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– ¿Su madre ignoró el intento de suicidio? -inquirió Kristi sin poder dar crédito a sus oídos.

– Por lo que dijo Rylee, le causó a su madre un montón de problemas siendo adolescente; saliendo hasta tarde, abusando de las fiestas, amigos inadecuados, drogas, chicos, lo que quieras. Así que se lavó las manos en lo que a ella se refería, le dio la espalda a su propia hija. ¿Qué te parece? -Lucretia pronunció la última frase con amargura, y le hizo recordar a Kristi los propios padres separados de Lucretia. Al menos, separados emocionalmente.

Lucretia volvió a aclararse la garganta.

– En fin, por lo que yo veo, su madre cree que la desaparición de Rylee no es más que uno de sus trucos; una llamada de atención.

– Pero tú crees que se trata de ese… culto.

– Así es.

– Y que ella se vio relacionada con algo o alguien malvado del culto. Lucretia tragó con dificultad.

– Espero equivocarme.

– Crees que llevó todo ese asunto del vampirismo demasiado lejos, que realmente se lo creyó, y se le metió en la cabeza.

Obviamente, Lucretia lo contemplaba como una opción.

– Sí… sí… Creo que es posible.

Había algo apartado de aquella conversación, algo que Lucretia no le estaba contando, algo preocupante. Allí estaban, en medio de la maldita cafetería del centro de estudiantes, rodeadas por jóvenes y adultos que hablaban, reían o estudiaban; algunos escuchaban su iPod, otros comían o bebían café o refrescos, pero Lucretia y ella estaban realmente hablando sobre vampiros y cultos. ¿Algo profundamente perverso? Miró a su ex compañera de habitación y se preguntó lo que le habría ocurrido en los últimos años.

– ¿Qué hay de ti, Lucretia? -preguntó, atenta a la más mínima reacción-. ¿Dónde encajas tú en todo este asunto del vampirismo?

Lucretia miró por la ventana hacia la oscura luz que lucía fuera.

– Hay veces en las que no sé lo que es real y lo que no lo es.

Un escalofrío de aprensión recorrió la espina dorsal de Kristi.

– ¿En serio?

– ¿Que si creo en vampiros? ¿Cómo en las películas de Hollywood? No. -Lucretia sacudió lentamente su cabeza. De forma pensativa. Como si estuviera luchando contra la idea por primera vez. Casi inconscientemente, comenzó a despedazar su servilleta de papel.

– Vamos a dejar Hollywood a un lado -sugirió Kristi. Probablemente debería abandonar la conversación por completo. Era demasiado extraña. Demasiado irreal. Pero no podía contenerse. Su curiosidad se encontraba estimulada por el misterio de las estudiantes ausentes y ya había decidido investigar sus desapariciones; a lo mejor Lucretia podía ser de ayuda. Ciertamente, parecía estar deseándolo.

Lucretia pensó con cuidado antes de hablar.

– Filosóficamente hablando, creo que puedes fabricar tu propia verdad. Las personas que sufren alucinaciones, ya sea por drogas o por sus condiciones médicas, ven cosas que son de lo más reales para ellas. Esa es su verdad, su margen de referencia aunque no sea, posiblemente, el de nadie más. Mi abuela, antes de morir, veía personas que no estaban en la habitación, y ella estaba segura de haber ido a lugares a los que era imposible que hubiese ido, porque se encontraba metida en una cama de hospital de una residencia de ancianos. Pero ella describía sus viajes con una nitidez impresionante, hasta el punto de que casi nos convence. ¿Estaba soñando? ¿Era una alucinación? -Lucretia se encogió de hombros-. No tiene importancia. Su realidad, su verdad era que ella había estado allí.

– De modo que consideras que los estudiantes que están en este culto, ya han alterado su realidad. ¿Mediante qué? ¿Problemas mentales? ¿Drogas?

– O tal vez deseo.

Kristi sintió una brisa helada atravesando su alma.

– ¿Deseo?

Con un suspiro, Lucretia apartó finalmente los trozos de su servilleta a un lado, recogiendo los pedacitos más pequeños con los pegajosos sobres usados de los edulcorantes.

– Desean creer con tanta fuerza que se hace real. Ya sabes a lo que me refiero. Desear algo con tanta fuerza en tu vida que casi puedes saborearlo. Desear algo… algo por lo que harías cualquier cosa con tal de tenerlo. -Sus ojos oscuros se centraron en Kristi, y agarró su mano, sujetándola con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos-. Todos deseamos algo.

Un momento después, soltó la mano de Kristi, quien descubrió que su pulso se había acelerado.

– Pero esta fantasía en particular… ¿Por qué iba alguien a pensar que existen los vampiros? -inquirió Kristi, sinceramente intrigada.

– Es erótico. Sexi.

– ¿En serio? ¿Beber sangre? ¿Vivir en las tinieblas? ¿Ser un muerto viviente durante siglos? ¿Eso es erótico? ¿Quién en su sano juicio podría desear…?

– Nadie ha dicho que tengan que estar en su sano juicio. -Lucretia empezó a mirarla de nuevo, luego cogió finalmente su taza de café y le dio un sorbo-. Estos creyentes… sus vidas están vacías, o son aburridas, o tan jodidamente horribles que cualquier clase de magia, o de brujería, o de existencia alternativa es mejor que lo que están viviendo.

– Eso es una locura. Estás diciendo que existe todo un culto de estas personas que creen en esa criatura nocturna de fantasía.

– Será una locura para ti. Pero no para ellos. Oh, probablemente haya quienes participen tan solo por la emoción del acto. Existe una atracción hacia toda la cultura del vampirismo. Es oscura. Es sexual. En cierto sentido es muy romántica y visceral. Pero para algunas personas no es una fantasía. Son aquellos que, real y verdaderamente, lo creen.

– Necesitan ayuda -dijo Kristi.

Cuando Lucretia miró hacia Kristi, sus ojos habían vuelto a oscurecerse. ¿Era la preocupación? ¿O su propio dogma infernal? ¿Por qué era todo aquello tan raro? Kristi y Lucretia jamás habían sido amigas, así que, ¿por qué la había buscado su antigua compañera de habitación? ¿Por qué, incluso, estaban manteniendo aquella conversación? En una mesa cercana, dos chicos del tipo deportista arrastraron las sillas hacia fuera y colocaron sobre la mesa una bandeja llena de perritos calientes y patatas fritas. Hablaban y bromeaban entre ellos mientras cogían sobres de kétchup y mostaza. Todo era tan normal.

¿Realmente estaba manteniendo una conversación con Lucretia acerca de vampiros?

– ¿Y qué hay del doctor Grotto? -preguntó Kristi, imaginando al hombre alto y sarcástico de pelo oscuro y ojos profundos-. ¿Crees que lo promueve con sus clases de vampirismo? ¿Es el líder del culto?

– ¿Qué? ¡No, por Dios! -Apoyó su taza en la mesa con tanta fuerza que un poco de espuma y café se derramaron por el borde.

– Pero él imparte las clases…

– No sobre ser un vampiro, por el amor de Dios, sino sobre la influencia de los mitos de vampiros, hombres lobo y demás monstruos cambiantes en la sociedad. Históricamente y en la actualidad. ¡Es un intelectual, por el amor de Dios!

– Eso no quiere decir que no esté metido en todo el asunto…

– Te estás equivocando. No se trata de Dominic… -Lucretia sacudió su cabeza de forma vehemente y realmente palideció ante la idea-. Es un hombre maravilloso. Educado. Vivaz. Mira, esto ha sido un error. -Visiblemente afectada, se levantó y comenzó a temblar al recoger sus cosas-. Pensé que, debido a que habías pasado por tantas cosas, a que tu padre era un detective genial, podrías ser capaz de ayudar; que podrías convencer a tu padre para que investigase lo que les ocurrió a Dionne, Monique, Tara y Rylee, pero olvídalo.

– Tus amigas aún siguen sin aparecer -comentó Kristi mientras, también ella, se levantaba de la mesa.

– No son mis amigas, ¿vale? Tan solo unas chicas que conocí. Parte de un grupo de estudio.

– ¿Se conocían entre ellas?

– Superficialmente, supongo. No estoy segura. Eran estudiantes superiores de Lengua, y creo que todas ellas eran chicas algo problemáticas y solitarias, de las que podrían haberse visto metidas en el asunto turbio. Pero debería haber sabido que lo interpretarías mal. -Elevó sus ojos mientras arrojaba su servilleta mojada a una papelera cercana.