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Kristi comenzó a decir algo, pero lo vio sacudir su cabeza. ¿Qué diantres había encontrado?

¿El teléfono móvil de Tara?

¿Entonces por qué todo aquel secretismo?

¿Un busca?

¿Una grabadora de bolsillo?

Se le heló la sangre en las venas. ¿Alguien había estado grabando sus conversaciones? Trató de recordar todas las conversaciones que había mantenido, con quien la había visitado o por teléfono o… ¡Oh, no! ¡La última noche con Jay!

– Supongo que no lo tienes -comentó; recolocó el ladrillo en su sitio y regresó al suelo-. Lo buscaré más tarde. Comamos… Oye, ¿y si ponemos algo de música? ¿Tienes una radio?

– Tengo un reproductor iPod.

– Bien. -Encontró el reproductor, lo encendió, y subió el volumen lo suficiente para tapar cualquier conversación. Con un nudo en el estómago, la sorpresa dio paso al enfado; Kristi se sentó en el borde del sofá cama y Jay arrastró el sillón grande hasta el otro extremo de la mesita del café, dando la espalda a la chimenea.

– Te han puesto un micro -dijo, inclinado sobre el marisco picante y el plato de arroz; su voz apenas era audible sobre la música-. Esa pequeña caja negra es una cámara.

Kristi estuvo a punto de soltar el tenedor. Alguien la había estado vigilando, ¿y trataba de verla incluso ahora? Mientras estudiaba, o veía la televisión, o dormía o… Jesús, María y José; levantó su mirada hacia Jay y quiso que se la tragase la tierra.

– Es tecnología punta -afirmó.

Kristi deseó morirse al pensar que toda la pasada noche, mientras ella y Jay hacían el amor, alguien podría haberles estado observando. Grabando cada una de sus caricias o besos. Disfrutando mientras ambos estaban en mitad de lo que ella creía que era una noche íntima y privada.

Creyó ponerse enferma.

Jay asintió como si pudiera leer sus pensamientos.

– Incluso aunque no tuviésemos ni idea, tú y yo acabamos de grabar nuestra primera película porno. ¿Qué te parece como juego perverso?

Capítulo 21

¡Oh! ¡Dios mío!

Kristi no podía creer lo que oía. ¿De verdad alguien estaba usando un vídeo oculto para grabarla? Se le hizo un nudo en el estómago.

– ¡Esto es de locos! -explotó, manteniendo la voz baja, solo por si Jay no le estaba tomando el pelo.

– Te ríes como si hubiera dicho algo gracioso -observó, antes de meterse en la boca un tenedor cargado de jambalaya.

¿Se suponía que ella debía actuar como si estuviera sorprendida al descubrir que le habían «pinchado» la casa? Sin embargo pudo ver que Jay estaba serio. Consiguió emitir una débil y estúpida risa, pero sin que fuera sincera. Kristi había visto un montón de cosas en sus veintisiete años. Su padre era un detective de homicidios y se había pasado la vida expuesta a sus casos. A algunos más que a otros. Luego estaba el hecho de que su vida se había visto amenazada más de una vez y que casi había muerto recientemente, pero jamás se había sentido tan fríamente vulnerada, tan maliciosamente utilizada, como en aquel momento de su vida.

– ¿Alguien ha estado espiándome? -susurró con la ira ardiendo en su interior.

– Así es y, a no ser que esté equivocado, también le podrían haber hecho lo mismo a Tara Atwater.

Kristi quería asesinar al bastardo que había detrás de la cámara. Por el amor de Dios, ¿qué había visto? Las imágenes de días anteriores fueron pasando por su cabeza; se vio a sí misma, caminando desnuda desde el baño hasta el dormitorio, o haciendo ejercicio, bailando como una idiota cada vez que sonaba una buena canción en su iPod, mientras estudiaba en el escritorio. Luego, por supuesto, la noche anterior, cuando se arrojó en los brazos de la pasión, gimiendo, gritando, pidiendo más, y Jay y ella se retorcían y sudaban sobre la cama. ¡Y pensar que algún retorcido mirón les espiaba mientras hacían el amor! Se le puso la piel de gallina; luego se ruborizó de vergüenza.

– ¿Quién? -demandó ella.

– Eso es lo que intento averiguar -respondió, y ella tuvo que forzar el oído para escucharlo por encima de la música-. Se trata de una cámara remota. No sé cuánto alcance tiene, pero el receptor podría estar en cualquier parte. Me he asegurado de colocar un libro sobre la lente, así que apuesto a que quienquiera que sea intentará regresar aquí y mover las cosas, de forma que su visión no se vea comprometida. He comprobado la zona y creo que tan solo hay una cámara.

– ¿Qué? -Kristi se desesperaba-. ¿Pensaste que podía haber más?

– Por supuesto que sí, pero no son baratas. Debe ser alguien con una clara obsesión con el espionaje. Pensé que a lo mejor en el cuarto de baño, pero parece estar limpio.

– Esto es escandaloso. -Kristi quería marcharse, recoger todo lo que le pertenecía y salir corriendo de allí.

– No podía arriesgarme a quitarle las pilas sin mover la cámara, quienquiera que nos esté espiando sabría que vamos tras él.

– ¿Entonces qué vamos a hacer?

– Esperar -respondió él, y eso solo consiguió enfurecerla. Kristi quería acción. Ahora. Vengarse de aquel mirón bastardo, y deprisa-. A este juego podemos jugar los dos. -Jay consumía su jambalaya de una manera tan pausada que le entraban ganas de gritar. Su plato estaba ya casi vacío.

– No soy muy buena esperando ni fingiendo.

– Lo sé. Pero lo único que debes hacer es ser natural.

– ¡Oh, claro! -Como si eso fuera posible.

– O podemos ir a la policía. -Su voz aún sonaba amortiguada por la fuerte música y Jay había dejado de comer durante el tiempo suficiente para mirarla y evaluar su reacción-. No sería mala idea dejar que los profesionales se ocuparan ahora de esto y no… -espetó, atajando su respuesta antes de que comenzase-, sugieras que yo soy un profesional. Ambos sabemos que me estoy saltando las normas. Lo más inteligente sería llamar a la policía y dejar que buscasen huellas, así como entregarles el vial de sangre. Sí, podrían sellar este lugar y confiscar todas tus cosas, pero has hecho copias de tus archivos.

– Has dicho algo acerca de esperar. Y que a este juego pueden jugar dos. ¿Qué quieres decir?

Jay sonrió y Kristi se sintió un poco mejor. El fulgor en sus ojos le hizo saber que había tenido en cuenta sus opciones.

– Salgamos afuera -propuso en voz alta-. De acuerdo, Bruno, ya te entiendo, tienes que hacer tus cositas. Vamos. -Emitió un agudo silbido y se dirigió a la puerta seguido de Kristi y el perro. Tras salir al porche, elevó sus ojos hacia las vigas de la cornisa. Kristi acompañó su mirada, entornó los ojos y vio lo que Jay estaba buscando. Había una diminuta caja negra situada entre telas de araña y viejos avisperos, y montada encima de la puerta, justo sobre la luz del porche; era muy parecida a la que estaba instalada en la librería contigua a la chimenea.

– He pensado que, si vuelve, tendremos su «jeta» grabada en vídeo.

– ¿Esa es tu cámara? ¿Dónde la ves?

– En mi casa; en realidad es la de la tía Colleen. Iremos allí esta noche y esperaremos. Así que puede que quieras llevar tu ordenador y tu saco de dormir. No es precisamente un alojamiento de primera.

– Mientras atrapemos a ese bastardo…

– Y en el caso de que no obtengamos una imagen clara, he montado otra cámara sobre la ventana de la cocina, enfocada directamente hacia la chimenea. Cuando se vuelva para marcharse, lo veremos.

– Has estado ocupado -comentó con admiración.

– Gracias.

– Debe ser alguien con acceso… ¿Puede que Hiram? -Kristi pensó en el nieto mayor de Irene Calloway. En realidad no parecía tener la inteligencia suficiente para llevar a cabo algo como aquello. ¿E Irene? ¿Espiaría ella a sus inquilinos?

– Está en el primer lugar de mi lista, pero voy a hacer algunas indagaciones. Tengo el nombre y el número de modelo de la cámara. Como te dije, es tecnología punta, así que voy a descubrir quién ha comprado una en los últimos dieciocho meses, o así.