Выбрать главу

– Ya lo he hecho. No me ha llevado a ninguna parte.

– Eso debería decirte algo.

– ¡Solo que a nadie le importa un carajo! -Se elevó de su asiento al decirlo. Acababa de recordar lo irritante que podía llegar a ser Jay.

– Si los locales no están interesados, podrías considerar hablarlo con tu padre -sugirió.

– Ya lo he considerado y deseché la idea. Ya está lo bastante asustado con que esté aquí sola. Sabe lo de las chicas desaparecidas y está jodidamente seguro de que voy a ser la próxima.

– Podría tener razón, contigo fisgoneando por ahí y todo eso.

– Solo si hay un psicópata suelto. Si no, no estoy en peligro. De ser el caso, entonces tenemos que hacer algo.

– ¿Convirtiéndote en un maldito objetivo?

– Si es necesario.

– Por el amor de Dios, Kristi, ¿no aprendiste la lección la última vez, o la vez anterior? -inquirió, apretando los labios de pura frustración. Cuando vio que no respondía, resopló antes de continuar-. Parece que no.

– ¿Entonces vas a ayudarme o voy a tener que pasar por esto sola?

– No vas a hacer que me sienta culpable por esto. -Inclinó su ceja rota y apuró su vaso.

– ¿Cómo te hiciste eso, de todas formas? -le preguntó señalando la cicatriz.

– Cabreé a una mujer.

– La cabreaste de verdad. ¿Y ella te dio una paliza?

– Me tiró un anillo a la cara.

De modo que eso era lo que había ocurrido con el compromiso del que había oído hablar.

– Al menos era apasionada.

– Puede que demasiado apasionada.

– No creía que eso fuera posible.

Una de las comisuras de su boca se levantó en lo que era una media sonrisa de complicidad.

– La pasión puede ser caliente y fría, Kris -contestó-. Cuando una persona no puede obtener lo que desea, la pasión puede convertirse en una brutal frustración y rabia. Pensé que estaba mejor sin una mujer que me decía que me amaba, y al segundo trataba de matarme. -Su mirada contactó con la de ella-. Creo que eso es todo lo que necesitas saber de mi vida amorosa. Así que, escúpelo. ¿Qué quieres que haga? ¿Copiar todas las fichas del personal? ¿Las notas? ¿Solicitudes de préstamos bancarios? ¿Números de la seguridad social de las chicas?

– Eso sería genial.

– Y también ilegal. Olvídalo.

– De acuerdo, de acuerdo, entonces solo mira la información y hazme saber si ves algo que parezca sospechoso. Algo que relacione a las chicas aparte de la elección de sus asignaturas y el hecho de que sus familias le den un nuevo significado a la palabra disfuncional. Eres policía.

– Y podría perder mi trabajo.

– Te pido que lleves a cabo una pequeña investigación, no que quebrantes la ley.

Sus labios se cerraron con fuerza mientras llegaba una camarera y les preguntó si querían otra ronda. Jay asintió y Kristi dijo: «Claro». Después se bebió la mitad de su cerveza mientras esperaba una respuesta. Finalmente, Kristi habló.

– Si encuentras algo, iremos derechos a la policía. O bien a la seguridad del campus, y se lo dejaremos a ellos.

– ¿Harías eso? -preguntó con un tinte de escepticismo en su voz-. ¿Dejarías todo lo que tienes?

– Por supuesto.

El resopló sin creerlo.

– Vamos Jay, jugaremos una partida de dardos. Si yo gano, mirarás los archivos.

– ¿Y si gano yo?

– No ganarás.

– ¿Tan segura estás de ti misma? -insistió mientras las cejas se cerraban-. Ni hablar. Quiero saber a cuánto están las apuestas si gano.

La camarera regresó con la nueva ronda, recogió el vaso vacío de Jay, y dejó a Kristi con una cerveza y media delante de ella.

– De acuerdo, profesor; si tú ganas, tú eliges.

– Eso es bastante arriesgado.

– Soy confiada. -Terminó la primera cerveza y se puso en pie. Había un tablero de dardos que no estaba siendo usado. Kristi fue hasta él y extrajo un juego de dardos de su recipiente.

Jay se deslizó hacia el exterior de su lado de la mesa y habló de forma coloquial.

– Espero que me pagues cuando gane y, créeme, no te va a gustar lo que quiero como recompensa.

Kristi sintió un ligero escalofrío en la sangre; lo ignoró y se concentró en ganar. No le gustaban en absoluto cómo estaban las apuestas. Solo Dios sabía lo que querría de ella.

Pero no importaba.

No estaba dispuesta a perder aquella partida.

Capítulo 12

Sentado en el asiento del conductor de su camioneta, mientras el motor se enfriaba y hacía ruiditos en el aparcamiento del edificio de apartamentos de Kristi, Jay decidió que era un imbécil. Un auténtico y genuino imbécil.

Kristi recogía su bolso mientras se estiraba para alcanzar el tirador de la puerta. Había perdido a los dardos contra ella. No una partida, sino al que ganase dos de tres, luego tres de cinco. Él tan solo había ganado una de las partidas, y sospechaba que Kristi había fallado intencionadamente para no destruir completamente su dañada masculinidad. Sin embargo, aquel no era propio de Kristi. Durante todo el tiempo que la había conocido, ella había sido competitiva hasta la enésima potencia. Dejarse ganar no era su estilo.

Jay podría haber culpado a la cerveza, pero tan solo se había bebido tres en el transcurso de muchas horas. Ella había bebido lo mismo y no mostraba ningún signo de verse en absoluto afectada por el alcohol que existiese en la cerveza sin alcohol.

De forma que había perdido la maldita apuesta pero ella había accedido, aunque reacia, a que pudiera llevarla a casa. Así que allí estaban, en el aparcamiento de su edificio de apartamentos, que en realidad era una casa biselada de tres plantas que mostraba influencias de la arquitectura neogriega, con sus imponentes columnas blancas y un amplio pórtico. Sin embargo, incluso bajo la débil luz proyectada por una farola, podía ver que el edificio había perdido mucho de su esplendor original. Lejos de su, una vez enorme belleza, la vieja casa estaba ahora dividida en estudios individuales; el imponente porche delantero y de la galería de arriba, ahora se habían convertido en pasadizos entre los apartamentos.

Una vergüenza, lo sabía, pero mantuvo la boca cerrada.

Kristi lanzó una mirada hacia él.

– Sube -sugirió, abrió la puerta y salió del vehículo-. Vivo en la tercera planta.

Gran error, pensó él. Eso es, comete ese error tan increíblemente grande. Y su mano ya estaba sobre la manija de la puerta cuando ella cerraba la puerta de su lado. Jay salió del coche, se introdujo las llaves en el bolsillo y se reprendió mentalmente por acceder a aquello.

Se tranquilizó pensando que podría ser una buena idea echar un vistazo y asegurarse de que estaba a salvo. Pero eso no era más que una excusa; estaba buscando otra explicación razonable y él lo sabía. La verdad del asunto era que deseaba pasar más tiempo con ella y, al parecer, a ella le ocurría lo mismo.

Pasaron junto a una fila de descuidados arrayanes y algunos matorrales con aspecto de sasafrás. Bajo el pórtico, en el extremo más alejado del edificio, a la luz del porche, un hombre estaba sentado en una silla de plástico mientras fumaba; la punta de su cigarrillo brillaba en la oscuridad. Se volvió para verlos subir las escaleras, pero no dijo ni una palabra.

Kristi ya se encontraba en los escalones mientras Jay la seguía.

No te fíes de ella. No hay duda de que podría haber madurado en los últimos nueve años o así, pero ¿qué era eso que solía decir la abuela? «Un leopardo no se cambia las manchas en una noche.» O en este caso, en casi una década.

Ella lo guió dos plantas hasta la tercera y, teniéndola a uno o dos pasos de distancia, no pudo evitar advertir lo bien que le quedaban los vaqueros.

Santo Dios, menudo culito tan prieto.

Lo recordaba todo demasiado bien y se odió a sí mismo por ello. Maldito sea todo.