.
Kristi se sentó en su lado de la mesa y entonces se dio cuenta de que tan solo disponía de veinte minutos para llegar a su clase. Estaba condenada a llegar tarde.
– Será mejor que te des prisa. No tengo mucho tiempo -le avisó Kristi mientras soplaba sobre su taza humeante.
Lucretia dejó escapar un suspiro y luego miró por encima de su hombro, como si esperase que alguien las estuviera vigilando. Una vez satisfecha de que no las observasen o escuchasen, se inclinó sobre la mesa y comenzó a susurrar.
– Ya habrás oído que algunas estudiantes han desaparecido del campus. Kristi fingió estar moderadamente interesada. Asintió.
– Cuatro, ¿verdad?
– Sí. -Lucretia mordisqueó la comisura de sus labios-. Por ahora solo han desaparecido…
– Pero… ¿tú crees… que ha sido otra cosa?
Lucretia no tocó su café, se limitó a dejarlo sobre la mellada mesa de fórmica junto a algunos sobres de salsa y mostaza que alguien no se había molestado en tirar.
– Bueno, tan solo creo que aquí ocurre algo. Algo extraño. -Bajó la voz más aún-. Yo conocí a Rylee.
– ¿Conociste? ¿En pasado?
– No -rectificó con rapidez-. Me refiero a que, la conozco, pero nadie, y quiero decir nadie, la ha visto desde antes de Navidad. Creo que es posible que, oh, Dios esto es tan raro.
– ¿Qué es raro?
– Creo que podría haber formado parte de algún culto.
– ¿Un culto?
Ella asentía, girando su pequeña taza y observando como la espuma se fundía lentamente en su café, aún sin tocar.
– ¿Te refieres a un culto como los religiosos?
– No sé exactamente de qué clase… Hay rumores acerca de todo tipo que cosas raras que ocurren. El más significativo es que parece existir cierto interés por los vampiros.
– ¿Igual que en Buffy, la Cazavampiros o en Drácula, o…?
– Me refiero a vampiros de la vida real.
Kristi le lanzó una mirada.
– Murciélagos vampiros… ¿o como el conde Drácula? ¡Oh!, espera, ya lo capto. Te estás quedando conmigo. Pero Lucretia parecía seria.
– ¡Esto no es una broma! Algunos de los chicos van por ahí con colmillos y viales con sangre que cuelgan de sus cuellos, y están tan metidos en la clase del doctor Grotto que se ha convertido en casi una obsesión. Están totalmente fuera de control.
– Pero ellos no creerán realmente que hay vampiros que duermen en ataúdes durante el día y salen por ahí a beber sangre humana por la noche. Del tipo que solo pueden matarse con estacas de madera o balas de plata y que no se reflejan en los espejos.
– No seas así.
– ¿Qué no sea cómo?
– Tan… severa. Y no sé lo que creen. -Casi sintiéndose culpable, Lucretia jugueteó con una cadena de oro que rodeaba su cuello. Entre sus dedos, se balanceaba una pequeña cruz con diamantes incrustados.
– Entonces, Rylee estaba metida en eso de los vampiros -dijo Kristi con aire escéptico.
– Sí. Oh, desde luego… -La cruz de diamantes brillaba bajo las enormes luces suspendidas sobre el salón de la cafetería.
– ¿Qué es lo que hace? Me refiero a ese culto vampírico.
– No lo sé. Rylee era tan… reservada.
– ¿Qué sabes sobre ella?
– Bueno, yo no diría que fuese la chica más estable del planeta -admitió Lucretia-. Ya había dejado el colegio antes una vez, puede que durante el trimestre de invierno o primavera del año pasado. -Se aclaró la garganta. Desvió la mirada. La cruz destelló.
– Y… -le dio pie Kristi, presintiendo que había más.
– Y, bueno… ella era… es un poco reina de la tragedia. Bueno, no solo un poco, diría yo. Una vez trató de suicidarse.
– ¿De suicidarse?
– ¡Chist! -Lucretia bajó la voz y dejó de juguetear con su collar-. Ya lo sé, eso es un grito de ayuda y no estoy segura de que jamás la recibiera. Su madre se pasaba tanto tiempo preocupándose de que Rylee no se quedase embarazada que nunca vio el sufrimiento por el que estaba pasando.