Las escaleras se abrían a un amplio rellano. Diversos pasillos partían del corredor principal, haciendo que el lugar pareciera más la madriguera de un conejo que un edificio para laboratorios de ciencias.
Siguió los letreros hasta doblar una esquina que llevaba a un largo pasillo. Al extremo del mismo vio una puerta abierta y unos estudiantes, incluyendo a Hiram Calloway, que se adentraban en una amplia aula.
Cruzando los dedos para no ver de nuevo a Jay, Kristi aceleró para alcanzar a la multitud. Atravesó el umbral de la puerta junto al último de los rezagados.
Una vez dentro, los peores miedos de Kristi se hicieron realidad.
Bajo el fulgor de las luces fluorescentes, Jay McKnight presidía la sala sin ventanas. Varios esquemas del cuerpo humano a tamaño natural se encontraban desplegados sobre una pizarra a su espalda.
El alma de Kristi se hundió. Lo que había comenzado siendo solo un mal día había caído en picado. Se cruzaron sus ojos y él no hizo más que sonreír, pero no desvió la mirada. Lo peor de todo era que los efectos de la edad habían sido más que benévolos con él. Con su metro ochenta y cinco, era alto, fuerte, con un marcado mentón bien afeitado y unos labios finos como cuchillas. Su pelo marrón claro era más largo y despeinado de lo que recordaba, debido a que no le importaba o porque trataba de ir a la última. Sus ojos, entre el marrón y el dorado, se encontraron con los de ella, y Kristi creyó ver unas casi imperceptibles patas de gallo. Tenía una nueva y diminuta cicatriz atravesada en lo alto de una ceja, pero aparte de aquella leve imperfección, no tenía mal aspecto en absoluto. De hecho, estaba algo más fornido, la sombra de su barba era más oscura de lo que fue una vez, y mostraba un renovado aire de confianza que aumentaba su atractivo. No es que le importara.
Había terminado con él. Hace mucho, mucho tiempo.
Se dejó caer sobre una de las pocas sillas sin ocupar y, al instante, no se dio cuenta de que se había sentado justo delante de Hiram Calloway.
Esto cada vez se pone mejor, pensó sin un solo atisbo de humor; luego se recordó que no pasaba nada. Estaba en la universidad, no en cuarto de primaria. Los asientos no estaban asignados para el resto del curso.
Tan solo son diez semanas, por el amor de Dios. Treinta y tantas clases. ¡Sobrevivirás!
Pero esa noche, mirando a Jay McKnight, el primer hombre al que había amado, no estaba demasiado segura de ello.
Capítulo 8
Jay no iba a permitir que lo distrajera.
Naturalmente, descubrió a Kristi en cuanto entró en la sala. ¿Cómo no? Además, jugaba con ventaja, ya que había visto su nombre en la lista de clase.
Era más alta de lo que recordaba, probablemente porque sus largas piernas se veían acentuadas por unos finos vaqueros y unas botas con tacones de al menos cinco centímetros. Lucía un tipo atlético; sus hombros estaban definidos por años de natación, su vientre plano, sus pechos tirando a pequeños, aunque aún firmes, sus caderas estrechas.
Incluso vestida con unos viejos vaqueros y una sudadera, podía provocar el giro de algunas cabezas. No porque gozara de una belleza de modelo de pasarela, sino porque era guapa, bastante más que la media y mostraba un aire de confianza que resultaba natural, espontáneo y fascinante.
Al dirigirse hacia el fondo del aula, la miró, pero de algún modo se mantuvo impasible, sin ni siquiera saludarla mientras el resto de la presunta nueva generación de científicos forenses tomaba asiento. Jay estaba seguro de que aquellos estudiantes daban por hecho que su trabajo era igual que en C. S. I, glamuroso y sencillo, en ciudades tan atractivas como Las Vegas, Nueva York y Miami. con agentes de policía guapos e inteligentes, e ingeniosas y modernas técnicas criminalistas trabajando contra astutos maleantes. Probablemente imaginaban investigadores que siempre eran capaces de determinar quién es el responsable y de enviarle a la cárcel para siempre. Jay suponía que su trabajo allí no era desacreditar la imagen televisiva, sino empaparles con una fría dosis de realidad.
– Es probable que muchos de vosotros os estéis preguntando quién soy -comenzó, rodeando el escritorio y balanceando sus caderas sobre el borde mientras los últimos rezagados tomaban asiento. El aula había contemplado días mejores, y el ajado suelo, los maltratados pupitres y la fluctuante y fluorescente iluminación sugerían que la última reforma se llevó a cabo bajo la administración de Eisenhower-. Soy Jay McKnight y trabajo para el departamento de policía de Nueva Orleans. Poseo una doble titulación; una en Criminología y otra en Ciencias de Laboratorio Clínico, también un máster en Ciencias Forenses, el último de la Universidad de Alabama. Además, trabajo para el Laboratorio Criminalista de Nueva Orleans, el cual, como probablemente hayáis supuesto, ha sido un desafío desde el Katrina. Perdimos nuestro laboratorio y más de cinco millones de dólares en equipo durante la tormenta. Las pruebas fueron destruidas y no podrán recuperarse nunca. Hemos tenido que trabajar bajo el amparo de otras oficinas del sheriff o mediante agencias privadas, lo que ha ralentizado increíblemente las cosas. También hemos perdido técnicos, quienes se cansaron de vivir en remolques del fema, de trabajar en remolques del fema y de recopilar pruebas en remolques del fema.
Mantenía la atención general. Sus ojos, ahora serios, estaban fijos en él y ninguno hablaba o hacía más que mascar chicle.
– Pero las cosas están mejorando. Lentamente. No disponemos de las oficinas ni de los laboratorios que salen en series de televisión como C. S. I., pero ahora tenemos nuestras propias instalaciones en la Universidad de Nueva Orleans, en el campus junto al lago.
Miró hacia Kristi. Ella, al igual que los demás, le devolvía una sobria mirada. Si sentía alguna emoción aparte de la del estudio, había conseguido ocultarla por completo.
Bien.
– Sé que la mayoría de vosotros pensó que la clase sería impartida por la doctora Monroe, pero debido a un caso de enfermedad en su familia, ha tenido que tomarse un tiempo libre, así que estáis atrapados conmigo.
»De forma que, durante las próximas nueve semanas, discutiremos sobre Criminología en franjas de tres horas. Tocaremos los temas principales y, en lugar de impartiros una charla, digamos que guiaré la discusión acerca de la ciencia forense y de la evidencia. Durante la última hora y media, realizaremos cualquier examen que considere apropiado y luego habrá un periodo de preguntas y respuestas. Discutiremos escenas del crimen y cómo protegerlas, cómo recoger pruebas, y qué hacer con esas pruebas cuando se han recogido. Lo incluiremos todo, desde modelos de salpicaduras de sangre hasta armas de fuego, entomología y biología forense, tanto vegetal como animal. Hablaremos sobre la causa de la muerte y las autopsias.
Un muchacho con una diminuta perilla y varios pendientes levantó la mano.
– ¿Hay alguna forma de que podamos asistir a una autopsia?
Aquello provocó unos cuantos murmullos, algunos de emoción y otros de disgusto.
– No en este trimestre, me temo -respondió Jay.
– Pero molaría, ¿no? -El chico de la perilla no se daba por vencido.
– No lo sé, ¿molaría? -preguntó Jay a la clase, y algunos de los estudiantes abuchearon mientras otros protestaban-. Como os he dicho, no está programado y este es un grupo bastante grande. Hay normas sobre ese tipo de cosas, cuestiones de contaminación, de sincronización y, a pesar de todo lo que creéis que «molaría» verlo, el médico forense es una persona ocupada, al igual que todas las que trabajan para la oficina del forense.
»Sin embargo, para hacer las cosas interesantes, cada semana propondré un caso específico que el departamento resolvió, luego os mostraré las pruebas que se recogieron y veremos lo que podéis contarme sobre el crimen. Después, lo compararemos con lo que la policía descubrió en realidad.
Todavía mantenía la atención. Todos parecían estar escuchando. Al menos por ahora. Volvió a contactar visualmente con Kristi, al igual que con los demás estudiantes, mientras continuaba con su charla. Le resultó fácil porque le encantaba su trabajo. Examinar las pruebas y relacionarlas con un crimen y un sospechoso era estimulante, a la vez que frustrante. A medida que hablaba se iba animando, aunque le era difícil ignorar que Kristi aún conservaba la misma energía que tanto le había atraído años atrás, cuando ella aún iba al instituto y él acababa de empezar las clases en la universidad mientras seguía trabajando con su padre. Entonces, Jay había llegado a pensar que Kristi era inteligente, atrevida, cabezota y más dura que una roca, a veces incluso temeraria, pero Kristi Bentz nunca había sido aburrida. Atlética y valiente, casi hasta el punto de la estupidez, Kristi desprendía una energía pura que Jay había echado en falta en la mayoría de las mujeres con las que había salido en su vida, incluyendo a Gayle Hall.