Reconocía esa voz, ¿verdad?
– La hermana Ariel acude esta noche a nosotros voluntariamente.
¿Quiénes son «nosotros»? Y no, no acudo voluntariamente.
Más pasos seguidos y, a pesar de que él se encontraba a su espalda, a pesar de que no podía verlo, podía sentir su presencia. El hombre la tocó detrás de la oreja y ella quiso apartarse, pero no pudo. En su tacto había algo peligroso y aterrador, pero también seductor.
Su dedo le rozó la nuca y un escalofrío recorrió su ser a pesar de estar en contra. Sentía en su cabeza los fuertes latidos de su corazón, y una luz roja envolvió el escenario, si es que lo era, en una oscura neblina escarlata.
Se le pasó por la cabeza que podría estar soñando, o «viajando» debido a alguna clase de droga, pero, en lo más profundo de su corazón sabía que aquello era real. El hombre la tocaba de forma íntima, acercándose cada vez más, acariciándole la piel con su aliento, rozando uno de sus pezones con la mano.
Su cuerpo respondía aunque ella no deseaba que lo hiciera. Todavía no podía verlo, no podía darse la vuelta para mirarlo a la cara.
– La hermana Ariel se une a nosotros voluntariamente esta noche para realizar el último y definitivo sacrificio.
No… eso no puede ser. Ariel luchaba en su interior, pero su cuerpo no respondía, no podía moverse.
– Nuestra hermana. Una virgen.
Por el amor de Dios, ¿qué significaba eso? Ella no era virgen… Aquello era una locura, tan solo un disparate.
Luchó con todas sus fuerzas, pero no se le movió ni un solo músculo, y sentía como la mano de aquel hombre comenzaba a acariciarla.
– Ahora, hermana Ariel, es la hora -dijo inclinándose para acercarse más y más; tanto que ella podía sentir el cálido aliento sobre la piel desnuda de su cuello y sintió un hormigueo en su interior. ¿Era expectación? ¿O terror?
¡No! ¡No, no, no!
Rozó su piel con los labios.
– Sabes quién soy -susurró, y ella lo sabía. Oh, Señor, sabía quién era y algunas veces había fantaseado con él. Pero no de aquella forma… no con… con público. No cuando el miedo y la seducción se mezclaban, cuando era incapaz de moverse, de hablar.
Tan solo oyó un ligero matiz de sonrisa en su voz cuando dijo: «No tengas miedo».
Pero lo tenía. Oh, Dios, tenía miedo.
Inclinó su cabeza hacia ella y Ariel sintió un doloroso y cálido pinchazo, parecido al de una aguja, en su cuello. El corazón le latía salvajemente. Intentó gritar, pero de sus labios no salió más que un gemido.
Su boca no tardó en prenderse de ella.
La sangre comenzó a fluir, constante y cálida.
Oh, sí. Estaba asustada.
Estaba paralizada, agotada, invadida por el miedo.
Dios, ayúdame…
Capítulo 24
Kristi decidió parar en su apartamento para cambiarse de ropa. Una vez más, parecía que no habían revuelto nada en su interior. Puede que hubieran asustado al mirón.
– ¡Adiós y gracias! -exclamó a la habitación vacía mientras Houdini, que estaba en lo alto de la librería, bajó de un salto y se lamió las axilas como si estuviera dibujando ochos. Quería confiar en ella, pero aún no había dado ese salto de fe.
– Volveré mañana -le prometió, y después salió por la puerta y condujo hasta la destartalada vivienda de la tía de Jay.
Jay estaba justo saliendo de la camioneta cuando ella aparcó en la resquebrajada entrada, y Bruno ya se encontraba marcando cada pedazo de matorral en el camino hasta la puerta principal. Jay la agarró y la besó con tanta fuerza que la cabeza le dio vueltas.
– ¿Me has echado de menos? -le preguntó Kristi cuando finalmente la soltó y pudo recuperar el aliento.
– Un poco.
– Un montón -bromeó ella.
– Simplemente estoy contento de que estés aquí -le dijo seriamente, rodeándola con su brazo sobre el hombro y conduciéndoles alrededor de un goteante canalón al dirigirse hacia el porche delantero.
Una vez dentro, comprobaron la grabación del interior de su apartamento, pero no había nada aparte del gato, paseando de un lado a otro.
– ¿Crees que aparecerá alguna vez?
– En su momento -respondió él con gravedad.
Kristi se puso el pijama quitándose con cuidado el vial de su cuello, sintiéndose levemente culpable por no decirle a Jay que lo había llevado. Cuando volvió al cuarto de estar, este se encontraba haciendo un fuego con trozos de madera. Las ansiosas llamas saltaron y crepitaron; un aroma a madera ahumada impregnó las habitaciones y entonces Jay abrió una botella de vino tinto. Bebieron en vasos de plástico y se acomodaron apoyándose en muebles viejos cubiertos de restos del cartón piedra de las paredes.
– Hogar, dulce hogar -entonó Jay con un irónico parpadeo.
– Esta noche he visto a Hiram en la función -dijo ella mirando el interior de su vaso-. Todo lo que pude hacer fue contenerme para no ir hasta él y acusarlo de ser un pervertido.
– Simplemente lo negaría.
– Lo sé, pero, si no fue él, entonces le dio mi llave a otra persona. O puede que lo hiciera Irene.
– Claro, o el antenista o el que repara el teléfono, o un fontanero. No sabemos quién es ese tipo.
– No ha pasado tanto tiempo desde que cambié las cerraduras.
– Le atraparemos -aseguró Jay-. Ten paciencia.
– ¿Quieres decir más paciencia?
Jay sonrió, pero no quiso discutir. Menuda idea. Kristi sabía que la paciencia no era su fuerte, pero últimamente la poca que tenía se había reducido considerablemente. Parecía como si llevara toda una vida esperando, congelando su tiempo, esperando una señal.
– Oye, no puedo quedarme aquí mientras estés en Nueva Orleans -dijo Kristi-. Tengo que regresar a mi apartamento.
Jay sacudió vehementemente su cabeza.
– ¿Cómo te sentirías sabiendo que su cámara aún sigue ahí? ¿Que podría ir a por ella en cualquier momento? No es seguro. No te preocupes, volveré en cuanto salga del trabajo. Directo a casa.
– ¿Tras una jornada de diez horas?
– No está tan lejos.
– Sí lo está.
– Estamos hablando de cuatro noches por semana.
– Puedo cuidar de mí misma -le aseguró, irritándose ligeramente. Una cosa era que se preocupase por su seguridad, y otra muy distinta que tratase de controlar su vida por la fuerza. Protegerla demasiado. Ya había pasado por ahí.
– Voy a volver y ya está, pero tengo que ir al laboratorio criminalista -confesó, y luego comenzó a contarle todo lo que había sabido por Sonny Crawley antes de que pudiera seguir protestando.
Kristi lo escuchó, atónita, mientras hablaba sobre lo que sabía, desde el descubrimiento del brazo femenino en el estómago del caimán, hasta la búsqueda en el pantano donde había sido encontrado el reptil. Kristi no lo interrumpió cuando le explicaba que la policía estaba intentando identificar a la persona a quien había pertenecido el brazo, y que le había pedido a su amigo del departamento que buscase a través del departamento de Vehículos Motorizados y en los antecedentes criminales.
– … de forma que están buscando más pruebas, más cuerpos -recapituló Jay al dar un largo trago de su vaso-. Resulta que uno de los detectives, Portia Laurent, había sospechado todo el tiempo que las chicas que han desaparecido del All Saints fueron secuestradas. Lo único es que no tenían pruebas para demostrarlo.
– Pero ahora podrían tenerlas -dijo Kristi. Todavía se encontraba asimilando la información y casi se despista cuando Jay cambió de tema y le preguntó por la obra moralista. Ligeramente distraída, le habló de los acontecimientos de la velada evitando cuidadosamente cualquier mención del vial, porque sabía que exigiría que se lo devolviese, y ella tenía intención de llevarlo puesto en su cita con el doctor Grotto, al día siguiente.