– Déjame en paz. No vuelvas a hablarme nunca. Debes estar flipando. O estás como una cabra. Esto no tiene gracia, ¿sabes? -Kristi dio un paso hacia delante y Ariel pareció estar a punto de gritar.
«Aléjate de mí. ¡Ahora!
– Solo estoy preocupada.
Ariel se sorbió la nariz, poniendo más distancia entre ellas.
– Serías la primera -murmuró con fiereza mientras vacilaba junto a la verja de la casa Wagner. Su rostro estaba tan descolorido que parecía estar ya medio muerta-. ¡Mantente alejada de mí! ¿Me oyes? No vuelvas a acercarte o llamaré a la policía y haré que te impongan una orden de alejamiento.
Antes de que Kristi pudiera decir nada más, Trudie y Grace doblaron una esquina no muy lejos de la biblioteca. Ariel las vio y comenzó a agitar su brazo frenéticamente, como una aterrorizada mujer que se estuviese ahogando y esperase ayuda. Sin pronunciar palabra, se encontró con sus amigas y pasaron a través de las puertas abiertas. Todas ellas subieron los escalones hacia la vieja mansión de piedra. Por lo que Kristi sabía, la casa Wagner había sido el hogar del fundador de All Saints. Ahora era un museo.
Grace tiró de una de las puertas dobles y las tres chicas se adentraron en su interior. Ariel se giró para dedicar a Kristi una última mirada, con el rostro ensombrecido y macilento. A pesar de encontrarse tan solo a unos metros la una de la otra, Kristi sentía como si hubiera océanos de distancia entre ellas. La pesada puerta de madera se cerró tras el trío con un golpe característico.
Kristi dudó. Obviamente, la chica no deseaba su ayuda. ¿Y quién era ella para decir que Ariel estaba atrapada en alguna situación terrible y fatal? Era cierto que aquella mujer del autobús había muerto, pero ¿y qué? Su padre aún seguía vivo, ¿verdad? Verdad; las imágenes que había visto del fantasmagórico Rick Bentz habían sido fugaces y pasajeras; a veces no aparecían durante meses, pero no parecía estar al borde de la muerte.
El nudo de su estómago decía lo contrario, pero ella deseaba creer desesperadamente que estaba equivocada con respecto a él; que estaba equivocada con respecto a todas sus visiones. Sin embargo, en el caso de Ariel O'Toole, la apariencia fantasmal era fija. Cada vez que Kristi la veía, estaba descolorida, pálida y gris. Ariel necesitaba ser advertida, pero Kristi ya sabía que había cometido un error al confiar en ella. Ahora Ariel creía que Kristi estaba trastornada y que debería estar en un hospital mental, o que le estaba gastando una broma cruel. Aún peor, el secreto que Kristi había guardado durante los meses anteriores ya no le pertenecía a ella sola. No debería haberle contado la verdad, pero ¿qué otra opción le quedaba?
Levantó la mirada hacia los ventanales de la casa Wagner y creyó ver la imagen de Ariel, fragmentada y deforme, a través de los irregulares paneles de cristal. Incluso así, parecía un fantasma.
Capítulo 11
La oficial Esperanza, de Personas Desaparecidas, no estaba contenta. Una mujer de grandes pechos se inclinaba al otro lado del mostrador que separaba el espacio de trabajo de la sala de espera y miraba hacia Portia.
No le gustaba Portia Laurent, ni nadie que cuestionase su autoridad, y se notaba en la tirantez de sus labios y en la abertura de sus fosas nasales. Portia apretó los labios mientras aguardaba la explosión. Casi con sesenta años, y con el pelo teñido de un rojo tipo Lucille Ball, Lacey Esperanza no era conocida por su moderación. Inteligente, insolente y, en ocasiones, simplemente desagradable, se tomaba su trabajo con algo más que seriedad. Mucho más.
– Le diré exactamente lo que le digo a cualquiera que llama de la prensa, detective, y es que lo trate con el jodido fbi. Ellos tienen los recursos, el personal y el jodido conocimiento para tratar este asunto -dijo con una voz ronca-. Ya han sido notificados y están llevando su propia investigación, o lo que sea que estén haciendo. Tal como yo lo veo, y aquí todos estamos de acuerdo, no existe caso. Sí, las chicas desaparecieron del All Saints. ¿Desaparecidas? ¡Claro, joder! ¿Asesinadas? ¿Entonces dónde coño están los cadáveres? No sé usted, pero yo tengo montones de trabajo que hacer en casos donde hay gente desaparecida. -Continuó acotando la última palabra con unas comillas que trazó en el aire con sus uñas color rojo fuego-. Ya sabe, esos en los que hay miembros de la familia o amigos llamando y buscando a alguien. -Se inclinó más hacia Portia, de forma que esta pudo olfatear el aroma a humo de tabaco mezclado con su perfume-. ¿Qué está fallando en el All Saints para que no puedan seguir la pista de sus estudiantes? ¿Eh? La Universidad de Luisiana es cinco o seis veces más grande que el All Saints y ellos parecen poder seguir la pista de los suyos.
Lo cual era exactamente el problema. ¿Qué ocurría con el pequeño colegio que perdía a algunas de sus alumnas? Portia no se lo mencionó a Esperanza, pero ella creía que se trataba de un depredador en libertad, y que su coto de caza era el campus del colegio All Saints. Lo había comprobado. Lacey estaba en lo cierto. La Universidad Estatal de Luisiana, ubicada a tan solo treinta minutos del campus del All Saints, no había informado de ningún estudiante desaparecido. Ni tampoco Nuestra Señora del Lago, ni la South University, ni el colegio de la comunidad, ni ninguno de los colegios de teología, ni siquiera las escuelas de belleza. Tan solo el All Saints. Por ahora.
Hasta que aquel monstruo que Portia creía que acechaba el pequeño colegio ampliase su coto de caza. Dios santo, esperaba estar equivocada.
– Déjeme que le diga -prosiguió Lacey-, que recibo casi un centenar de correos electrónicos al día, y eso después de haber eliminado el correo basura. Pueden llegar el doble durante un fin de semana. Estoy jodidamente ocupada. Dejemos que los federales se ocupen. Sin embargo -giró sus palmas hacia las baldosas acústicas del techo-, si desea mirar los archivos, sea bienvenida. Apuesto a que dice algo sobre el departamento de Homicidios si dispone de tiempo para rebuscar en nuestros archivos.
Lacey se giró hacia una compañera sentada en un escritorio cercano, tan limpio que parecía como si allí no trabajase nadie. No había fotos, ni plantas moribundas, ni placas con nombre sobre el escritorio. Tanto el espacio como la papelera estaban impolutos.
– Mary Alice, si la detective Laurent desea algo, asegúrate de que lo consiga, ¿me oyes? Por mi parte, es la hora de mi descanso.
Lacey recogió el paquete de cigarrillos de su desordenado escritorio, luego obsequió a Portia con una edulcorada sonrisa mientras abría la parte superior del largo mostrador que hacía las veces de puerta. Tras salir con dificultad, anduvo deprisa entre los dispersos escritorios hasta llegar a la escalera que llevaba a la entrada principal de la comisaría.
Mary Alice, una chica delgada con un apelmazado cabello castaño claro, miró a Portia con unos enormes ojos color avellana.
– Mis disculpas, detective. Lacey tiene un buen montón de problemas en casa con esa hija suya. Casi tiene cuarenta años y la mujer parece incapaz de conservar un empleo o de organizarse. Mierda, tiene tres hijos a su cargo, por el amor de Dios, y esa es la mayor. El nieto de Lacey ya se ha metido en problemas con la metanfetamina. Es algo muy chungo.
Portia no podía estar más de acuerdo.
– Eso es horrible.
– ¡Ruego a Dios, y amén a eso! -La mujer menuda empujó el borde de su escritorio y rodó sobre su silla hacia atrás lo suficiente para poder levantarse, mostrando su pequeña silueta, su corta falda y sus altos tacones-. En fin, vuelva a decirme, ¿qué es exactamente lo que desea que le consiga?
Portia deslizó la lista de nombres sobre el mostrador.
– Todo lo que tengas sobre estas chicas.
– El cuarteto del terror -comentó Mary Alice mientras echaba un vistazo a la nota escrita a mano por Portia-. La mayor parte se encuentra en el ordenador. ¿No tiene sus propios archivos?