El corazón se le encogió.
¿Era aquel su apartamento?
Entrecerró los ojos, con el corazón palpitante ante la idea de que alguien allí apostado pudiera observar directamente… Una sombra pasó por delante de la ventana. La de su apartamento. ¿En el interior?
¿Había alguien dentro de su casa?
El miedo y la rabia ardieron en su interior y se dio la vuelta rápidamente, con la intención de ir corriendo hasta su casa para enfrentarse a quienquiera que estuviese registrando sus habitaciones.
¿Y si tiene un arma?¿Entonces qué? Ya sabes que hay chicas que han desaparecido.
Y quienquiera que estuviese en su apartamento podría incluso estar ahora mirando sus notas, entrando en Internet con su ordenador, registrando sus pertenencias o entre las de Tara…
Comenzaba a avanzar hacia las escaleras cuando oyó algo. Un ruido continuo. ¿Eran pisadas?
De modo que no estaba sola después de todo.
En silencio, Kristi se apresuró hacia la segunda planta, donde los continuos golpes eran más fuertes y se dio cuenta de que eran demasiado limpios para ser provocados por pisadas. Al llegar al recodo, vio el metrónomo marcando el ritmo de una inexistente pieza musical.
Se le heló la sangre en las venas.
Alguien lo había puesto en marcha. Alguien sabía que ella estaba allí y estaba jugando con ella. Alguien o algo.
Sus dedos se cerraron con fuerza sobre el frasco de espray y apuntó su linterna sobre los rincones y recovecos más oscuros de la sala, pero aparentemente estaba sola.
Kristi no creía en fantasmas ni vampiros, pero pensaba que había alguien más dentro de la casa. ¿Estaría Marnie, la rubia, tomándole el pelo? Ni hablar. No había motivo. ¿Entonces quién?
Oyó abrirse y cerrarse la puerta principal y se acurrucó en las sombras del pasillo de la segunda planta con el pulso descontrolado.
Oyó voces susurrantes, voces femeninas, y pisadas, de más de una persona. ¿Qué demonios estaba ocurriendo? Tenía la linterna encajada bajo el brazo y la apagó con suavidad. Cuidadosamente, se acercó a la barandilla, mirando hacia el pie de las escaleras, pero no vio a nadie, tan solo el ruido de gente que atravesaba el vestíbulo y, según creía, también el pasillo que llevaba hasta la parte trasera de la casa.
Caminando de puntillas, retomó el camino de vuelta hasta la planta baja. Todavía apretaba con fuerza el pequeño frasco de espray con los dedos agarrotados mientras se dirigía hacia la parte de atrás de la casa y a la cocina, manteniéndose pegada a la pared.
Estaba vacía.
Las mujeres habían desaparecido.
Kristi entró en la cocina y se detuvo, aguzando el oído, pero no oyó nada. Espió a través de las ventanas, pero no vio nada en el exterior. La respuesta era la puerta cerrada hacia el sótano; tenía que serlo. Intentó girar el picaporte. No cedió. Así que las chicas que venían aquí tenían una llave.
¿Hacia qué?
Pensó en las palabras de Lucretia acerca de un culto. ¿Podría ser aquel su lugar de encuentro? ¿Una vieja mansión con gárgolas y una leyenda de fantasmas? ¿Podía ser que el culto se reuniera allí? Su corazón se aceleró, el sudor le cayó por la espalda, y agarró el bote de espray como si le fuera la vida en ello.
Se inclinó hacia los paneles de cristal, cerró los ojos e hizo contacto para oír algo, pero la casa estaba otra vez tan silenciosa como una tumba. Lo intentó con la puerta una vez más. Nada. Paseó la luz de su linterna por la cocina, tratando de encontrar una llave, u otra cosa, que pudiera abrir aquella cerradura, pero sin resultado.
Además, no podía quedarse allí por más tiempo.
No si pretendía atrapar a la persona que había irrumpido en su apartamento.
Con el frasco de espray en una mano y su teléfono en la otra, salió de la casa Wagner y empezó a correr a través del campus, con la adrenalina espoleando en su interior, sin advertir los ojos que seguían cada uno de sus movimientos.
Corre, Kristi, corre. No podrás escapar.
Vlad la vio huir atravesando el campus y se dedicó una sonrisa. Él había sabido que ella estaba en la casa, había sentido su presencia, la había visto desde su escondite del exterior, sobre la cornisa del pórtico. Era de las valientes. Un poco temeraria, pero atlética, fuerte y lista.
Una de la élite.
Tan solo era una cuestión de tiempo antes de que se uniera a las otras, y pensó que su sacrificio no resultaría tan voluntario, y sería completo. Por lo tanto, mucho más satisfactorio que aquellos de esas buscadoras de emociones fuertes, quienes acudían a él con impaciencia. Patéticamente. Estaban buscando algo que solo él podía darles, un sentimiento de familia y de unidad, la oportunidad de no volver a estar solas.
No lo comprendían del todo, por supuesto. No podían saber lo que se esperaba de ellas en última instancia. Pero no tenía importancia. Llegado el momento, se entregaban.
Igual que haría Kristi.
Permaneció contemplándola hasta que alcanzó el otro extremo del patio; después se coló por la ventana y comenzó a bajar las escaleras. Esa noche era la elección. Después vendría la entrega.
Tan solo esperaba que la concesión de sangre fuese apropiada…
Aunque, por supuesto, no lo sería.
Nunca lo era.
El anhelo era insaciable.
Capítulo 17
Kristi pulsó el botón de marcación rápida en su móvil mientras se apresuraba por la calle. Detestaba ser una de esas mujeres que siempre acudían a un hombre, pero al diablo, necesitaba apoyo y Jay era la única persona en la que había confiado. Armada con el espray en una mano y su teléfono en la otra, llegó a la entrada trasera de la casa de apartamentos y se detuvo junto al arbusto de arrayán que había al lado de las escaleras. El aparato sonó una vez. Dos veces.
– Vamos, vamos -musitaba cuando Jay contestó.
– Hola.
– Estoy metida en una especie de embrollo -susurró sin preámbulo alguno-. Creo que podría haber alguien en mi apartamento.
– ¿Ahora estás allí? -inquirió con urgencia.
– Estoy fuera. He visto una sombra en la ventana.
– ¿Humana? -preguntó Jay, algo más relajado al saber que no se encontraba en el interior de la vivienda.
– Creo que sí.
– Voy para allá. No entres sin mí.
De repente, Kristi se sintió estúpida como si se hubiera dejado asustar por la noche. Probablemente estaba exagerando.
– Puede que me haya equivocado. No lo sé.
– Puedo estar ahí en cinco minutos. Tú espérame.
– Jay…
– Te he dicho que voy -le dijo suavemente-. Espérame.
Oyó el sonido de una puerta al abrirse, así que colgó, y puso el móvil en modo silencioso. Se escondió en la base de las escaleras y permaneció oculta en las sombras, esperando que apareciese quienquiera que hubiese estado en su apartamento. Había suficiente luz allí como para poder capturar su imagen con su teléfono móvil, o al menos eso esperaba. Después podría seguirlo a pie o en su coche y averiguar quién era y qué quería. Si el sujeto tenía coche, anotaría el número de la matrícula; si iba a pie, lo seguiría.
¿Por qué entraría alguien en su apartamento?
Quizá porque perteneció a Tara Atwater.
Sí, pero eso fue hace meses. ¿Por qué ahora? ¿Y cómo?
Acababa de cambiar las cerraduras.
Los nervios la mantenían en tensión; Kristi esperó apoyando su peso en la punta de sus pies, lista para cruzar armas con quien fuera. ¿Y si tuviera una pistola…?
Se oyeron unas pisadas que descendían y Kristi contó los escalones… diez, once, doce…
Y luego una pausa. En la segunda planta.
¡Mierda! Debía haberla visto. Se pegó al edificio, aguzando el oído, forzando la vista en dirección a la escalera, donde una bombilla iluminaba desde el techo de cada planta. Vamos bastardo, pensó. Las pisadas volvieron a oírse, pero eran leves y rápidas, y se alejaban. No descendían.