Dejó para el final sus improductivos fisgoneos alrededor de la casa Wagner y su impresión de que había oído a alguien pedir ayuda.
– No me entusiasma que hayas quedado con el doctor Vampiro -admitió sirviendo un poco más de vino-. Y no vuelvas a entrar en tu apartamento.
Kristi ignoró ese comentario.
– ¿Qué podría hacerme el doctor Grotto? Estaré en su despacho, en el departamento de Lengua.
Las pupilas de Jay se dilataron al quedarse mirando al fuego.
– Sin embargo está relacionado con la desaparición de las chicas; lo intuyo. Que vayas a verlo no es una buena noticia. -Se frotó la barbilla y sacudió la cabeza-. ¿Y qué hay de quienquiera que estuviese pidiendo ayuda en los alrededores de la casa Wagner?
– Te he dicho que creí haberlo oído, pero pudo ser el maullido de un gato o… no lo sé, alguna otra cosa. Hacía viento, estaba lloviendo, y puede que yo estuviese imaginando cosas.
– No eres de las que imaginan cosas -apuntó, y Kristi decidió que era el momento de aclararle las cosas.
– ¿Y si te dijera que puedo predecir la muerte con solo mirar a alguien?
– ¿Tienes algún poder psíquico del que no sepa nada?
– Podríamos decir que sí.
Jay sonrió perezosamente y se estiró delante del fuego, con la cabeza apoyada en una mano y su bebida en la otra, con la mirada fija en la de ella.
– Háblame de eso.
Y así lo hizo, le explicó los sueños donde su padre moría y el modo en que veía a la gente en blanco y negro antes de que, según suponía, muriesen. Cuando terminó, Kristi dio otro gran trago de su vaso y advirtió que la sonrisa de Jay había desaparecido.
– Estoy esperando el final.
– No lo tiene -le aseguró.
– Hablas en serio.
– Ajá.
– Pero tu padre, Lucretia y Ariel, todavía están con vida. -Sí, lo sé, pero estaba aquella mujer del autobús.
– Una mujer anciana.
– Te estoy contando lo que me pasa. Siempre que ocurre, siento frío en mi interior. Como si la muerte pasara por mi alma -le dijo, bajando un poco la voz, sintiéndose más y más estúpida al intentar explicarse-. Sé que parece una locura. Pero es como si el propio mal estuviese mirando a través de mis ojos.
– Kris…
– Ya lo sé, ya lo sé; ahora parece que sea yo la psicópata, que necesito años de terapia, pero no me había pasado hasta después del accidente.
– ¿Le has contado esto a tu padre?
– ¿Con lo paranoico que está conmigo? Ni hablar. Pensé en confesárselo a su mujer, Olivia, porque ella posee, o poseía, toda esta cosa psíquica, pero luego se sentiría obligada a contárselo a mi padre, de forma que la única persona a quien se lo he contado es a Ariel. -Suspiró-. ¿Quién sabe con cuántas personas lo habrá estado cotilleando?
– Nadie la creerá. Solamente pensarán que estás chiflada.
– Perfecto -dijo ella-. ¿Tú crees que estoy chiflada?
Jay tardó lo bastante en responder para hacer enfadar a Kristi, pero entonces levantó una mano.
– Creo que te ocurre algo. Este fenómeno, la visión de la palidez y el gris, podría ser algo físico.
– ¿Un problema de vista? ¿Un problema del cerebro?
Jay se encogió de hombros.
– Todo lo que sé es que no creo que debas encontrarte con Grotto. O al menos espera a que vaya contigo.
A Kristi le habría gustado mantener una discusión profunda acerca de su habilidad, pero tal vez bastase con habérselo contado. Al menos por el momento.
– Eso lo estropearía todo. -Kristi rechazó su sugerencia sobre Grotto.
– Puedo estar fuera de su despacho. Cerca. Llevas tu móvil encendido, lo pones en modo silencio para que él no pueda oírme, y yo lo escucharé. Si algo sale mal, me lo dices y atravesaré la puerta como si fuera el propio John Rambo.
– De acuerdo -convino ella. Afortunadamente no tenía que ir al trabajo. La fresca de Francesca había accedido a hacer el turno de Kristi en el restaurante-. Espera en la biblioteca hasta que me oigas hablar con él, para que sepas que estamos en su despacho y él no te verá; después, una vez dentro, puedes venir al departamento de Lengua. Acercarte más. Más tarde podemos ir al centro de estudiantes a hablar, y luego a tu clase.
– Suena bien.
– Necesitamos una palabra clave por si tengo problemas con Grotto.
– ¿Qué te parece «Socorro», o «Jay entra de una puñetera vez»?
– Eso servirá -aseguró casi riéndose-. Solo estoy loca a medias, ¿sabes? -añadió.
– Lo sé.
Kristi contempló la belleza de su rostro y se preguntó qué la había retenido durante tanto tiempo para llegar a este punto. Para confiar en él. Para amarlo.
Estuvo a punto de contarle lo del vial, pero finalmente decidió guardarse la información, al menos durante una noche más. Hasta que viera la reacción de Grotto.
Portia se estaba poniendo su abrigo, dispuesta a dar el día por terminado, cuando el detective Crawley apareció en su cubículo, apestando a humo de tabaco y con pinta de necesitar un buen afeitado. Nunca le había gustado aquel hombre, pero no podía quejarse de sus habilidades como detective. Simplemente era un poco descuidado con su aspecto, lo cual parecía funcionarle, en su trabajo al menos.
– ¿Habéis recibido alguna llamada de Jay McKnight? -le preguntó. Eran más de las cinco y Crawley llevaba puesto su impermeable, y portaba un ajado maletín en una mano y una fotocopia en la otra.
– No.
– Es de los del laboratorio criminalista, imparte una clase nocturna en All Saints. Es amigo mío desde hace tiempo. Le di tu nombre.
– ¿Por qué motivo?
– Está interesado en esas chicas que desaparecieron. Al igual que tú, parece creer que son algo más que simples fugitivas. Creí que querrías hablar con él. Comparar notas. También me pidió que buscase cierta información sobre algunos de los profesores que trabajan en el colegio.
– ¿Qué clase de información?
– La propiedad de un vehículo, concretamente está buscando una furgoneta oscura, si es que alguien que trabaje en el colegio posee o tiene acceso a una. Tiene matrícula de Luisiana. Probablemente de fabricación nacional y de tamaño grande, no una mini. Dice que alguien estaba siguiendo a Kristi Bentz. Es una estudiante de ese colegio, y la hija de Rick Bentz, del departamento de policía de Nueva Orleans.
– ¿Cuál es su relación con el caso?
– Creo que está jugando a ser detective aficionada.
– Justo lo que necesitamos -protestó-. ¿Y qué hay de McKnight?
– Él es su profesor. Y su amigo.
– ¿Algo más que amigo?
– Probablemente.
– Genial -espetó, pensando que la tal Bentz era demasiado inquieta para no meterse en medio.
– McKnight también quiere que compruebe las fichas de algunos profesores y parte del personal que trabaja en ese colegio.
Portia enarcó las cejas.
– ¿Cree que alguno de sus compañeros está implicado?
– Tengo la información del departamento de Vehículos Motorizados motor, pero pensé que podrías trabajar en lo del personal, para que pueda tomarme unos días libres mientras mi ex está en el hospital por un implante de rodilla. Tengo que cuidar de los chicos. Estaré de vuelta el viernes. -Le entregó una hoja de papel con una lista de nombres y otra con cinco vehículos que eran posibles coincidencias. Luego le hizo un resumen de lo que les había ocurrido a Jay y Kristi Bentz.
Portia no pudo evitar el primer cosquilleo de emoción que corría por sus venas. Durante más de un año, había intuido que aquellas chicas eran algo más que unas simples fugitivas. Al menos ahora, alguien parecía estar de acuerdo con ella.
– Lo dejo en tus manos -dijo Crawley tocándole la nariz con un dedo-. Y no la jodas, ¿vale? Me estoy jugando doce latas de cerveza en esto.