– De acuerdo.
– ¿No podéis limpiar una mesa? -inquirió la preocupada dueña al personal de la cocina. Se encontraba a unos pasos del mostrador principal y la puerta donde se acumulaban los clientes mientras esperaban-. ¿Qué hay de la trece? ¿O la quince? ¡Tengo a gente que lleva esperando media hora en primera fila!
– Estoy en ello. -Miguel, uno de los ayudantes, se apresuró en recoger platos, vasos y cubiertos sucios antes de que Kristi hubiera terminado de atarse el delantal.
Francesca buscó a Kristi con la mirada, la localizó, e inmediatamente se puso protestona.
– Ya era hora de que aparecieras -la reprendió, interrumpiendo su charla privada con Finn-. Deja que te diga que esta mañana ha sido una pesadilla -dijo mientras Finn, tras una rápida mirada por encima del hombro, regresaba a las mesas de su sección del restaurante.
Las mejillas de Francesca estaban encendidas cuando se desabrochó el delantal, mostrando aún más el área de su blusa donde se terminaba el tejido, ofreciendo una vista de su sujetador de encaje y su escote.
– Ha habido gente con niños, y me refiero a niños pequeños, bebés, y las propinas han sido miserables. Simplemente horrible. Tendría que haberme quedado en casa y haber llamado para decir que estaba enferma. -Metió el delantal sucio en la cesta de la ropa sucia y alcanzó su chaqueta.
Buaa, buaa, buaa, pensó Kristi, preguntándose si las horribles propinas tenían algo que ver con la evidente falta de interés de la chica en su trabajo.
Desgraciadamente, la definición que Ezma y Francesca le habían dado de la situación era exacta. Con uno de los hornos estropeado y uno de los cocineros fuera de servicio mientras trataba de arreglarlo, los platos solicitados tardaban mucho en llegar a la ventanilla donde debían ser recogidos por los camareros.
Todavía peor; en la sección de Kristi, había rostros conocidos. La doctora Croft, jefa del departamento de Lengua, acababa de sentarse con el doctor Emmerson, su profesor de Shakespeare 201 con aspecto de motero. Aunque hoy se había afeitado, había cambiado su habitual camiseta desgastada por un jersey gris, pero su pelo aún continuaba siendo un planificado desastre. El tercer miembro del grupo era la doctora Hollister, la superiora de Jay, jefa del recientemente creado departamento de Justicia Criminal.
Un trío peligroso, pensó Kristi al saludarlos, entregarles los menús y, de forma sonriente, recitarles los especiales que aún quedaban.
– … Y si les gusta el jambalaya, he oído que hoy está exquisito.
– ¿Es fuerte? -preguntó el doctor Emmerson elevando las cejas en lo que casi era un gesto de flirteo-. ¿Picante?
– No más de lo normal, pero sí, creo que lleva un pequeño toque extra.
– Justo como me gusta.
– Cálmate, chico -dijo Natalie Croft, torciendo ligeramente sus labios. Puaj, pensó Kristi. Pero al menos aquello alejó todo pensamiento que había tenido en su clase, y tenía varios trabajos que ni siquiera había leído aún.
– ¿Puedo ofrecerles algo para beber?
– Mmm. Yo tomaré un té helado -pidió la doctora Croft. Era una mujer alta con la piel de porcelana, pelo oscuro, con unas incipientes patas de gallo en las comisuras de sus ojos. Tenía una nariz distinguida y un comportamiento algo reservado.
– Café para mí -dijo la doctora Hollister, encajándose unas gafas sin montura sobre la nariz para examinar el menú mientras aprisionaba un mechón rebelde detrás de su oreja.
– Sí, yo también tomaré café. Solo. -El doctor Emmerson levantó su mirada hacia ella y en su semblante se encendió una chispa de familiaridad-. Tú eres una de mis estudiantes, ¿no es así?
Kristi asintió. Ese era el problema de aquel maldito trabajo, tal donde se ubicaba, tan cercano al campus.
Él chasqueó sus dedos.
– Shakespeare, ¿verdad? ¿201?
– Así es.
Kristi no deseaba mantener una conversación en mitad de la hora punta del restaurante, pero no tuvo que preocuparse, ya que la doctora Hollister llegó sin pretenderlo al rescate.
– Oh, yo quiero un poco de nata en mi café. No, que sea leche desnatada, ¿puede ser? -Le dedicó a Kristi una mirada interrogativa por encima de las gafas colocadas sobre su nariz.
– No hay problema. Enseguida lo traigo.
– ¡Señorita! -llamó la voz petulante de un hombre desde una mesa de la siguiente sección-. Llevamos aquí esperando diez minutos y nos gustaría pedir. ¿Puede ayudarnos?
Kristi asintió.
– Llamaré a su camarero.
– ¿Y no puede anotar nuestro pedido? -inquirió mirando su reloj. Estaba sentado con una corpulenta mujer de aspecto malhumorado y dos hijos pequeños que ya empezaban a pelearse entre ellos.
– ¡Basta ya! -exclamó tajantemente la mujer.
El chico mayor la ignoró y le sacó la lengua a su hermana. Ella chilló como si le hubiera abofeteado.
– ¡Oh, por el amor de Dios, Marge!, ¿quieres controlarlos? -insistió el hombre mientras Kristi volvía la hoja de su cuaderno.
– Claro, anotaré su pedido -aseguró Kristi para amainar aquella tormenta que estaba a punto de desatarse en mitad de aquella pequeña familia feliz-. ¿Qué desean tomar?
– ¡Gofres de fresa! -exclamó la niña-. Con nata montada.
– Tienen un nombre distinto. Se llaman… -aclaró la madre.
– No importa, lo he anotado. -Kristi lució una sonrisa al apresurarse a apuntar el pedido. En la cocina, Finn consumía un refresco de cola con aspecto de haber corrido una maratón-. No hay tiempo para descansar -le advirtió mientras arrancaba la hoja de su libreta con el pedido de su mesa-. Encárgate de esto. Mesa siete. Y será mejor que no pierdas el tiempo. Los nativos se impacientan.
– ¿Y qué se supone que significa eso?
– ¡Imagínatelo! -Colocó con fuerza la hoja del pedido sobre su mano intentando ignorar su expresión de «yo no he hecho nada malo» y recogió el plato de bebidas para su mesa; incluso se acordó de incluir el pequeño recipiente de leche desnatada. Tras dejar las bebidas en la mesa de la doctora Croft, anotó su pedido para comer antes de detenerse también en otras mesas, incluyendo una fiesta sorpresa de cumpleaños para una señora de edad avanzada con un andador, quien tenía problemas para entender los nombres shakesperianos que su igualmente anciano, aunque ágil, marido encontraba fascinantes. De alguna manera, el cocinero electricista volvió a poner en funcionamiento el horno y, con él de servicio, los pedidos llegaron con más rapidez y las mesas pudieron ser atendidas. Incluso Tonto-Finn, tras una reprimenda, se comportó como es debido.
Durante todo el tiempo que estuvo trabajando, Kristi se sintió como si los profesores en la cafetería la estuviesen vigilando. Al pasar varias veces junto a su mesa, escuchó retazos de su conversación.
– … Tendríamos que realizar algunos cambios… -dijo Natalie Croft, al morder su buñuelo, y se limpió la miel de la comisura de sus labios.
Unos minutos más tarde, aún continuaba hablando.
– … Bueno, lo sé, pero fue idea del padre Tony. Intentar hacer el colegio más interesante y Grotto tiene un talento innato. No sé por qué Anthony insiste tanto en que continuemos con los cursos, pero se dice… -Bajó la voz cuando Kristi se detuvo a rellenar las tazas de café.
La conversación captó el interés de Kristi, pero no podía espiar, ya que las mesas, aunque cercanas entre ellas, estaban ocupadas por ruidosos clientes que requerían su atención. Sin embargo, al llevar bandejas con platos de comida, rellenar los vasos y calcular las cuentas, advirtió que los tres profesores estaban inmersos en una discusión, serios y taciturnos. Rechazaron la carta de postres, le dieron una propina razonable y se marcharon mientras la multitud comenzaba a decrecer.
Se encontraba a punto de terminar con su sección cuando Jay entró en el restaurante, tan real como la vida misma. Habló con la dueña y tomó asiento en una de las mesas pequeñas para dos personas que había en su sección del restaurante.