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Porque te pertenece, se burló su mente. Has estado obsesionado con esa mujer desde la primera vez que pusiste tus ojos en ella, y si crees que estás haciendo esto por alguna razón que no sea ganar puntos, será mejor que lo pienses de nuevo.

Apretó la mandíbula y apartó la idea de su cabeza. Además, no era cierto. Él habría hecho lo mismo por cualquier otro alumno. Puede que no con tanto entusiasmo, o le habría pasado la información a las autoridades competentes, para después dar un paso atrás, pero habría hecho algo. Reconócelo, McKnight, eres un calzonazos.

Se negó a seguir escuchando aquella voz mientras trabajaba en su despacho, el cual no era más que un armario con ventana, pero tenía un terminal informático y acceso a todas las bases de datos policiales.

– Todo lo que necesito está aquí -comentó en voz alta, aunque era mentira. Lo que le apetecía era una cerveza. En cambio, se conformaba con una lata poco fría de té helado de la máquina expendedora, acompañado de regaliz rojo y pastelitos de crema de cacahuete.

Al menos se estaba tranquilo allí, con el turno de fin de semana, tan bullicioso en otras zonas del edificio, lejos de su pequeño despacho.

Todos aquellos a quienes había llamado estaban dispuestos a hablar con él, y todos accedieron a responder si descubrían cualquier información sobre las cuatro chicas, pero hasta el momento nadie le había contado nada que no supiera.

Todos los oficiales de policía creían unánimemente que Dionne Harmon, Monique DesCartes, Tara Atwater y, la más reciente, Rylee Ames, eran chicas problemáticas que tan solo se habían escapado. Si sus tarjetas de débito o crédito no habían sido usadas, era debido a que habían encontrado otra fuente de recursos. Probablemente vendiendo drogas o prostituyéndose por dinero en efectivo. ¿A lo mejor apostando? ¿Pidiendo prestado a amigos de mal vivir?

El único brillo de esperanza que recibió Jay fue de su amigo Raymond Sonny Crawley, con quien había ido a la universidad, y que ahora trabajaba en el departamento de Homicidios de Baton Rouge.

– ¡Jesúuuus, McKnight! -había dicho Sonny al contestar al teléfono móvil-. ¿Qué ha pasado? ¿Has hablado con Laurent o qué? Eso es lo malo de esa maldita mujer; que no va a dejar que acabe este asunto, te lo digo yo. No hay cadáveres. No hay escena del crimen, pero ella parece creer que las chicas fueron raptadas, o asesinadas o Dios sabe qué. Créeme, ya tenemos bastante trabajo por aquí sin necesidad de inventarnos más, pero no hay forma de convencerla. Está cabreando a todo el mundo.

– ¿Quién es Laurent? -preguntó Jay mientras garabateaba una nota para sí mismo y miraba la pantalla del ordenador, que mostraba la fotografía de Rylee Ames, la chica que tendría que haber asistido a su clase durante aquel trimestre.

– Portia Laurent es una joven detective en el departamento que tiene una corazonada con lo de esas chicas. Joder, todos queremos encontrarlas, pero, mierda, ni siquiera tenemos caso. Por el momento. Pero ya sabes cómo son esos novatos. Tienen la manía de alarmarse por cualquier minucia. No es que esté quitándole hierro al asunto, pero no hay mucho que podamos hacer hasta que tengamos un cadáver, un arma del crimen, un sospechoso o un testigo. Así que, ¿por qué cojones te interesa?

– Solo es curiosidad -mintió Jay. Ya tenía decidido no mencionar el nombre de Kristi, a no ser que creyese que ella estaba en peligro de alguna clase. El hecho de que viviera en el apartamento de una de las chicas desaparecidas lo perturbaba-. Trabajo allí a tiempo parcial, doy clases de Ciencia forense y se habla mucho sobre lo que les pudo pasar a las chicas.

– ¿Crees que no lo sé? -coincidió Sonny-. Cada día en el que no hay noticias por aquí, viene algún periodista a meter las narices, tratando de causar problemas, de provocar noticias si no hay ninguna. Mira esa tal Belinda Del Ray, de la wmta… es un verdadero dolor de cabeza. Es guapa, te lo aseguro. Y le saca provecho, no lo dudes. Pero es como un jodido pitbull con un hueso, ¿sabes? No acepta un «no» por respuesta y sigue insistiendo incluso cuando intentamos mandarla a la Oficina de Información Pública. Pero no le interesa ese tipo de información oficial, no señor, no a Belinda. Quiere más de lo que estamos dispuestos a ofrecerle. En lo que respecta al departamento, sin cuerpos no hay caso. Pero algunos periodistas no saben cuándo hay que dejarlo.

– Tan solo hacen su trabajo -esgrimió Jay, haciendo de abogado del diablo. Era ambivalente en cuanto a la prensa. Un mal necesario. Útil de vez en cuando. En ocasiones, una verdadera jaqueca. Especialmente los periodistas agresivos con ganas de hacerse un nombre.

– Bufffff -resopló Sonny-. Obviamente no has tratado con muchos periodistas.

Aquello no iba a ninguna parte.

– Entonces, háblame de la detective Laurent. ¿Por qué no se cree la versión oficial?

– Joder, no sé qué demonios piensa Laurent. Tendrías que preguntarle a ella. ¡Oh, mierda!, tengo otra llamada entrante.

Cogió la llamada y Jay se quedó mirando el cuaderno sobre el escritorio. Portia Laurent. Desde luego, deseaba escuchar lo que tenía que decir. Marcó su nombre con un círculo, arrancó la hoja, la introdujo en un bolsillo de sus vaqueros y volvió al trabajo.

Al final del día, mascando su último trozo de regaliz rojo, no sabía mucho más que la noche anterior. Solamente, pensó, lo bastante para empezar a creer que Kristi había encontrado algo. En cuanto al asunto de los vampiros, le sorprendía la cantidad de gente que estaba enganchada a ese tema. No solo los libros, películas, televisión y juegos en línea, sino que existía toda una cultura en Internet relacionada, y estaba seguro de ello, con personas reales.

¿Un culto?

Puede.

¿Centralizado en All Saints? Esperaba que no.

Pensó en todas las chicas desaparecidas y en la clase del doctor Grotto. Había oído hablar a algunos miembros del personal sobre su teatral manera de exponer la clase, los falsos colmillos y las lentillas que cubrían sus iris haciendo que sus ojos parecieran ser totalmente negros. Sin alma. Inhumanos. Pero a nadie le preocupaba. Era una representación. Una farsa. Y a los alumnos les encantaba. El hecho de que fuese más alto de lo normal, con el pelo oscuro y espeso y ojos penetrantes, tampoco perjudicaba su imagen.

Jay se frotó la nuca y giró su cuello para liberar tensión, mientras no dejaba de mirar la pantalla del ordenador, donde el rostro de Rylee Ames lo miraba a los ojos. Joven. Guapa. Al menos en la fotografía de su cara. Pero obviamente tenía problemas.

¿Era una huida? ¿O acaso un secuestro? ¿Puede que una víctima de asesinato?

¿Había formado parte de algún culto secreto?

¿Estaba Grotto metido en él? Joder, de ser así, lo estaba bordando, ¿verdad? En el mismo centro del escenario con todo ese rollo de los vampiros. ¿No sería una estupidez señalarse con su propio dedo? ¿O era debido a su ego? ¿De verdad creía ser invencible? En ese caso, el taciturno profesor no sería el primero. Jay masticó con fuerza la insípida golosina y luego arrojó el envoltorio al interior de su papelera mientras pensaba en su compañero de trabajo. Puede que fuese el momento de investigar la vida de Grotto, una investigación más profunda que la realizada por la Universidad. Y de camino, ¿por qué no también a algunos de los demás profesores y jefes de departamento? ¿Y los miembros de la administración? Por lo que sabía sobre cultos, atravesaban cualquier tipo de barrera social. Consideró que disponía de los recursos, y no tenía motivos para no utilizarlos. Todo lo que tenía que hacer era relacionar ciertos nombres y direcciones. Alguna información sería pública, otra sería privada. Llegaría todo lo lejos que quisiera sin infringir la ley.

¿Y luego qué?

¿Y si necesitas cavar más profundo?