Ahora, sentada al fondo de la clase, sin llevar ningún maquillaje, con sus grandes ojos verdes clavados en él, su oscuro cabello cobrizo apartado de la cara para revelar una tersa barbilla, una nariz recta y unos pómulos elevados, Kristi lo observaba con atención. Se inclinaba hacia atrás apoyando su espalda, con los brazos cruzados sobre su pecho de forma casi insolente, como si le desafiara a enseñarle algo que no supiera.
O puede que solo ocurriese en su imaginación.
Jay dejó claramente que su mirada contactara con la de ella antes de volverse hacia el otro lado de la sala y mirar a un chico alto con gafas de cristales gruesos y una descuidada barba negra que no ocultaba un problema de acné.
– Esta noche os enviaré a todos un programa por correo electrónico, y mis horas de tutorías son los viernes por la tarde, de cuatro a seis. Lo sé, es una faena para aquellos de vosotros que queréis marcharos de fin de semana, pero es lo mejor que ha podido conseguir el departamento, ya que debe ajustarse a mi horario. Podéis enviarme un correo siempre que queráis; mi dirección está en el programa.
»Bien, empecemos con un poco de anatomía básica. Esta noche, hablaremos de cómo una persona puede ser asesinada, y lo que el cadáver podría mostrar en la autopsia. Tras el intermedio discutiremos la escena del crimen y el conjunto de pruebas. Esto podría pareceres algo confuso, pero he pensado que para nuestro primer caso vamos a retroceder desde el cadáver hasta la escena.
La semana que viene, tomaremos otro caso y lo haremos justo al contrario, lo cual, por supuesto, normalmente es el procedimiento habitual, aunque no siempre. ¿Puede alguien decirme por qué?
Un brazo se levantó y se agitó frenéticamente como si apenas pudiera controlarse por sí solo. La chica parecía medir menos de metro y medio, y no podía pesar más de cuarenta y cinco kilos. Su pelo rubio claro se agitaba ligeramente al tratar de llamar su atención.
– ¿Sí? -Se dirigió hacia ella.
– En ocasiones las pruebas de la escena del crimen no tienen sentido porque el cadáver podría haber sido cambiado de sitio. En ese caso tendríamos el lugar de depósito, pero también encontraríamos pruebas en el sitio donde el ataque o asesinato realmente tuvo lugar.
– Es correcto -dijo Jay, asintiendo hacia la chica, quien sonrió con suficiencia y se ruborizó al estar en lo cierto-. Ahora, echemos un vistazo a estos… -Jay bajó del escritorio y caminó hacia los diagramas del cuerpo humano que había colgado sobre la pizarra. Uno era del esqueleto, otro era muscular, otro mostraba los órganos y el cuarto era una ampliación de un dibujo del cuerpo humano con marcas y anotaciones añadidas por un examinador del caso en cuestión. Le dijo a la clase que aquel crimen había ocurrido más de diez años atrás, cuando un asesino que se hacía llamar padre John acechaba por las calles de Nueva Orleans. Las marcas de ataduras alrededor del cuello de la víctima, como indicaban las notas del examinador, eran exclusivas del padre John, o el Asesino del Rosario, como lo llamaban, quien había estrangulado a todas sus víctimas con un rosario creado para ese propósito.
El padre John había sido un retorcido asesino en serie, alguien a quien los chavales encontrarían macabro y fascinante.
Jay no solo tenía una copia del dibujo de la autopsia, sino también fotografías de la víctima, las cuales mostraría más adelante, demostrando después cómo la ciencia forense ha sido de ayuda para llevar a la policía hasta el asesino. Pensaba que aquel caso interesaría a la clase, ya que el asesino había sido bien conocido por el campus del All Saints. Por supuesto, Kristi Bentz podría encontrarlo un poco más personal, ya que su padre había ayudado a descubrir la identidad del asesino. Notó que Kristi se enderezaba en su asiento.
– Ahora contemplaremos un asesinato y trabajaremos hacia atrás. Veréis que tenemos una fotografía de la víctima y las notas del médico forense. -Alcanzó un montón de papeles y empezó a repartirlos-. Observaremos el cadáver de la misma forma que el forense. Comienza en la página uno, es una versión resumida de las notas del forense…
Esta noche, pensó Vlad desde su refugio de la tercera planta. Esta noche sería la ocasión perfecta para su próximo secuestro. Elevó su mirada, a través de las ramas más altas de los árboles, hacia el suave contorno de la luna, apenas visible entre las pausadas nubes.
Pero, por supuesto, no era así como funcionaba el proceso. No podía simplemente capturar a una víctima de camino a su casa desde una clase nocturna, la biblioteca o el trabajo. No tenía permitido esconderse en el asiento trasero de sus coches en la oscuridad, ni acecharlas mientras se dedicaban inconscientemente a sus asuntos. No… tenía que esperar, jugar al juego, asegurarse de que todo marchaba según lo meticulosamente planeado. Podía tomar una vida esta noche, pero no sería una de la élite, una de las «elegidas». Aquellas que habían sido investigadas cuidadosamente, aquellas que consideraba superiores. Las privilegiadas y con buena educación. Tenía que ser cuidadoso con ellas. Estaban siendo vigiladas. Pero las otras… A las otras podía asaltarlas a voluntad; aunque, como siempre, debía ser cuidadoso. Siempre cuidadoso.
Oyó el tañido de las campanas de la capilla y su pulso se aceleró. Había llegado el momento. Dong, dong, dong…
Al sonar las horas, sintió un torrente de excitación. Los estudiantes comenzaban a salir de los edificios, apresurándose por aquí y por allá, charlando, riendo, avanzando en la noche, sin percatarse de que él vigilaba; de que allí, desde su escondite, era capaz, si se le antojaba, de acertarles uno por uno con un rifle, o con un arco y unas flechas, o incluso con un tirachinas, un arma que había usado de niño contra pájaros y ardillas e incluso contra murciélagos por la noche. Su visión y su oído eran tan agudos, así como su gran sentido del olfato, que podía matar fácilmente a la presa de su elección; no es que le hiciera falta un arma.
Pero no era esa la forma en que debía hacerse.
Aquello sería romper las reglas.
Esta noche, All Saints no podía ser su coto de caza.
Se le encogió el estómago al contemplar a varias alumnas, chicas que había visto en el campus, estudiantes cuyas fotografías había guardado. A algunas las conocía por su nombre, y sonrió al comprender que una de ellas sería la próxima de las elegidas. Se frotó las puntas de los dedos e imaginó sus inconscientes caminos hasta llegar a él, los cuales ellas mismas creaban, como si fueran las catalizadoras de su propia defunción… dueñas de su propio destino, profetas de su propia muerte.
Pronto, pensó, mientras una sombra pasaba sobre la luna y el aire cambiaba ligeramente. Primero olfateó su aroma; luego, al volverse, tomó contacto visual con ella, Kristi Bentz, caminando con ligereza, con sus largas piernas devorando el camino de cemento que la separaba del pabellón Knauss. Estaba siguiendo a alguien… no, tratando de alcanzarlo mientras él caminaba a grandes zancadas hacia el aparcamiento en el extremo del campus.