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– ¿Usando tus conexiones con la policía?

– ¿Ves como eres una chica lista? -bromeó, obviamente despreocupado por el hecho de que su pequeña sesión amatoria pudiera aparecer en YouTube, MySpace o Dios sabe qué página de intercambio de vídeos en Internet. Alguien que la reconociese podría incluso enviarlo al correo electrónico de su padre.

Dibujó una mueca de disgusto ante la idea.

– Relájate -le dijo Jay, como si leyera sus pensamientos-. Anoche, las luces estaban apagadas. No creo que sea una cámara de infrarrojos.

– Oh, Dios. -No se le había ocurrido. Y tampoco deseaba considerar que, quienquiera que fuese aquel cerebrito de la tecnología, podría ser lo bastante sofisticado para mejorar la calidad de las imágenes.

Las cosas iban de mal en peor. Jay estiró su mano hacia la puerta.

– Entonces, vayamos adentro y hagámosle saber que esta noche no estarás por aquí, que va a disponer de la mejor oportunidad.

Luego volvieron a entrar y Kristi miró hacia la cámara, todavía tapada por sus libros. Ambos armaron mucho ruido hablando del perro y regresaron a sus respectivos lugares. Jay apagó la música y charlaron sobre menudencias; luego hicieron planes para ir a casa de Jay sin especificar motivo alguno. Kristi recogió sus cosas, incluyendo el ordenador, el saco de dormir, el collar con el vial que habían encontrado, la bicicleta y una muda limpia.

Debido a que ella pretendía asistir a la obra de teatro moralista del padre Mathias y Jay tenía una cena con la jefa de su departamento, cogieron coches separados bajo la lluvia, hacia la dirección que Jay había escrito en una tarjeta de visita y que le había entregado, evitando, por tanto, que nadie oyera dónde iban a estar. También era importante que ella utilizase su coche, para que su mirón personal se diese cuenta de que el Honda no estaba aparcado donde de costumbre, se sintiera más seguro y aprovechase la oportunidad de entrar en el apartamento para recolocar su equipo visual.

La idea de que aquel tipo fuera a rondar por el apartamento, puede que rebuscando por los cajones y tocando su ropa interior, le provocaba escalofríos. ¿Quién era ese tipo?

Pensó en el perturbado que se dedicaba a espiarla, mientras seguía a la camioneta de Jay por las calles, mojadas debido a la lluvia. ¿Habría espiado a Tara ese pervertido? ¿Habría estudiado su rutina y planeado su secuestro con la ayuda de su pequeña cámara? ¿Tendría cintas de las otras chicas desaparecidas? ¿Conservaría esas cintas para su uso personal, su retorcida diversión, o aún peor, las habría hecho públicas colgándolas en Internet?

Si estaba relacionado con aquellas depravadas grabaciones, ¿podría ser incluso peor? ¿Podría tener cintas de los secuestros de las chicas? ¿Del abuso que sufrieron? ¿Incluso de sus asesinatos?

Esperaba que no, por Dios. Los dedos de Kristi se aferraron al volante al tratar de echar el freno a su imaginación.

– No inventes problemas -se advirtió a sí misma.

Además, no tenía una base sólida para esos evasivos pensamientos. Si las chicas desaparecidas hubieran aparecido en Internet, ¿no las habría visto ya alguien del colegio? ¿No las habrían reconocido? Con toda seguridad, la policía y el cuerpo de seguridad del campus habían registrado la red.

Unas luces de freno se iluminaron delante de ella.

La camioneta de Jay se detuvo ante las luces.

Perdida en sus pensamientos, Kristi tuvo que pisar el freno de golpe. El Honda patinó con un chirrido de los neumáticos. El sistema antibloqueo de los frenos se activó, se liberó y volvió a activarse de nuevo. Kristi se protegió la cabeza con sus brazos, preparada para el impacto y el chillido del metal retorciéndose.

El morro de su utilitario se detuvo a menos de un centímetro del parachoques del Toyota.

– ¡Oh, Dios! -Dejó escapar un suspiro; y después ahogó un grito ante el chirrido de unos neumáticos detrás de ella. Miró aterrada el espejo retrovisor y contempló con impotencia como una gran furgoneta patinaba al desviarse y evitaba chocar contra ella por muy poco.

Kristi exhaló profundamente con el corazón desbocado. Vio la distinguible silueta de Jay volviéndose hacia ella. Kristi levantó sus manos con las palmas hacia arriba, como diciendo que había sido una idiota. Esperaba que el tipo de la furgoneta que había estado a punto de chocar contra ella también hubiese visto su silenciosa disculpa.

– Concéntrate -se dijo mientras la lluvia martilleaba sobre el parabrisas y las escobillas luchaban por hacer su trabajo. Tenía que prestar más atención. Las calles estaban resbaladizas debido a la lluvia; las nubes se veían oscuras y cerradas, era un día triste y con una oscuridad propia del invierno.

El semáforo cambió a verde. Jay se adentró en la intersección y Kristi lo siguió con cuidado. Intentaba con todas sus fuerzas mantener su atención en el tráfico a su alrededor y en la carretera, pero la realidad era que sus pensamientos estaban en otro lugar. Alguien había entrado y había puesto micrófonos en su apartamento. La había vigilado. Grabado. Se le erizó el vello al imaginarlo disfrutar cuando la veía desnudarse, dormir, ducharse o hacerle el amor a Jay.

– Cabrón -musitó, conduciendo a través de la ciudad, con las escobillas despejando la lluvia-. Recibirás tu merecido -añadió, mientras seguía a Jay bajo la lluvia y realizaba, a su vez, el mismo giro.

Era la misma furgoneta oscura que casi la había embestido.

¿O no?

Un nuevo giro.

El vehículo continuaba detrás de ella.

Pero de repente, sus faros la iluminaron por detrás.

Como si la estuviera siguiendo.

Lo cual era ridículo. Su imaginación le estaba jugando una mala pasada.

No obstante, a Kristi le dio un vuelco el corazón. Se le tensaron todos los nervios de su cuerpo. Se dijo a sí misma que lo ignorase, pero no pudo apartar su mirada del espejo retrovisor.

¿Sería el tipo de la furgoneta (Kristi no estaba segura de que estuviera en movimiento) la misma persona que había llevado a cabo la operación de vigilancia en su apartamento?

Jay giró hacia una última calle, un callejón sin salida; la señal indicaba claramente la dirección que había escrito al dorso de su tarjeta de visita, la cual yacía sobre el asiento de al lado.

Kristi pasó de largo. Apenas pisó el freno.

El vehículo a su espalda la siguió, no se desvió para seguir a Jay. ¿Quién demonios eres?, pensó, y se aseguró de que todas las puertas estaban cerradas con seguro. Zigzagueó por las calles laterales del barrio hasta reconocer una avenida principal. Al torcer a la izquierda hacia la calle de dos direcciones, miró el espejo retrovisor.

Estaba claro que la furgoneta la seguía.

Pero ahora iba con más cuidado, confundiéndose entre el incipiente tráfico. Su teléfono comenzó a sonar, aunque ella lo ignoró. Tenía que concentrarse.

Medio kilómetro después, tras asegurarse de que la furgoneta oscura estaba metida entre un Taurus y un Jeep, Kristi vio la luz del semáforo volverse ámbar. Perfecto.

Con el corazón desbocado y sus dedos aferrados al volante con fuerza, pisó de golpe el acelerador y alcanzó la intersección justo al cambiar la luz del semáforo. Se volvió de un ardiente rojo mientras ella aceleraba.

El resto del tráfico se detuvo.

– ¡Vamos hijo de puta! ¡Ven si te atreves! -exclamó efusivamente. Su teléfono móvil volvió a sonar otra vez, pero no podía contestar. Tenía que estar concentrada, mantenerse en movimiento.

Pasó volando por la primera calle lateral y giró rápidamente en la segunda, al tiempo que vio como el semáforo donde estaba retenida la furgoneta volvía a cambiar.

¡Maldición!

Podría tratar de cortarle el paso. Volvió a girar a la derecha, vio un aparcamiento junto a una iglesia y entró, antes de apagar los faros del coche y hacer un giro de trescientos sesenta grados en el hueco libre, de forma que miraba hacia fuera con el pie sobre el freno, el motor al ralentí y parcialmente tapada por un descuidado arbusto de laurel.