¿Cuánto tiempo había pasado desde que le había amado? ¿Cuántos años había desperdiciado? Kristi gemía mientras Jay la besaba y lamía, dando origen a un deseo tan urgente que ella comenzó a retorcerse, queriendo más, anhelando todo su ser.
– Jay -susurró ella con la voz temblorosa-. Jay… ¡oh, oh, Dios!
– Estoy aquí, cariño. -Y su cálido aliento alcanzó lo más profundo de su cuerpo antes de levantarla sobre la cama, colocando sus piernas sobre los hombros de él.
Ella se mordió el labio para no rogarle que la penetrase y entonces, mientras le miraba a los ojos, Jay sonrió perversamente en la noche, empujando sus caderas hacia abajo hasta rozar con su miembro. Con una lenta arremetida, entró en ella.
Ella ahogó un grito, sintiendo como se le nublaba la vista; su corazón latía con tanta fuerza que pensó que podría estallar. Jay retrocedió, y Kristi gimió con fuerza, tan solo para recibir una nueva acometida.
– ¡Oh, Dios!
Él empujó una y otra vez, con los dedos clavados en su carne, tensando su cuerpo con cada una de sus potentes embestidas.
Y ella contrarrestaba con impaciencia; la cabeza le daba vueltas, con los ojos abiertos, viendo como se movía con facilidad, dándole placer mientras aún se contenía.
Su garganta se tensó, y todo su cuerpo se calentaba mientras él bombeaba en su interior más y más deprisa hasta que apenas podía respirar, y no era capaz de pensar. A pesar de estar a oscuras, ella lo veía, olía su pura esencia.
Jay la penetró más y más rápido, la apretó contra su cuerpo, y las piernas de Kristi se enroscaron en su cuello al entregarse más a él; sintió su mano acompañando su erección, tocando sus partes íntimas, provocando más y más descargas a través de sus sentidos.
Más, pensó ella salvajemente, ¡Más!
¡Más deprisa, más deprisa!
Kristi apresó los brazos de Jay y arqueó su espalda mientras la primera ola de placer la atravesaba y las imágenes de su mente aparecían detrás de sus ojos. Entonces miró el rostro de Jay, aquella juvenil y pícara sonrisa, y esos fibrosos músculos, y… y… y… Entonces ella se convulsionó, su cuerpo se agitó mientras Jay gemía y se derrumbaba sobre ella.
Se sacudió varias veces y ella jadeó en busca de aire, agarrándose a él, envuelta en la fragancia del sexo, el perfume y las velas, que se habían consumido en su mayor parte.
Entonces Kristi lo besó sobre el hombro y saboreó la sal de su sudor. Dándose la vuelta, Jay apretó sus labios contra su cuello y después la pellizcó con los dientes.
– ¡Oye!
Él rió revolviéndole el pelo.
– Solo estaba jugueteando contigo.
– Es peligroso -respondió ella, aún esforzándose en respirar al tiempo que él rodaba hasta ponerse a su lado-. No sabes lo que estaba soñando.
– Oh, vale, lo siento. -Pero volvió a reír y ella giró sus ojos hacia arriba-. ¿Vas a echarme otra vez al sillón?
– No… aunque puede que te lo merezcas, cretino.
– Para ti soy el profesor Cretino.
– Había olvidado lo repetitivo que puedes llegar a ser -gruñó.
– Y lo atractivo, y lo masculino, y…
Kristi cogió la almohada de detrás de su cabeza y le golpeó con ella.
– No me pongas a prueba -le advirtió. Ella arqueó una ceja.
– ¿Ah, sí? ¿Y qué vas a hacer al respecto?
– ¿Quieres verlo?
– Tú hablas mucho, pero haces poco.
– ¡Oh, diablos! -Jay volvió a ponerse encima de ella, apretando su cuerpo fuertemente contra el suyo-. Entonces supongo que tendré que demostrártelo, ¿no? -La besó con fuerza y Kristi sintió que aquellos fuegos controlados recientemente, empezaban de nuevo a arder.
Sonreía y se sentía segura y a salvo por primera vez desde que se había mudado a Baton Rouge.
– ¿Estás seguro de poder hacerte cargo, profesor Cretino?
Volvió a besarla como respuesta y luego, tras elevar su cabeza, giró a Kristi hábilmente sobre su estómago y colocó la almohada con la que ella le había golpeado bajo sus caderas. Tumbado sobre ella, se inclinó hacia delante para que su aliento acariciase el pelo sobre su oído.
– Tú solo mira -le susurró perversamente y Kristi hundió su rostro en el colchón y dejó escapar una risita nerviosa hasta que los lentos y sensuales movimientos de Jay recibieron una respuesta igualmente lenta y sensual de su interior, y ella se vio jadeando, rogando y pidiéndole que la amase más… y más… y más…
Capítulo 19
¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
Kristi gruñó al girar sobre la cama y mirar el reloj. Eran las nueve y media de la mañana… Un domingo por la mañana. ¿Quién estaría llamando a la puerta? ¿Y por qué? Kristi deseó taparse la cabeza con una almohada antes de darse cuenta de que no estaba sola. Jay yacía apretado contra ella.
Las imágenes de una noche de sexo discurrieron abundantemente por su cabeza y sonrió para sí.
¡Toc! ¡Toc!
Quienquiera que fuese, era insistente. Lárgate, pensó, cómodamente abrazada a Jay, antes de despertarse de un sobresalto al pensar que la persona al otro lado de la puerta podía ser su padre.
Bruno emitió un suave ladrido de descontento.
Jay levantó la cabeza.
– ¿Qué pasa? -Le echó un vistazo al reloj y parpadeó.
– Tienes una pinta horrible -le dijo ella al ver sus ojos hinchados y su pelo revuelto en todos los ángulos.
– Tú estás preciosa.
– Oh, sí, claro.
El golpeteo continuó y, antes de que Kristi pudiera detenerlo, Jay se levantó del estrecho sofá cama y se puso sus calzoncillos.
– ¡No abras la puerta! -le advirtió, despejándose la cabeza, sintiéndose como si tuviese arena metida en las cuencas de los ojos. No quería que nadie viese a su profesor medio desnudo abriendo la puerta-. ¡No lo hagas!
Pero Jay no la escuchaba. Miró por la mirilla y comenzó a apartar la bicicleta.
– ¿Quién es? -Kristi se apresuró a ponerse el pijama. ¿Qué le pasaba?-. Jay… oh, maldita sea… ¡No!
La ignoró y abrió la puerta justo cuando ella cubría su cuerpo desnudo con la parte de debajo de las sábanas. Su ropa interior estaba en el suelo. Maldijo para sí mientras se ponía la horrible camiseta con el nombre de All Saints.
Una ráfaga de aire frío entró en la habitación, pero nada más. Jay permaneció bloqueando la entrada con Bruno asomando el hocico y agitando la cola. A través de la rendija de espacio que quedaba entre su cintura y el marco de la puerta, Kristi vislumbró una camiseta roja y unos pantalones color caqui.
– ¿Puedo hacer algo por ti? -inquirió él.
– Oh, esto, estaba buscando a Kristi… Kristi Bentz -preguntó una voz femenina. Mai Kwan. Kristi hizo una mueca. Genial. Su vecina fisgona. De nuevo a las andadas.
Kristi salió del sofá cama oyéndolo chirriar; dispuso la colcha sobre lo que era un maremágnum de sábanas y mantas, y luego mandó sus braguitas a un rincón de una patada. Tras apartarse el pelo de sus ojos, apareció detrás de Jay.
– Usted es el doctor McKnight -afirmó Mai, extendiendo su mano al mismo tiempo-. Soy Mai Kwan, una vecina. Vivo en la segunda planta.
¡Jesús! ¿Se estaba presentando a Jay? ¿Y ahora qué?
– Profesor. No estoy doctorado, al menos todavía.
– ¡Hola! -Kristi intentó sonar alegre y animada, aunque no se sintiera así en absoluto. Rodeó a Jay, pero los ojos de Mai no hicieron más que parpadear en su dirección.
Estaba centrada en Jay.
– Y trabajas en el laboratorio criminalista, ¿verdad?
¿Cómo podía Mai saber aquello?
– Sí.
– No sabía que vosotros dos… -Movió su mano atrás y adelante para, finalmente, volver a mirar a Kristi-. Quiero decir… que no sabía que os conocíais.