¿Qué?
¡Oh, maldición! Se había salido de la escalera en la segunda planta y se movía sobre el amplio pórtico del edificio hasta las escaleras del otro extremo, las que estaban situadas junto al paso de peatones que llevaba hasta All Saints. Kristi salió de allí como una exhalación, saltando desde las sombras a la vez que una camioneta derrapaba al llegar al aparcamiento, con los faros apuntando a la entrada de la casa de apartamentos.
¡Jay!
Salió del vehículo en un segundo, con el rostro tenso y ojeroso.
– ¿Qué ha pasado?
– ¡Se está escapando! -Kristi oyó como el desconocido bajaba las escaleras al otro extremo del edificio, saltaba sobre la barandilla, y luego corría a lo largo de la calle-. ¡Por allí! -Tan solo pudo captar un rápido vistazo de una silueta negra antes de que se ocultase detrás de la enorme casa y luego desapareciera.
Sonó el chirrido de unos frenos, el violento pitido de un claxon y el grito de un hombre: «¿Qué clase de jodido imbécil eres?», gritó el conductor.
– ¿Quién es? -inquirió Jay, siguiéndola mientras ella corría.
– No lo sé. -Kristi introdujo el bote de espray y el teléfono en el bolsillo de su sudadera. Su bolsa le colgaba de un costado al correr, con sus pies golpeando el cemento y el desigual asfalto. ¡Maldita sea, tenía que coger a esa babosa!
Mientras corría con facilidad a su lado, Jay emitió un agudo silbido y, desde la ventanilla abierta de la camioneta, Bruno saltó, aterrizando sobre el abollado pavimento con un suave ladrido. Kristi y Jay rodearon juntos el edificio mientras el irritado conductor del vehículo, un Nissan rojo, desaparecía tras la siguiente farola, girando hacia la autopista.
La calle frente al campus se vio repentinamente vacía.
– ¡No! -exclamó Kristi mientras corría atravesando las dos calles y la acera antes de cruzar la verja principal del colegio. ¡Mierda, mierda, mierda! No podía escaparse.
Una vez pasadas las altas columnas, corrió hacia la línea de robles que bordeaban el muro de ladrillos y se detuvo en seco. Respirando con fuerza, pasó la vista sobre los caminos bordeados por árboles, los espacios forestados entre los edificios y la misma trayectoria que ella acababa de recorrer. Jay aminoró hasta detenerse junto a ella, respirando profundamente, peinando la zona con los ojos. Las farolas iluminaban los caminos, pero las sombras y los matorrales rodeaban los viejos pabellones y los edificios más nuevos. La niebla había empezado a levantarse de nuevo y allí había numerosos escondrijos oscuros. También había grupos de estudiantes, así como otros que estaban solos, caminando a través del patio, diseminados por los caminos y apresurándose sobre los escalones de acceso a amplios portales. Kristi barrió con la vista desde la biblioteca hasta el centro de estudiantes, pero no vio a nadie que huyera hacia la oscuridad.
– ¡A tu derecha! -gritó la voz de una mujer, imponiéndose al sonido del cambio de clase mientras una bicicleta pasaba a toda velocidad; el conductor se inclinó sobre el manillar.
Bruno profirió un ronco gruñido.
El ánimo de Kristi se hundía al contemplar el panorama.
Nadie parecía estar fuera de lugar. No veía ninguna oscura silueta lanzándose a través de los árboles, o apresurándose por los escalones de uno de los altos edificios cubiertos de hiedra que conformaban el pequeño campus del All Saints.
– ¡Mierda, mierda, mierda! -Acechando desde la distancia, en el extremo más alejado del patio y encajada tras unos sauces, se situaba la imponente y sombría estructura de la casa Wagner. Las luces de la planta baja apenas eran visibles.
– ¿Le has visto? -preguntó Jay, algo nervioso-. ¿Qué aspecto tenía?
Kristi se alegró de tenerle a su lado; su mirada recorría cada centímetro visible de aquel sector del patio.
– No… tan solo he visto una sombra en la ventana y la figura de una silueta oscura cuando estaba más cerca. -Señaló hacia el perro de Jay-. ¿Puede Bruno encontrarlo? -El perro, al oír su nombre, volvió sus ojos hacia Jay, esperando una dirección-. ¿No es mitad sabueso?
– Y mitad ciego. Pero tiene un gran olfato. Puede que si el tipo ha dejado algo en la escena, en tu apartamento, o algo que pudiera habérsele caído por el camino, pero Bruno no está entrenado. -Jay miró hacia un grupo de estudiantes y luego al siguiente, examinando a cualquiera que caminara en solitario.
Era inútil.
Y Kristi lo sabía.
El intruso se había desvanecido. Al menos, por el momento.
Kristi dejó escapar un prolongado suspiro y trató de calmar su furia; su frustración.
– Supongo que lo hemos perdido.
– Eso parece. -Sus cejas se juntaron al ver un trío de chicas que salían por las puertas de la biblioteca-. ¿Entonces, qué ha pasado? ¿Cómo ha entrado? Kristi sacudió la cabeza.
Jay le dedicó una larga mirada antes de volver a hablar.
– Muy bien. Vamos a ver lo que se ha llevado.
– ¡Oh, Dios…! -Ella no quería ni pensar que se hubiera podido llevar su ordenador, o alguna de sus cosas. Tenía con ella su cartera, su teléfono móvil y todos sus documentos de identificación, pero todo lo demás, incluyendo sus meticulosas notas acerca de los secuestros, su pequeña colección de joyas (la mayoría era bisutería, gracias a Dios) y las fotografías de su padre, así como de su madre… oh, Dios, si se las había llevado…-. No quiero ni pensarlo. -Jay insistiría en que llamase a la policía y entonces tendría que explicar lo de las pertenencias de Tara Atwater, si es que seguían en el apartamento, y su teoría de que algo de valor entre ellas podría relacionarla con las otras chicas desaparecidas, o con su secuestrador.
Y luego estaba el asunto de su padre. Un lamento se formuló en su cabeza. A pesar del hecho de que era una persona adulta, no podía dejar que Rick Bentz supiera ni una palabra de lo que estaba haciendo. Lo pagaría con creces.
Armándose de valor, Kristi caminó de vuelta a su apartamento con Jay y Bruno. Se compadecía a sí misma por la batalla que estaba por llegar. No es que no se hubiese enfrentado antes a Rick Bentz. Simplemente tendría que hacerlo de nuevo. Tarde o temprano le entraría en la cabeza que no podía decirle siempre lo que debía hacer, ¿no?
Pero entretanto, podía convertir su vida en algo miserable.
En su estudio de la tercera planta, la puerta estaba cerrada, con el pestillo colocado en su sitio.
– ¿El intruso tiene una llave? -preguntó Jay, ya que no había forma de abrir la puerta sin una-. Eso reduce un poco el número de sospechosos.
– Bastante -replicó ella, pensando en Irene y en Hiram Calloway, las únicas personas aparte de ella que tenían una llave. ¿Pero por qué alguno de ellos metería las narices en su apartamento?
Con unos sentimientos que cambiaban de la rabia al miedo, Kristi abrió la puerta y entró.
– Quieto ahí -le ordenó Jay a Bruno antes de dirigirse a Kristi-. No toques nada.
– Ya lo sé. -Si tenían que llamar a la policía por el allanamiento, la escena del crimen no debía ser alterada.
Pero el apartamento estaba a oscuras. En silencio. Ella apretó el interruptor de la luz y la iluminación del techo inundó el estudio.
Todo estaba justo como ella lo había dejado. Su ordenador estaba sobre el escritorio, sus pósteres pegados a la pared y las cosas de Tara dispersas sobre la lona que había en el suelo. Todas sus fotografías estaban donde las había dejado, no había nada visiblemente cambiado. Y no había lámparas encendidas; la única iluminación llegaba desde la luz de la vieja estufa, la que utilizaba como luz nocturna, la que le había permitido ver al intruso. Parecía que su pequeño apartamento estaba igual que cuando se marchó.
Excepto que alguien había estado dentro. Ella lo había visto. El pensamiento le puso la carne de gallina. ¿Quién era? ¿Qué es lo que quería?