Sintiendo el pánico, comenzó a agitarse, tratando de gritar, tratando de escapar. Pero cuanto más luchaba por alcanzar el reluciente borde, más lejos parecía estar.
Le ardían los pulmones, le pesaba el cuerpo. Sabía que estaba a punto de ahogarse. Que moriría en aquella piscina de sangrientas cabezas cortadas.
Antes de tener la oportunidad de decirle a Jay que lo amaba, antes de ver a su padre por última vez.
Intentó gritar, pero tenía un nudo en la garganta y estaba siendo arrastrada hacia abajo, más y más profundo, con el agua cada vez más oscura.
¡Oh, Dios, ayúdame!
El pánico se apoderó de ella.
Agitó los brazos, tratando de sobrevivir.
Lanzó un grito sofocado.
Y entonces se dio cuenta de que el agua se estaba volviendo roja, de un profundo color escarlata…
– ¡Kristi! -dijo una profunda voz masculina, y ella sintió su mano aferrándole el tobillo, tirando de ella hacia abajo. ¡Hacia las sanguinolentas profundidades!
– ¡Kris! ¡Aquí!
Sus ojos se abrieron de golpe y descubrió a Jay, vestido tan solo con unos calzoncillos, que se inclinaba sobre ella. Kristi se encontraba echada sobre el sofá cama de su apartamento, casi a oscuras, y él la sacudía para despertarla.
– Jay -susurró ella con un temblor en la voz; las sensaciones del sueño eran tan reales que estaba convencida de tener la piel empapada. Lanzó los brazos a su alrededor.
– Ya está. Se acabó la pesadilla -susurró, acercando su cuerpo al de él y estrechándola con fuerza, pero ella sabía en su corazón que no se había acabado. Cualquiera que fuese la maldad que había invadido su mente era muy real, y existía en las profundidades del alma del campus.
Temblorosa, mientras trataba de convencerse de olvidar aquel miedo que la envolvía, se aferró a él y, por un segundo, aceptó el consuelo de su pura fortaleza.
Jay le dio un beso en la sien y ella derramó lágrimas de alivio. Sabía que si él no hubiera estado allí, ella ahora estaría sola, se habría despertado para enfrentarse por su cuenta con esa estúpida pesadilla; y era tan agradable apoyarse en él y recibir su fuerza.
– ¿Estás bien?
– Sí. -Aquello era probablemente una mentira; se encontraba lejos de estar bien, pero ahora que la pesadilla había remitido un poco y que estaba consciente, tampoco estaba dispuesta a derrumbarse ante él.
– ¿Quieres hablarme de ello?
– No quiero pensar en eso. Ahora no. -Dejó escapar un prolongado suspiro y se quedó mirándolo bajo la tenue y azulada iluminación que provenía de la estufa. La habitación era segura; olía a los restos de ajo y salsa de tomate de la pizza y al jazmín de las velas aromáticas, ya apagadas. El vial yacía sobre el tablero de la cocina-. Te lo contaré después. Por la mañana.
– Bien. -Jay estaba sentado sobre la cama, todavía abrazándola, pero cuando se movió para ponerse más cómodo, de alguna forma su boca se quedó tan solo a un aliento de la de ella.
La impaciencia corría por sus venas.
El perfume de Jay invadió su cabeza, y su cuerpo respondió a la proximidad de una forma traicionera. Sus extremidades se quedaron rígidas y Kristi solo quería y necesitaba acostarse a su lado. Barajó la idea de apartarlo, pero ya no tenía ni la fuerza ni el valor para hacerlo. Jay la había acusado de quererlo y ella le había respondido que estaba loco, pero, por supuesto, él había estado en lo cierto. Y ahora, ella lo deseaba más que nunca.
Sus ojos encontraron los de ella en la oscuridad. Lo poco que podía ver la descubría por completo.
– Kris… -susurró él.
Ella volvió su cara hacia la de él y Jay la besó. Suavemente al principio, como si se adelantase a su rechazo.
Pero ella no fue capaz de apartarse.
Allí, en el santuario de su apartamento, con los males de la noche atrapados en el exterior, ella le devolvió el beso mientras abría su boca, notando como su lengua se elevaba entre sus clientes, sintiéndole moverse de forma que una de sus grandes manos se extendía contra el valle de su espalda, justo sobre sus nalgas.
Los recuerdos de hacer el amor con él años atrás la invadieron mientras lo saboreaba. Era salado. Familiar. Atractivo. Tan masculino. ¿Cómo había podido pensar que no era lo bastante bueno? ¿O que no era lo bastante intelectual? ¿O que no era lo bastante hombre?
Estúpida, estúpida chica.
Su corazón latía con fuerza, aunque ahora no era a causa del miedo, sino del deseo. Sus extremidades, tan pesadas durante la pesadilla, estaban rebosantes de energía. Le abrazó ansiosamente, acercándolo hacia ella. Su piel, que había sentido tan mojada a causa del agua enrojecida de su sueño, estaba húmeda de nuevo. Y caliente. Con el cálido sudor y la excitación de aquella necesidad física.
Jay se movió, con su cuerpo en equilibrio sobre el de ella, y le apartó un mechón de pelo de su rostro. Kristi le vio tragar saliva, su nuez de Adán moviéndose mientras intentaba contenerse, y sintió la dureza de su erección empujando contra la unión de sus piernas. Dura, fuerte y tensa. Separada de ella por tan solo una ligera barrera de algodón.
– Kris -volvió a susurrar, y bajo aquella media luz, ella pudo ver el deseo en sus ojos, la dilatación de sus pupilas-. No quiero…
– Claro que quieres.
– Me refiero…
– Me quieres -dijo ella, devolviéndole las palabras que él mismo había usado aquella tarde, para incitarlo.
Con un gruñido, Jay comenzó a apartarse de ella, pero Kristi le agarró por los hombros, sujetándole con rapidez.
– Son las cuatro de la mañana, Kristi. No estoy de humor para juegos de palabras.
– ¿Y para qué estás de humor?
– No hagas eso -le pidió él.
– ¿Hacer qué?
– Ya lo sabes.
– Sí.
– Es arriesgado -la advirtió.
– No, Jay, no lo es -replicó ella y levantó su cabeza para besarlo con fuerza en los labios. Él no se lo devolvió, pero Kristi pudo sentir su calor, la tenue resistencia que ponía a sus emociones.
– ¿Antes me dijiste que no funcionaría y ahora, después de lo que supongo que ha sido una pesadilla, quieres hacer el amor?
– No pensaré mal de ti por la mañana. Te lo prometo.
Jay se rió ligeramente.
– Maldita sea, Kristi, te echaba de menos. -Antes de que ella pudiera responder, él la besó de nuevo y esta vez no hubo vuelta atrás. Kristi le bajó los calzoncillos por debajo de las nalgas, y Jay casi le arranca el pijama de su cuerpo.
Los brazos de Kristi rodearon su cuello mientras ambos se retorcían sobre la pequeña cama, estirando y entrelazando sus extremidades.
Igual que habían hecho años atrás.
Parecía algo tan natural mientras la vieja cama rechinaba y el perro, tendido sobre la alfombra, bostezaba en silencio.
Kristi besó a Jay con fervor, unas cálidas sensaciones se aceleraban por sus venas; su piel ardía cuando él la acariciaba. Su respiración se convirtió en entrecortados y rápidos jadeos. Jay besó sus labios, su garganta, el hueco entre sus pechos. Sus pulgares rodearon los pezones de ella y en su interior hirvió el deseo en una espiral ascendente, y ella solo pensó en hacer el amor con él hasta el amanecer, quizá hasta más tarde…
Los dedos de Kristi arañaron los fibrosos músculos de sus hombros y sintió el roce de un incipiente pelo contra su delicada carne mientras Jay hundía su cara entre sus pechos tan solo para tomar un pezón entre sus dientes.
Ella se arqueó y él besó el rígido bulto, acariciando su carne con la lengua; su cuerpo dolía de tanto deseo. El sonido procedente de su garganta era jadeante y primitivo. La sangre se aceleraba en sus venas en arrebatos de calor.
El descendió más abajo y los latidos de Kristi se acentuaron cuando Jay separó sus piernas del todo y la elevó, con las manos en sus nalgas. Kristi cerró sus dedos sobre las sábanas y arqueó su espalda.