– Claro que lo sé, y me gustaría tener mi bici, pero no te molestes en venir hasta aquí. La traeré en mi próxima visita.
– ¿Y la llevarás en el Honda?
– Tengo un portaequipajes para bicicletas… -Miraba hacia la capilla y vio dos siluetas que salían: una era un sacerdote; no el padre Tony, sino el otro tipo; y la segunda era Ariel O'Toole. ¿Cuántas horas pasaba Ariel en la capilla o con el sacerdote? ¿Tenía una aventura con ese tipo? ¿Quería convertirse en monja? ¿Confesar una miríada de pecados?
– Mira, papá, tengo que irme. Hablaremos luego… o envíame un mensaje, ¿vale? Adiós.
Cortó la llamada y observó como el padre Mathias, siempre meditabundo, se apresuraba a entrar en la capilla y Ariel, con la cabeza agachada, caminaba rápidamente hacia Kristi. Una vez más, Kristi la vio en tonos grises. A pesar de la luz del sol, una fría sensación recorrió las venas de Kristi. Tragó saliva con fuerza y supo que no podría encararse con la chica. Ariel seguramente pensaría que era una loca. No, tendría que averiguarlo discretamente. Subió los escalones restantes antes de deslizarse hacia el pasillo; entonces esperó hasta que las puertas de cristal volvieron a abrirse y un grupo de cinco o seis alumnos pasaron por ellas. Ariel se retrasó un poco detrás de ellos, pero no levantó la mirada ni percibió la presencia de Kristi mientras recorría el pasillo que llevaba al aula del doctor Preston.
Kristi la siguió y, tan pronto como las puertas del aula se cerraron tras Ariel, esta entró. Ariel dio con un pupitre vacío y Kristi ocupó otro cercano. No llamó la atención de la chica, sino que esperó fingiendo interés en el doctor Preston mientras este comenzaba su lección sobre la importancia de la perspectiva y la claridad al escribir.
– En fin, hablemos sobre el trabajo que os pedí la semana pasada -decía Preston. Dejó el trozo de tiza, cambiándolo por un montón de papeles impresos-. El trabajo era escribir dos páginas sobre el más profundo de vuestros miedos… ¿Verdad? La mayoría de vosotros ha usado muy bien la descripción, pero, veamos… -Fue pasando las páginas hasta llegar a la que buscaba-. El señor Calloway ha tenido una perspectiva interesante del tema. Escribe: «Se supone que esto es una clase de redacción creativa y no puedo escribir creativamente cuando me obligan a escribir sobre una materia específica. Mi creatividad (y esa palabra está entre comillas), se ve asfixiada». -Preston levantó su mirada y se fijó en Hiram Calloway, quien le devolvía el gesto de forma desafiante-. Bueno, es una forma interesante de librarse de un trabajo. -Miró hacia el resto de estudiantes, deteniéndose ligeramente en Kristi antes de continuar-. Sin embargo, estaría más impresionado si el señor Calloway hubiera dicho algo como: «Me siento encadenado al pupitre, obligado a escribir un trabajo que aborrezco». Podría haber obtenido un sobresaliente por esa respuesta; tal como está, tendrá que conformarse con un notable, ya que el trabajo, o la falta del mismo, ha sido original. -Luego sonrió; sus blancos dientes contrastaban con su bronceada piel, su pelo rubio destellaba bajo los focos-. Ahora, me gustaría leeros algo más tradicional y merecedor del sobresaliente que ha recibido. Este trabajo está escrito por la señorita Kwan, y yo diría que comprende a la perfección lo que significa escribir visceral y descriptivamente.
Kristi miró hacia Mai, quien levantó un poco el mentón mientras Preston comenzaba a leer.
– Temo al diablo. Sí, Satán. Lucifer. La encarnación del mal. ¿Por qué? Porque creo que él, o ella, por si eres de los que creen que una fémina, se oculta en todos nosotros; al menos, si soy sincera, habita en mí, en las más profundas regiones de mi alma. Lucho por mantenerlo atrapado y encerrado, por miedo a lo que él, y yo, como su envase, podríamos hacer. No puedo imaginar el dolor y sufrimiento que podría infligir de ser liberado.
Preston sonrió hacia Mai, casi como si la conociera en la intimidad. ¿De qué iba todo aquello?
– Ese era tan solo el primer párrafo y ya podemos sentir la batalla del autor, su miedo, la angustia por su propia psicosis. En ese párrafo vemos que ella aún tiene la sartén por el mango. No habla del diablo liberándose, sino de ser ella misma quien lo libere. Ella aún tiene el control, aunque es un tenue agarre para Satán y su cordura. -Asintió como si estuviera de acuerdo consigo mismo; su pelo rubio atrapaba la luz de las bombillas fluorescentes, que vibraban sobre su cabeza-. Bien hecho, señorita Kwan. Ella ha recibido el único sobresaliente porque ha sido la única que me ha hecho creer que realmente escribía desde el corazón.
Mai sonrió con autosuficiencia, ruborizada, y luego bajó la mirada hacia su pupitre, como si se sintiera ligeramente avergonzada, pero Kristi no se lo creía. Conocía lo bastante a su vecina como para creer en ese acto de humildad. Pero el tema de los miedos de Mai la hizo dudar.
¿Satán dentro de su alma? ¿No arañas, serpientes o lugares sombríos, o aviones, o caer desde un puente o casarse con la persona incorrecta, sino el diablo oculto en su alma? ¿De dónde sacaba eso?
– Jesús -suspiró Kristi, y se vio sorprendida por una mirada reprensora de Ariel-. Me refería a que eso ha sido bastante macabro. -Ariel se encogió de hombros mientras fruncía el ceño.
Su intento de hacerse amiga de Ariel no iba por buen camino. A ese paso, Kristi tardaría eones en ganarse su confianza, y sentía como si se estuviera quedando sin tiempo. ¿Por qué le importaba siquiera? ¿Porque Ariel era amiga de Lucretia? ¿Y qué? Además, lo de su cara grisácea podía ser producto de su imaginación.
Reclinándose en su asiento, Kristi concentró toda su atención en la clase. Finalmente, después de que Preston lanzase su tiza unas cuantas veces, devolviese los trabajos y les encargase una nueva tarea, Kristi recogió sus cosas y salió del edificio, unos pasos detrás de Ariel. El día aún era más caluroso de lo normal, pero ahora la luz del sol se veía filtrada por unas altas y finas nubes, que causaban sombras salpicadas sobre la tierra.
Kristi imaginaba que había fastidiado su ocasión de aproximarse a la chica. No le sorprendía. Nunca había sido capaz de fingir una amistad o de esconder sus verdaderos sentimientos. No podía contar las veces que le habían dicho que llevaba el corazón a la vista. Simplemente no le apetecía fingir, así que decidió preguntarle llanamente a Ariel qué tal le iba.
– Oye, Ariel -la llamó.
Al oír la voz de Kristi, Ariel se detuvo en seco.
– ¿Qué? -preguntó, y miró su reloj de forma insistente.
– ¿Te encuentras bien?
– ¿A qué te refieres? -comenzó a caminar de nuevo, algo más rápido. Era obvio que intentaba escabullirse.
– Pareces preocupada. -Kristi aguantaba su ritmo, zancada tras zancada, tratando de no pensar en que tenía que ir a trabajar en menos de media hora.
Ariel aventuró una rápida mirada hacia Kristi.
– Ni siquiera me conoces.
– Me doy cuenta de que algo te está molestando.
– ¿Y has venido para ayudarme? -Le lanzó una mirada confusa y, en ese instante, Kristi decidió sincerarse con ella.
– Mira, sé que esto suena extraño, pero… yo… tengo esta cosa, ¿vale? Llámala percepción extrasensorial, o lo que sea, pero la he tenido desde que estuve en el hospital y casi muero. La cuestión es que… es como si pudiera ver el futuro. No siempre, pero a veces; y puedo ver si alguien está en peligro.
Ariel se cruzó de brazos, encogiéndose bajo su enorme chaqueta con capucha.
– O estás loca, o esto es una especie de broma extraña.
– Lo digo en serio.
– ¿Qué quieres decir? ¿Que estoy metida en problemas?
– Peligro. Posiblemente amenaza tu vida -respondió Kristi con seriedad.
– ¡Oh, Dios mío! ¡Estás chiflada! Déjame en paz.
– Es solo que en ocasiones, cuando te veo, no hay color en tu piel. Es como si estuvieras en una película en blanco y negro.
Ariel sintió un escalofrío a pesar de su bravata. Retrocedió alejándose de Kristi, moviendo sus ojos alrededor, como si buscase ayuda.