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– ¿Le has contado esto a la policía?

– No… yo… ahora soy una ayudante del profesorado aquí, pero no soy fija y no tendré acceso completo a todos los archivos mientras no sea profesora y… maldita sea, es complicado. No podía ir por ahí, parloteando acerca de cultos en el campus, pero entonces me crucé contigo y… eso, lo que te he contado. Porque pensé que tu padre podría investigarlo discretamente, sin tener que involucrarme. Antes, no estaba convencida de que nada se hubiera torcido. Dionne y Monique eran muy alocadas y siempre hablaban de irse por ahí haciendo autoestop, pero ahora… no lo sé. Tara era infeliz, ¿pero Rylee? -Se apartó el pelo de los ojos, percibió a los chicos en la mesa contigua y bajó la voz-. Puede que esté imaginando todo esto. Ya sabes, toda esa confusión entre la realidad y la fantasía. Ni siquiera sé por qué te lo he contado.

Tampoco Kristi. Jamás había visto a nadie ir de un extremo a otro en cuestión de segundos. Obviamente había metido el dedo en la llaga al sacar a relucir al profesor Grotto, que resultaba ser quien impartía la siguiente clase de Kristi, a la que ya llegaba tarde, la de los vampiros.

Kristi decidió que, por el momento, se guardaría esa información. Se bebió lo que restaba de su café y dejó la taza mientras Lucretia daba un último repaso a la mesa.

Kristi no pudo evitar ver el anillo en la mano izquierda de Lucretia.

– ¿Estás comprometida? -inquirió, y recordó la conversación que Lucretia estaba manteniendo acerca del tipo que era «absolutamente alucinante». ¿Podría haberse referido a Grotto?

Lucretia dejó de limpiar durante un segundo, bajó la mirada hacia sus dedos, y su blanco rostro se volvió colorado en un instante.

– Oh… no… -tartamudeó-. Es… es solo… no es nada. -Rápidamente hizo una pelota con las servilletas y los sobres de condimento y la dejó caer en la papelera-. Y no es un anillo de compromiso -añadió al instante-, o como quisieras llamarlo cuando eras novata. -Una leve sonrisa se asomó en sus labios-. ¿Recuerdas?

– Claro.

Lucretia se limpiaba las manos en una nueva servilleta.

– ¿No te parece curioso? Pensar que el tipo a quien dejaste cuando estuviste aquí por primera vez ahora forma parte del personal. Para que luego hablen de los caprichos del destino.

Kristi se quedó mirando a Lucretia, intentando darle sentido a su comentario.

– ¿Te refieres a Jay?

– Claro, Jay McKnight.

El alma se le cayó a los pies. Cualquier cosa que ella y Jay hubiesen compartido terminó hace mucho tiempo, pero eso no significaba que ella quisiera toparse con él. No, Lucretia debía estar mal informada.

– Trabaja para el departamento de policía de Nueva Orleans -protestó Kristi, y luego comenzó a tener un mal presentimiento cuando vio aquel brillo triunfal en los ojos de Lucretia, mientras se colgaba el asa del bolso sobre uno de sus hombros.

– Pero imparte una asignatura aquí. Es una clase nocturna, creo. Sustituye a una profesora que tenía problemas familiares y tuvo que pedir una baja temporal o algo así.

– ¿De veras? -Kristi no podía creerlo, pero no quería discutir. Lucretia debía estar completamente equivocada o tomándole el pelo para molestarla. No estaba dispuesta a otorgarle ningún crédito hasta que viera a Jay McKnight con sus propios ojos. Después, un nuevo mal presagio la asaltó-. ¿Qué clase?

– No lo sé… creo que algo de criminología.

El estómago de Kristi se contrajo.

– ¿Introducción a la ciencia forense?

– Podría ser. Ya te he dicho que no estoy segura.

Oh, Dios; no, por favor. No podía imaginar a Jay siendo su profesor; eso sería demasiado para ser verdad. Rememoró cómo había roto con él tan bruscamente y sintió vergüenza. Incluso habiendo ocurrido hacía casi un década, no quería ni pensar en que existiera la posibilidad de encontrarse con Jay en el campus. O de que él pudiera ser su profesor. Aquello sería una tortura.

– Nos vemos. -Lucretia ya se dirigía hacia la puerta cuando Kristi vio el gran reloj instalado sobre la pared trasera del edificio, sobre las puertas que llevaban hasta las oficinas de administración.

Miró la hora.

Eran las once menos tres minutos.

No había forma de que pudiera llegar a tiempo al otro lado del campus. Llegaría tarde, sin duda. Pero quizá merecía la pena. Los temores de Lucretia, sus teorías sobre un culto allí, en el campus, eran sin duda interesantes. Merecía la pena investigarlas. Pero ¿realmente eran vampiros?

– No me hagas reír -se murmuró a sí misma; después se sintió molesta al sentir un escalofrío involuntario que recorrió su espina dorsal.

Capítulo 6

Las puertas dobles del centro de estudiantes se cerraron con un golpe detrás de Lucretia; después volvieron a abrirse cuando una nueva oleada de estudiantes mojados por la lluvia, que charlaban y reían, se abrieron camino hacia el interior y se dirigieron hacia la barra para pedir sus consumiciones.

Sin perder tiempo, Kristi recogió su ordenador y su bolso, luego salió corriendo hacia fuera y bajó los escalones mientras las campanas de la torre de la iglesia empezaban a tocar la hora.

– Genial -murmuró, observando los pocos que aún apretaban el paso a través del complejo.

Todo el mundo se encuentra ya en clase.

Incluso Lucretia, quien había salido un momento antes que Kristi, no se veía por ninguna parte, como si se hubiera desvanecido en el oscuro día.

Esta no es forma de empezar el trimestre, se reprochó mientras correteaba a lo largo de un camino de ladrillos que abandonaban el campus y atajaban por la capilla rodeando la casa Wagner, la mansión de piedra de doscientos años donde la familia Wagner, que había donado la tierra para el colegio, vivió una vez. Haciendo ahora las veces de museo y siendo objetivo de rumores que decían que estaba encantada, la imponente mansión se elevaba hasta tres plantas, y su aspecto final se lo aportaban sus ventanas con contraluces, gárgolas sobre los bajantes y buhardillas que asomaban desde un tejado de corte abrupto.

La lluvia empezaba a caer mientras Kristi se apresuraba junto a la verja de hierro forjado que separaba el antiguo caserón del borde del campus, luego cortó tras un edificio de ciencias. Dobló una esquina y casi se dio de bruces contra un hombre alto, vestido de negro, que le daba la espalda. Levantó una mano hasta su frente, como si estuviera protegiéndose los ojos de la lluvia. Estaba envuelto en una discusión con alguien a quien Kristi no podía ver, pero, al darse prisa en pasar, vio de reojo su alzacuello blanco y sus marcadas y severas facciones. Hablaba con una mujer pequeña que llevaba un abrigo de gran tamaño. El rostro de ella se volvió hacia él mientras bajaba la voz al pasar Kristi, pero Kristi reconoció a la amiga de Lucretia, Ariel. Su pelo estaba recogido en una coleta; llevaba una bolsa de libros y sus gafas estaban salpicadas por la lluvia, pero, incluso así, parecía estar al borde del llanto.

– … Yo… yo solo pensé que debería saberlo, padre Tony -dijo Ariel, colocándose sobre la cabeza la capucha de la chaqueta.

Padre Tony. El sacerdote del que Irene Calloway se había quejado por estar demasiado a la última. Kristi había visto su nombre en el cuaderno de profesorado, donde estaba incluido como padre Anthony Mediera. En la casilla de información del All Saints, el sacerdote aparentaba estar sonriente y tranquilo, vestido con una sotana mientras miraba a la cámara con grandes ojos. Ahora aquellos ojos azules eran oscuros y cautelosos, su mentón rígido y sus finos labios apretados en un gesto de rabia contenida.

– No te preocupes -le respondió con un matiz de acento italiano, también bajando la voz cuando pasó Kristi-. Yo me ocuparé. Te lo prometo.