Выбрать главу

¿A quién le importaba?

Lo único de lo que ella tenía que asegurarse era de que hubiera suficiente. De forma que le había sugerido acompañarlo en su próxima víctima. Porque se estaba poniendo nervioso. Inquieto. Preocupado de que la policía se diese cuenta. Era un problema, pero la solución era obvia: capturar a más de una. Matar a varias a la vez. Y después, empezar a cazar en algún otro sitio. Algún lugar menos obvio.

Pero siempre cazando mujeres inteligentes, ágiles y listas que fuesen lo bastante jóvenes para conservar su vitalidad. Pero nunca una madre, como aquella última «inferior» que Vlad había tratado de colarle. ¡Por favor! ¿Es que no sabía que el parto le quitaba la vitalidad a una mujer? ¿Que una vez que una madre le había cedido su sangre a otro ser, a un bebé en su matriz, y después sangraba durante días o semanas después del parto, jamás volvía a ser la misma?

Finalmente, Elizabeth consiguió colocar en su sitio el rizo de su oscuro cabello. Al observar profundamente su propio reflejo, decidió que era el momento de contárselo. Alcanzó su teléfono móvil para comunicar las buenas noticias. Esta noche no solo deseaba verlo matar. Esta noche lo ayudaría y se aseguraría de que había más de una víctima.

Varias imágenes de alumnas pasaron por su mente.

La más clara pertenecía a Kristi Bentz.

Capítulo 23

Jay se disponía a salir por la puerta para acudir a la cita con la doctora Hollister, preguntándose cómo acortarla cuando sonó su teléfono móvil.

El nombre de Sonny Crawley apareció en la pequeña pantalla.

– ¿Qué pasa? -preguntó Jay, llevando su maletín con el ordenador al exterior, donde la lluvia golpeaba en el saliente del porche y goteaba sobre el borde de los colgantes canalones.

– Pensé que te gustaría oír algo de información sobre esas chicas desaparecidas.

A Jay se le tensaron todos los nervios de su cuerpo.

– ¿Has descubierto algo?

– Puede que sí, puede que no, pero pensé que te gustaría saberlo. Bruno salió por la puerta y Jay la cerró de golpe. Se apresuraron juntos sobre el patio mojado.

– Cuéntame.

– Bueno, todo empezó con un furtivo que encontró el jodido brazo de una mujer en la tripa de un caimán, y creemos que podría pertenecer a una de esas estudiantes desaparecidas, pero no hemos sido capaces de encontrar el resto del cadáver.

Sonny le contó toda la historia mientras Jay cargaba sus cosas y a Bruno en la cabina de su camioneta. Se puso tras el volante sin girar la llave de contacto, mirando el parabrisas mientras escuchaba que el furtivo había llamado al departamento del sheriff, el cual se llevó al caimán con el contenido de su estómago a la morgue; que se estaban llevando a cabo las pruebas en el brazo cortado de la mujer, y que la policía se estaba volviendo loca consiguiendo las huellas dactilares del miembro parcialmente descompuesto y hecho trizas. Los equipos de búsqueda todavía buscaban el cuerpo o cuerpos, y la teoría era que el brazo podía haber pertenecido a una de las chicas desaparecidas. Hasta el momento, no habían tenido suerte.

– Una de las cosas más raras del asunto es que no había sangre en ese brazo. Ni una gota -le confesó Sonny-. Se supone que tendría que haber algo. Si cortas un dedo, encuentras sangre. Le cortas la polla a un tipo, y encuentras sangre. Yo no soy médico, no señor, pero me imagino que debería haber algo de sangre en esas venas y arterias.

Ya somos dos, pensó Jay, poniendo finalmente en marcha el motor de su vehículo; su mente regresó a la conversación sobre vampiros.

– Así que el brazo se encuentra en la morgue y, el resto de pruebas como los restos bajo las uñas, las muescas del esmalte, por ejemplo… ¿Eso está en el laboratorio?

– Claro. Puede que quieras llamar a Laurent. Ella sabe más que yo acerca de esto.

– Lo haré, pero, mientras tanto, necesito un favor.

– ¿Otro?

– Te invitaré a una cerveza.

– Puedes apostar tu culo a que lo harás.

– Te compraré seis latas -corrigió Jay al oír la respuesta de Sonny.

– Dispara.

– ¿Puedes comprobar si algún empleado del All Saints tiene una furgoneta oscura?

– ¿Alguien de todo el colegio?

– Te mandaré por correo electrónico una lista de nombres.

– ¿No puedes comprobarlo por tu cuenta?

– Lo necesito para ayer. Esperaba que pudieras ayudarme. Y también me interesa saber si alguno de ellos tiene antecedentes criminales. Cualquier cosa.

– Puede llevarme un buen rato.

– Pues date prisa, estamos hablando de doce latas.

Sonny rió con fuerza; era una risa de fumador que terminó con un ataque de tos.

– Por toda esa cerveza, lo haré. Te haré saber lo que encuentro. Probablemente mañana en el departamento de Vehículos Motorizados; lo demás en cuanto consiga la información.

– Gracias.

– Y quiero cerveza de verdad, ¿me oyes? Nada de esa mierda sin alcohol.

– Cerveza de verdad -prometió Jay.

– Tengo que dejarte. Tengo otra llamada y es domingo por la noche. Ya sabes, tengo una vida. -Crawley colgó y Jay dejó que su cerebro catalogara aquella nueva información.

Un escalofrío atravesó su alma. Un brazo cortado sin sangre. Nada de nada. ¿Había sido extraída y digerida por el caimán, o le había ocurrido alguna otra cosa, algo fuera de lo normal? Como el hombre de ciencia que era, no creyó ni por un segundo que hubiera vampiros caminando sobre la tierra, pero, si Kristi tenía razón, existía un culto cercano con verdaderos creyentes y que sabían lo que estaban dispuestos a hacer.

Por supuesto, el brazo cortado podría pertenecer a otra persona, distinta a las chicas desaparecidas de All Saints.

Pero lo dudaba.

Tras poner la marcha adecuada, marcó el número de Kristi para darle las noticias, pero su teléfono lo envió directamente al buzón de voz.

– Oye, soy yo. Llámame -le dijo, y después colgó con una sensación de inquietud apoderándose de él. Jamás debería haberla perdido de vista. Los acontecimientos ocurrían demasiado rápido. Necesitaba contarle a Crawley, a Laurent o a quien fuera, qué demonios estaba ocurriendo en All Saints.

Kristi se enfadaría, pero daba igual.

Jay apretó los dientes. Debería haber anulado su cita con Hollister y haber asistido a la maldita obra con Kristi. Pero ahora era demasiado tarde. Al mirar su teléfono, deseó que sonase.

– Vamos, Kristi. Llama -dijo. Pero el teléfono permaneció en silencio y, mientras conducía hacia el colegio, su inquietud y preocupación no hacían sino ir en aumento.

* * *

En el servicio de señoras del centro de estudiantes, Kristi se colgó alrededor del cuello la cadena dorada y se preguntó si estaría cometiendo el peor error de su vida. El vial destellaba bajo las intensas bombillas fluorescentes; su oscuro contenido parecía casi negro.

Lo sentía extraño.

Excéntrico.

Casi maligno.

Emitiendo un quejido, Kristi introdujo el collar bajo su jersey de forma que el diminuto cristal tocó su piel. Estaba frío, sorprendentemente frío para su reducido tamaño.

Tras aplicarse un poco de brillo en los labios, anduvo a propósito hacia el extremo más lejano del campus, donde se unió a una multitud de estudiantes y miembros de la facultad que se dirigía hacia el edificio de ladrillos que albergaba el departamento de Lengua y un pequeño auditorio, no muy lejos de la casa Wagner. Las luces brillaban alrededor de la entrada meridional y una señal blanca, pintada con letras negras rezaba: «Obra de esta noche: Everyman».