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Capítulo 22

Unas horas más tarde, Kristi condujo de vuelta al campus. No le gustaba mentir.

De adolescente, las mentiras salían fácilmente de su boca, pero ahora, diez años más tarde, tenía más problemas escondiendo la verdad. Había tenido que mentirle a Jay.

Había llegado a casa de Jay y le había contado lo de la furgoneta, y él la rodeó con sus brazos y la apretó como si no quisiera dejarla marchar.

– Estúpida, estúpida niña -le dijo, acariciándole el pelo.

– No pienso tomarme eso como un cumplido -respondió ella.

– Se supone que no lo era. ¿Quién sabe quien sería ese tipo? ¿De qué es capaz? Por el amor de Dios… -Entonces él la había besado con fuerza; sus labios estaban húmedos e impacientes, su pelo mojado por la lluvia. Kristi había enroscado sus brazos alrededor de su cuello y le había devuelto el ardor de su beso-. ¡Jesús, me has asustado! -le dijo-. Temía que…

– ¡Chist! -Ella no había querido escuchar sus miedos. Tan solo sentirse segura por su entereza.

Él no la había decepcionado. Con sus manos firmemente extendidas sobre su espalda, sus piernas presionando las de ella y, silenciosamente, aún besándola, Jay empezó a caminar hacia delante, con sus fuertes muslos empujando los de ella y llevándola hacia atrás. Se arrancaron la ropa el uno al otro, a tirones, jadeando con fuerza, mientras él la guiaba a través de una puerta abierta, hacia el interior de un dormitorio pintado de un espantoso color azul. Las piernas de Kristi toparon con algo duro y Jay la empujó hacia abajo, de forma que ambos quedaron tumbados sobre un pequeño catre con un saco de dormir y una pequeña almohada.

A ella no le importó.

Tan solo deseaba perderse en él.

Su acto sexual había sido rápido y ansioso, sus labios tocaban y saboreaban con hambre, sus dedos acariciaban la cálida y enfebrecida piel, sintiendo como la ansiedad alimentaba su deseo.

El alivio había llegado con rapidez.

Se desplomaron juntos, agotados, sudorosos, con sus latidos acordes sobre el pequeño y escuálido catre.

Kristi detestaba haber tenido que mentir. Lo había ido posponiendo una y otra vez, deseando que aquella tarde con Jay no terminase nunca.

– Esto es ridículo -afirmó, apartándose el pelo de la cara y mirando fijamente sus adormilados ojos color miel.

– Yo iba a decir que era mágico… extraordinario… increíble… y… -dijo él entre risas.

– Y tú estás flipado, MacKnight. -Entonces ella lo besó y salió del catre para vestirse.

Jay se había mostrado de nuevo inflexible sobre lo de acudir a la policía, y ella había tenido que ser persuasiva para convencerlo de que esperase. No había sido completamente sincera, al menos en lo que concernía a sus planes. No fue capaz de serlo.

Había esperado hasta que estuvo distraído corrigiendo trabajos y observando las pantallas del ordenador que mostraban el porche y el interior de su apartamento, gracias a sus cámaras de vigilancia. Ella fingió estar también ocupada, comprobando los foros de internet a pesar de que era demasiado temprano para que apareciese cualquiera de sus nuevos «amigos» de Internet. Después, cuando Jay estaba en su estudio, ella recobró la cadena con el vial de lo que se suponía que era la sangre de Tara Atwater. Esa noche, durante la obra de teatro, Kristi planeaba llevar puesto el extraño collar. Ver qué clase de reacciones provocaba.

Jay ya había intentado extraer una huella dactilar del diminuto vial, pero el cristal estaba limpio, de modo que Kristi no estropearía ninguna prueba, mientras el vial repleto del líquido rojo oscuro permaneciese intacto.

Era ligeramente aterrador, pero ¿y qué?

También lo era la cámara de su apartamento.

Y ser perseguida por una furgoneta oscura.

Si ella deseaba entrar en el círculo interno de aquel culto, tendría que darse prisa.

El vial de sangre había sido un regalo de Dios. O una obra del demonio.

De forma que había escapado sin que Jay se diese cuenta de que había cogido el vial; y allí estaba, conduciendo hacia el campus, comprobando el espejo retrovisor por si aparecían amenazadoras furgonetas oscuras. ¿Era azul marino? ¿Negra? ¿Gris carbonilla? No lo sabía. No había disfrutado de una vista clara de la matrícula, pero estaba segura de que no pertenecía a otro estado. Las ventanillas le parecieron tintadas, pero no sabía la marca del vehículo. Puede que fuese un Ford. O un Chevy. Algo nacional.

Demasiado para sus excepcionales dotes de observación.

El sistema antivaho había decidido dejar de funcionar y eso la estaba irritando bastante. Tuvo que mantener bajada la ventanilla para poder ver las calles húmedas y brillantes a través del parabrisas. Ya estaba lo suficientemente oscuro con las nubes, que bloqueaban totalmente la rápida puesta de sol, la lluvia que chispeaba desde el cielo y el anochecer, que llegaba deprisa.

Afortunadamente, el tráfico era escaso para una tarde de domingo, y el aire poseía una gelidez que le hizo recordar que era pleno invierno.

Jay se había marchado a su cita, al tiempo que Kristi se dirigía a la obra de teatro moralista del padre Mathias, una nueva interpretación de Everyman [7] a pesar de que Jay había emitido una queja de última hora.

– No me gusta que vayas sola a la obra -le había dicho seriamente cuando ella se preparaba para salir-. Puedo cancelar mi cita con Hollister. Creo que solo quiere saber qué tal van las clases. Compararlo con la etapa de la doctora Monroe. Pero no tiene importancia, puedo aplazarlo.

– No creo que sea bueno que nos vean juntos.

– Alguien ya lo ha hecho -replicó él-. Y nos grabó en vídeo.

– No me lo recuerdes. -Kristi gesticuló amargamente-. Además, Hollister es la jefa de tu departamento.

– No tengo por qué verla hoy. Además, he hablado un par de veces con la doctora Monroe desde la sustitución, y tengo sus apuntes para ayudarme. Me estoy ajustando estrictamente a su programa. Si regresa el próximo trimestre, podrá continuar sin problemas.

– ¿Va a regresar? -inquirió Kristi.

– No lo sé. Depende de la reubicación de su madre. Está teniendo problemas en encontrar el sitio adecuado para ella.

– ¿Así que no tienes ni idea sobre si vas a dar clase el próximo trimestre?

– Aún no. Aunque tal vez puedas convencerme para que acepte el puesto, si me lo ofrecen.

Levantó lascivamente las cejas y ella rió mientras se dirigía al exterior.

Ahora estaba oscuro; los faros de su coche iluminaban las gotas de lluvia que caían en plateadas líneas sobre el asfalto. Se encontraba a medio camino del All Saints, cuando sonó su teléfono. Kristi esperaba que fuese otra vez Jay, para insistir en que tuviese cuidado.

– ¿Diga? -comenzó a decir mientras giraba hacia el interior del aparcamiento del edificio de apartamentos.

– ¿Kristi Bentz? -preguntó una voz profunda, mientras ella aparcaba en un espacio algo alejado del suyo debido a que algún cretino lo había ocupado con una camioneta vieja cuyos neumáticos eran demasiado grandes. Antes de que pudiera responder, la voz continuó-. Soy el doctor Grotto. Antes que nada, quiero disculparme por no responderte antes. Recibí tu mensaje. -Su voz era tersa, con el mismo tono que cuando daba clase, y Kristi lo vio en su mente, aquel hombre alto, de pelo negro y ojos oscuros, la fuerte mandíbula oscurecida por la sombra de una barba. A Kristi se le olvidó el enfado de haber tenido que aparcar a unos cuantos metros de las escaleras-. Me comentaste que te gustaría tener una reunión conmigo y ahora tengo la agenda algo más despejada. Así que, ¿qué tal mañana por la tarde? ¿Digamos… a las cuatro? Tengo esa hora libre.

Kristi realizó algunos cálculos mentales. Tenía que hacer el turno de la cafetería, pero imaginó que podría encontrar a alguien que hiciese una hora extra por ella. No estaba dispuesta a desperdiciar esa oportunidad.

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[7] Obra moralista inglesa del siglo XV. (N. del T)