– Claro -respondió con rapidez, como si no tuviera pensado preguntarle por más que un trabajo de clase particularmente difícil. Pensó en la furgoneta oscura y se preguntó si Grotto sería el conductor-. Estaré en su despacho a las cuatro.
– Te veré entonces.
Colgó mientras ella apagaba el motor del Honda. No podía esperar para hablar cara a cara con el doctor Grotto; después de todo, él era la última persona que había visto con vida a Dianne Harmon.
Tras comprobar el aparcamiento para asegurarse de que nadie espiaba entre los coches o detrás del seto de arrayán, se dirigió nerviosamente hacia el interior de su apartamento. Por lo que pudo ver, todo estaba como lo habían dejado. No creía que nadie hubiera estado allí dentro.
Sintió la urgente necesidad de sacar la lengua a la cámara de Jay, o hacer un pequeño estriptis de broma, pero se contuvo. Solo por si había alguna otra cámara que no habían encontrado. Se limitó a dirigirle un guiño a la cámara sobre el fregadero.
Houdini salió de su escondite, debajo de la cama.
– Me preguntaba cuándo volverías a asomar la cabeza -le dijo-. ¿Te asustó ese perro grande? Créeme, Bruno no le haría daño a una mosca. -Pasó una mano sobre el lomo del gato y este tembló y trató de escabullirse de su caricia. Sin embargo, no fue tan rápido en desaparecer, de forma que Kristi vertió comida de gato en el cuenco y observó algo sorprendida como el animal la olisqueaba con desdén-. Oye, no olvides tus raíces -le dijo-. Los vagabundos no pueden elegir.
El gato se quedó mirándola como si fuera una completa estúpida, antes de saltar sobre el mostrador y deslizarse por la ventana abierta.
– De desagradecidos está el mundo lleno -le gritó; después, en el baño, se cambió rápidamente poniéndose unos pantalones negros y un jersey de cuello alto. Se echó una chaqueta por encima, cogió su bolso, preparado con el teléfono móvil y el bote de espray, y atravesó la puerta.
El tiempo había mejorado un poco, aunque el sistema antivaho todavía ponía trabas a la visibilidad. Se vio obligada a usar su mano para despejar un trozo del parabrisas, pero no pudo ver ninguna furgoneta oscura detenida en los callejones. Aun así, se mantuvo alerta mientras cubría en su coche la corta distancia que la separaba del campus, una nueva forma para aparentar que no estaría en casa aquella noche, a pesar de que la idea de «invitar» al pervertido a su casa la molestaba un poco.
La escasa luz que quedaba del día desapareció rápidamente mientras Kristi aparcaba detrás de la casa Wagner. El museo cerraría en diez minutos, pero ella deseaba comprobar el lugar una vez más.
La verja estaba abierta, y la puerta principal se abrió con un chirrido. Kristi pasó al interior, donde una chimenea de gas ardía animosamente. Las luces, con sus coloridas sombras filtradas por lo cristales de las lámparas estilo Tiffany, brillaban como joyas. Había sofás Victorianos, mesas de caoba tallada y sillones tapizados apiñados en conjuntos; la mesa del comedor estaba dispuesta con la cristalería y la plata, como si hubiera una velada con cena planeada para más adelante.
Tres mujeres cincuentonas emitían gemidos de asombro ante el mobiliario y los ornamentos mientras una pareja más joven con un bebé, sujeto al padre mediante una especie de mochila, paseaban por las habitaciones de abajo.
– Hola -saludó a Kristi una mujer delgada, de sonrisa generosa y un pelo teñido que le llegaba a la barbilla. Llevaba puesto un vestido largo, botas y un jersey de cuello vuelto. Se podía leer su nombre en una etiqueta: Marilyn Katcher-. Soy Marilyn, la encargada, y estaba a punto de comenzar un pequeño paseo para enseñar la casa antes de cerrar. ¿Te gustaría unirte a los demás?
Kristi miró a todos los rostros expectantes que había a su alrededor.
– Sería estupendo.
Después los siguió y puso atención mientras la encargada, con más entusiasmo del que Kristi hubiera creído posible, acompañaba al reducido grupo a través de los pisos inferiores, explicando la historia de la familia, magnificando al viejo Ludwig Wagner y a su legado, contando cómo había donado a la Iglesia aquella porción de sus vastas propiedades de la zona de Baton Rouge con la expresa intención de fundar un colegio. Inició el camino hacia los dormitorios, hablándoles sobre los niños que habían residido allí, y explicándoles que los actuales descendientes de Ludwig habían gastado una gran cantidad de sus propias fortunas en restaurar la casa hasta dejarla como era cuando Ludwig y sus hijos, incluyendo a una hija que precisaba de una silla de ruedas, habían vivido allí. Algunos de los ornamentos eran auténticos; otros, que simplemente se usaban para aportar un ambiente hogareño, no eran necesariamente de época.
Una vez que estuvieron abajo otra vez, la señora Katcher miró su reloj e intentó acompañarlos hacia la puerta. Pero Kristi retrocedió y le preguntó por el sótano.
– Era utilizado por el personal, originariamente, por supuesto, y creo que tenía algún túnel u otra forma de acceso que conectaba con la cochera, la cual está justo al lado y ahora alberga el departamento de Teatro. También daba acceso a los establos y graneros, pero todos esos pasajes fueron declarados inseguros hace años, declarados en ruinas por la parroquia, de forma que han sido sellados. Hoy el sótano es utilizado como almacén. -La mujer mantenía abierta la puerta principal-. Para ser sincera, jamás he puesto un pie ahí abajo. No creo que nadie baje nunca por allí.
El padre Mathias sí, pensó Kristi. El sacerdote y Georgia Clovis ya sabían que Kristi le había visto cruzar la puerta del sótano y, el hecho de que hubiera túneles, en ruinas o no, bajo el edificio era algo que la intrigaba. ¿Y si todavía existían? ¿Y si Marnie Gage había bajado las escaleras para utilizarlos? ¿Pero por qué?
Marilyn Katcher no hacía nada que no estuviese programado. Consiguió conducir a todos al exterior y cerrar la verja tras ellos a las cinco y media en punto.
El viento había arreciado mientras se dirigían hacia la oscuridad que había llegado mientras se encontraban en el interior. Un golpe de lluvia sorprendió a Kristi y las luces de las farolas brillaban con un espeluznante color azul cuando se dirigía hacia el centro de estudiantes. En aquel restaurante, más parecido a una cafetería, Kristi buscó rostros conocidos de sus clases de Lengua, pero no vio a Trudie, Grace, Zena o Ariel. Entonces recordó que Zena había dicho algo acerca de estar en el reparto de la obra moralista del padre Mathias.
Puede que la viera en el escenario.
Se tomó un capuchino descafeinado e intentó llamar de nuevo a Lucretia. Después de todo, su ex compañera de habitación era la que había mencionado el culto por primera vez, antes de su repentino cambio de idea. Sin embargo, al igual que con todo el mundo los últimos días, parecía que su llamada fue enviada directamente al buzón de voz.
Kristi no dejó ningún mensaje. Lucretia la estaba evitando.
Tras apagar el móvil, Kristi se dirigió al auditorio. Si llegaba algo antes del comienzo, tal vez pudiera fisgonear un poco. Todas las chicas desaparecidas habían asistido a las obras moralistas del padre Mathias, de forma que tenía que existir una conexión entre ellas y el culto vampírico, ¿verdad?
Era tan buen lugar para encontrar respuestas como cualquier otro.
Elizabeth se examinaba cuidadosamente, completamente desnuda, frente a un alto espejo en las profundidades de su balneario subterráneo.
Estaba irritada.
Inquieta.
Obviamente necesitaba más.
¿Más qué?, se burló su mente, debido a que despreciaba decir que necesitaba sangre, la sangre de otras.
Le hacía sentir débil, igual que una adicta, y ese no era el caso en absoluto. Ella era fuerte. Poderosa. Enérgica. Pero, siendo fiel a la verdad, ansiaba más…